POR MODESTA DI PAOLA
Durante la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) celebrada en París en 1960, la Comisión invitaba a los Estados miembros a tomar medidas de carácter técnico y jurídico que asegurasen la protección, la conservación y la restauración de los bienes culturales, así como la salvaguarda de la belleza y el carácter del paisaje. Con este fin, se recomendaba tener en cuenta, de formas distintas pero complementarias, la gestión de los museos y la apreciación de las colecciones de arte y de la naturaleza por parte del público, ya que se entendía por museo «cualquier establecimiento permanente administrado en interés general a fin de conservar, estudiar, poner en evidencia por diversos medios y, esencialmente, exponer para el deleite espiritual y la educación del público un conjunto de elementos de valor cultural: colecciones de objetos de interés artístico, histórico, científico y técnico, así como jardines botánicos y zoológicos y acuarios».

Esta línea de interés por la protección de un orden conformado entre el arte contemporáneo y el paisaje concierne a la actividad del Instituto Inhotim, establecido cerca de Brumaldinho, un pueblecito de la periferia de Belo Horizonte (estado de Minas Gerais, Brasil). Una vasta área de mata atlántica del sudeste brasileño, rico en balnearios hidrominerales, rodea el complejo museológico, una entidad privada fundada por el magnate del sector minero y siderúrgico Bernardo de Mello Paz en 2002. Todo lo que el visitante puede apreciar en este acervo de selva y lagos rodeado de empresas siderúrgicas y mineras se debe a la racionalización arquitectónica de Roberto Burle Marx, un reconocido arquitecto paisajista que, a finales de los años ochenta, junto a Paz, ideó el instituto como un museo al aire libre. Un museo a cielo abierto con una extensa colección botánica de raras especies vegetales que acoge y conserva una colección de arte contemporáneo de más de quinientas obras, formada por pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, vídeos e instalaciones, decenas de las cuales son expuestas en pabellones monográficos especialmente diseñados o en instalaciones al aire libre.

Desde esta perspectiva, Inhotim no presenta una colección tradicional, sino que manifiesta el poder de un lugar innovador y transformador que reúne arte contemporáneo y botánica, ocupándose también de la investigación científica, el medioambiente, la educación pública y la inclusión social. Esta nueva visión museológica intenta restablecer un diálogo entre arte y ciencia que ha alcanzado una centralidad social y ecológica fundamental en los propios intereses administrativos del museo, cuyas políticas se encuentran en la síntesis de una delegación colectiva respecto al tiempo, al arte y la naturaleza.

 

ALGUNAS PREMISAS CONCEPTUALES HISTÓRICAS

Las colecciones tienen una importancia crucial en el desarrollo de la cultura visual contemporánea. Sus historias coinciden con la formación del museo, que —habiendo sido explicado durante distintas épocas con características y finalidades muy variadas— solamente en las civilizaciones más modernas ha adquirido una conciencia estética, presentándose como un lugar para la crítica implícita y, a menudo, ejerciendo una influencia en el gusto y la producción de los campos y periodos artísticos. Las exigencias de la conservación, el archivo, la restauración, la catalogación, el estudio de las obras y, en general, la historia del arte encuentran en el coleccionismo moderno el campo de afirmación del museo, que, por sus reflejos culturales, científicos y sociales, y por su relación con las instituciones académicas y científicas, se ha enfrentado a problemas no sólo de tipo funcional y estético, sino también de carácter ideológico, político y, de manera más reciente, ecológico.

Hasta hace relativamente poco, las colecciones no tenían direcciones estéticas autónomas. Los motivos que llevaron a coleccionar se pueden rastrear en dos actitudes complementarias: la curiositas y el estatus. La primera constituye un ideal humanístico, que define un interés omnicomprensivo hacia los fenómenos naturales, sobrenaturales y artificiales. Francis Bacon en The Advancement of Learning (1605) escribía que los hombres habían adquirido el deseo de conocimiento y saber unas veces por curiosidad natural y un anhelo inquisitivo, otras para entretener la mente con deleite; a veces por ornamento y reputación. Se trata de una idea de colección que entre los siglos xvi y xvii se vuelve un valor social de fundamental importancia.

Al afirmarse la identidad entre arte y ciencia, más que entre arte y poesía, el Renacimiento asistió predominantemente a la formación de colecciones eclécticas y eruditas, animadas por la curiosidad hacia lo maravilloso, lo extraño y lo precioso. La curiosidad enciclopédica era avivada por el interés hacia las ciencias, las artes y la naturaleza. Por tanto, la finalidad más común de una colección del siglo xvi era la búsqueda de una síntesis tomística, todavía de tipo medieval, entre el macrocosmos natural (naturalia) y el microcosmos humano (artificialia). La presentación del coleccionismo como una fascinación por lo lejano y desconocido se hace patente con la aparición de las Wunderkammern, literalmente «cámaras de maravillas», un ambiente dispuesto de manera especial para la exposición de colecciones que recogían todos y cada uno de los aspectos de la curiosidad cósmica, rarezas de diversa clase y, por supuesto, los primeros ejemplares etnológicos y naturales que llegaban de las exploraciones geográficas. La colección, espejo del universo y del conocimiento científico sistemático, adquiría un valor cosmológico que, enriquecida a medida que aumentaba el comercio, la conquista y la exploración, ofrecía a los visitantes eruditos de la época una oportunidad sumamente singular de indagar las relaciones entre las diferentes partes del mundo hasta entonces conocido, desde las Indias hasta las Américas.

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