POR JEAN-CLAUDE CARRIERE

Cuando vine a Madrid para trabajar con Luis Buñuel por primera vez, en 1963, ya al segundo día, me dijo Luis: «Mira, no pienses que España está acabada. Hay, en la nueva generación, jóvenes cineastas de gran talento, a pesar incluso de las dificultades que tienen para realizar películas».

Dos o tres días después organizó, para mí solo, una proyección privada de La caza, de Carlos, y, como yo no comprendía aún el español, se sentó a mi lado y me tradujo todos los diálogos. Carlos se enteró y le conmovió mucho. Fue en esa ocasión cuando nos conocimos y, desde entonces, la relación no se ha interrumpido en ningún momento.

Resulta rarísimo que un artista —y, en concreto, un cineasta— represente por sí solo, o casi, todo lo que permanece de libertad, de inteligencia, de energía y de belleza de un país. Tal fue el caso de Carlos, durante casi quince años. Viridiana, de Buñuel, Palma de Oro en Cannes, era una película que seguía prohibida en España, y Luis tuvo que esperar diez años para rodar Tristana.

Por fortuna, teníamos a Carlos, una mirada y una voz sin par. Sus películas nos mostraban lo que queríamos ver y saber de España, y nos lo mostraban con fuerza y talento. Con habilidad también, porque a menudo era preciso actuar astutamente con la censura. Íbamos a verlas varias veces, hasta el punto de sabernos escenas de memoria. Para nosotros, no era ya el cine, sino la propia España —aquella que se nos ocultaba y que reconocíamos como la verdadera—.

Recuerdo su tristeza, en 1968, cuando fue cancelado el Festival de Cannes. Lo habían invitado por vez primera y no pudo mostrar su película (lo mismo que Milos Forman, invitado, asimismo, por primera vez el mismo año).

La vida de Carlos ha sido un combate permanente, difícil e increíblemente múltiple. Se ha sumergido con pasión en la danza, en la música, en la fotografía, en la pintura —y no para—. Hemos viajado y trabajado juntos, hasta en México, país que él no conocía. Incluso me encomendó el papel de rabino en una de sus películas (La mesa del rey Salomón), lo cual demuestra la confianza que me tiene.

La última de sus exposiciones que he visto, en París, era hermosísima. Sé que aún trabaja todos los días. Espero que nos depare aún mil sorpresas.

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