POR ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ

«En castellano, a quien escribe al dictado se le dice amanuense»

Camilo José Cela, Barcelona, 1970

I
Si existe un periodista imprescindible para, con su estilo directo y ameno, comentar todo lo que ocurría en Barcelona a lo largo de la segunda mitad del siglo xx, ése no es otro que Andreu Avel·li Artis, Sempronio (1908-2006). Quien fuera el primer director de Tele-Exprés escribe un formidable artículo, a mitad de camino entre la semblanza y la entrevista, en la sección «Cuatro cuartillas» de Tele-Exprés, sobre la estancia de Camilo José Cela en Barcelona, los días 2 y 3 de abril de 1970, para presentar su libro Barcelona, que verá la luz en el otoño en Alfaguara, bajo la dirección de Jaume Pla, y con magníficas ilustraciones de Frederic Lloveras. Escribe Sempronio:

El libro, que ha terminado de escribir estos días, fue entregado ayer a los editores. Vino Cela de Mallorca en avión y regresó al cabo de unas horas. El tiempo preciso para formalizar la entrega y para leer el original a siete amigos, entre quienes contaban un par de personas, Gustau Camps, «mi cicerone», y Joaquín Vellvé, «mi boticario», cuyos nombres figuran con una dedicatoria en las páginas liminares del libro.

 

Cela le confiesa: «Es la primera vez en mi vida que leo en público un original inédito»; para decirle, más adelante: «Tratándose de Barcelona, me ha parecido que debía hacer una excepción con algunos amigos barceloneses». Precisamente, dos amigos barceloneses fueron los animadores y acompañantes de sus paseos por la ciudad, Gustavo Camps y Joaquim Vellvé de Llorens, boticario radicado en la calle Ferrán, 59, al que Cela escribía en las postrimerías del verano de 1970: «Mi imagino que nuestra Barcelona estará ya cociéndose y a punto de salir».

Barcelona hace pendant con Madrid, libro publicado en 1966, que, en cierto modo, es colofón de las cinco series (iii a vii) de las Nuevas escenas matritenses, que Alfaguara estaba alumbrando desde 1965, con fotografías de Enrique Palazuelo. Madrid iba ilustrado por Juan Esplandíu, cuyas acuarelas expuestas en el verano de 1945 habían sido uno de los catalizadores de La colmena. Cela escribió ese verano: «El Madrid de nuestros días, que busca el novelista que escriba su novela, ha encontrado el pintor que lo supo retratar» (Arriba, 3 de agosto).

Ambos libros son un caleidoscopio, un sortilegio de imágenes, un florilegio callejero, un cuaderno sentimental ilustrado. Tal vez, un abanico de fotografías al minuto, sintagma que en 1972 le dio nuevo título a las Escenas matritenses. La mirada y el tono son gemelos, pero con una diferencia que el lector atento aprecia de inmediato. Madrid es un caleidoscopio más vivido, más «trozos de vida» (por usar la expresión celiana del prólogo de 1951 a La colmena), mientras que en Barcelona —como el propio escritor señala en el pórtico— prevalece «el ser gallego y periférico para mejor entender» la memoria y el presente de la ciudad. Quizás por ello en Madrid narra directamente el autor y en Barcelona Cela interpone el protocolo del amanuense, que enlaza con el modo de discurso narrativo que nace del vagabundo o del viajero en su espléndida gavilla de libros de viaje.

 

II
Cela había vivido de niño en Barcelona, tal como evocó en el delicioso primer tomo de sus memorias, La rosa (Barcelona, Destino, 1959). Se trata del bienio 1920-1921: «Aprendí el catalán —¡qué lástima haberlo perdido! Y, en cierto modo, ¡qué vergüenza también!— y servía de intérprete entre Antonia y Antonieta, nuestras dos criadas, y mi madre».[1] Aunque parece excesiva la afirmación sobre su aprendizaje del catalán, lo cierto es que unas semanas antes de que se publicase Barcelona el periodista José Carlos Clemente lo entrevistaba largamente para el Diario de Barcelona (27 de septiembre de 1970), donde Cela se refería a dicha cuestión:

—Tu padre vivió en Barcelona.

—Y yo también, incluso hablaba catalán. Era el intérprete de dos criadas que teníamos que se llamaban Antonia y Antonieta, que eran madre e hija. Mi madre, que era inglesa, bastante hacía con hablar castellano. Las criadas no hablaban una palabra de castellano, eran campesinas. De Pollensa, Mallorca.

—¿Cómo llegaste a aprender el catalán?

—Pues como se aprenden todas las lenguas, de oídas.

 

Pormenoriza, asimismo, una anécdota que en La rosa sólo había esbozado. La dueña del piso donde vivían —una señora sin ninguna familia—, al enfermar simultáneamente los padres del niño Camilo José, se ofreció a prohijarlo, lo que lo lleva a contarle a José Carlos Clemente:

Le encantaba tener un niño pequeño a quien cuidar y a quien poderle dejar manzanas enteras de casas en Barcelona. Si hubiera coincidido un cúmulo de coincidencias y de circunstancias, quizá a estas horas yo sería un rico propietario catalán, tendría acento catalán y sería de la Lliga o de la Esquerra…

 

Estos meses de comienzos de la década de los veinte son, a buen seguro, el primer acicate para el libro que preparó con todo esmero, en compañía del grabador y editor Jaume Pla, Barcelona. Calidoscopio callejero, marítimo y campestre de Camilo José Cela para el reino y ultramar.

Un segundo estímulo para la redacción de Barcelona tiene que ver con la constante e intensa relación del escritor con los editores barceloneses, especialmente, Josep Vergés, de Ediciones Destino, y Pepiño Pardo, de la editorial Noguer.[2] Un capítulo importante de esta relación es el que le corresponde a la editorial Lumen y a Esther Tusquets. La colaboración desemboca en dos libros de la colección Palabra e Imagen: Toreo de salón. Farsa con acompañamiento de clamor y murga (1963), con ilustraciones de Oriol Maspons y Julio Ubiña, e Izas, rabizas y colipoterras. Drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón (1964), acompañado de fotografías del barri Xino barcelonés de Juan Colom. La editora se refería en carta al escritor (5 de noviembre de 1966) al éxito del libro, que atribuía a la prosa de Cela, las fotografías de Colom y el barri Xino de la Barcelona de comienzos de los sesenta:

Las Izas es un libro que hemos vendido bien, que prestigia el catálogo de Lumen y de la colección. Es un libro en el que pusimos nuestra ilusión y nuestro esfuerzo, que sentimos un poco «nuestro». No queremos perderlo antes de que sea inevitable.

 

Un tercer incentivo nace de la estrecha colaboración de Cela con el semanario Destino, de la amistad con Josep Vergés y Néstor Luján, y de su concurrencia, sin apenas falta alguna, al Premio Nadal de Novela desde el 6 de enero de 1955 en adelante. El autor empezó a alumbrar por entregas (desde el 25 de abril al 25 de julio de 1953) la segunda fase de sus memorias La rosa, y afianzó una relación que cristalizaría en diversas colaboraciones tanto en los años cincuenta como en los sesenta, y, sobre todo, encontró la visibilidad que el editor y el escritor deseaban en la asistencia a la celebración del Premio Nadal. El día 25 de enero de 1955 Vergés le escribe: «Tu presencia en el Nadal dio lustre, seriedad y más ánimos a una ya vieja reunión de amigos». A partir de aquí, muy a menudo el epistolario de Cela con Vergés ofrece noticias del Nadal durante los meses de diciembre y enero. Baste un botón de muestra. Acaba de ganar el Nadal de 1965 el periodista colombiano Eduardo Caballero Calderón con la novela El buen salvaje y Cela —que no ha podido leer el texto— le escribe confidencialmente a Vergés: «El ganador es un tipo estupendo, cojo, buen bebedor y comedor y jodedor y magnífico novelista». Aditamento de estas horas barcelonesas en torno al día de Reyes es el progresivo conocimiento de la vida intelectual, cultural y económica de la ciudad y de sus sucesivas mutaciones. De nuevo, un botón de muestra. Corren los últimos días del año 1975 y Cela escribe a su amigo el doctor José María Cañadell: «No faltes al Nadal. Después iré a que me eches un ojo, como todos los años» (16 de diciembre de 1975).

Queda un último estímulo que condiciona la pasión de Cela por la ciudad de Barcelona. Se trata de sus colaboraciones en la prensa barcelonesa, que hasta 1970 tienen varios tramos importantes: el que ocupa el diario falangista Solidaridad Nacional (1945-1948); el apasionante haz de artículos publicados en La Vanguardia (1949-1952); y la excelente y guadianesca colaboración del escritor en el semanario Destino a lo largo de las décadas de los cincuenta y sesenta. A esta presencia de la firma del autor en la prensa barcelonesa se suma, desde comienzos de 1960, su participación regular en el programa de sobremesa de Joaquín Soler Serrano en Radio Barcelona. Cuando Cela cierra esa primera serie de trabajos en Radio Barcelona, el semanario Destino comenta (6 de agosto de 1960):

Pasan de doscientas las charlas de Cela dadas día por día, con una puntualidad y una constancia que resultan una auténtica novedad en el mundo novelístico español. Dos centenares de pequeñas obras maestras, dichas en un estilo personalísimo, que primero chocó y que luego ha recogido la casi unanimidad de los sufragios del vastísimo y heterogéneo público fiel a las emisiones radiofónicas.

 

Ciertamente, como había escrito en Informaciones (22 de febrero de 1957) Eduardo Haro Tecglen, la vida de Cela es una obra maestra de la propaganda, por ello sabía combinar noticias en sus debidos espacios y tiempos. Así, la serie radiofónica ya había encontrado —desde el 6 de febrero— acomodo en el semanario madrileño Sábado Gráfico, bajo el epígrafe de «Los viejos amigos de Camilo José Cela»:

El mundo literario de Camilo José Cela es copiosísimo, y cada semana desfilarán por estas columnas los pintorescos, humanísimos tipos que ha dado a la vida con su pluma. Estos capítulos han sido difundidos por Radio Barcelona, pero en Sábado Gráfico aparecen impresos por vez primera.

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