POR VICENTE LUIS MORA
Vicente Luis Mora
El arte es una constante a lo largo de su extensa producción narrativa, extendida con coherencia a través de cuarenta años de práctica diversa y rigurosa. Vamos a unir dos ideas presentes en alguno de sus libros: la figura de la «persona providencial», que genera un salto cualitativo en un arte o en el uso de una tecnología (Fragmentos de un diario en los Alpes), y la aserción, que sostiene usted en Sobre el arte contemporáneo, de que el mismo concepto de «arte contemporáneo» no puede entenderse sin el artista francés Marcel Duchamp. ¿Sería Duchamp, entonces, el hombre providencial del arte contemporáneo, la figura carismática que produce tanto la etiqueta historiográfica como el paradigma artístico?

 

César Aira
Mi relación con las artes plásticas es puramente hedónica y mis incursiones en la historia o crítica del arte son de diletante, de teórico dominical. Si he escrito alguna conferencia o ponencia sobre el tema, ha sido para justificar una invitación y un viaje. Y lo hago con pies de plomo, cuidando de que no se note que no sé gran cosa sobre el asunto. Dadas esas condiciones, Duchamp se cae de maduro como motivo de conversación, porque ofrece tantos aspectos distintos, y sus hermeneutas han abierto tantos más, que es como elegir hablar sobre el universo y todas las cosas que lo componen. Además, tengo una larga experiencia en Duchamp. Es lo más parecido que he tenido a un hobby. Lo cultivo desde los dieciocho años, cuando abandoné la filatelia y el ajedrez. Sigo comprando y leyendo libros sobre él, debo de tener un centenar en mi casa. Supongo que he focalizado en él los sueños de la erudición, para la que no nací, porque soy un lector veleidoso y desordenado y mis intereses se están disparando siempre en direcciones distintas. Y en todas esas direcciones vuelvo a encontrarlo a Duchamp. No creo que haberlo elegido como tótem haya sido tan casual como me lo parece. En él hay un elemento de dandismo, entendido como elegancia intelectual, del que habría querido aprender.

 

Vicente Luis Mora
Centrándonos en su obra, Reinaldo Laddaga ha comentado que su escritura aspira de alguna forma a la condición del arte contemporáneo y Jorge Volpi apuntó en cierta ocasión que sus novelas parecen instalaciones. Quería preguntarle si estas opiniones, con las que coincido, señalarían una proximidad al arte que responde a una mera proyección de quienes leemos su obra o si es una relación que puede encontrar fundamento en su voluntad y en el modo en que concibe sus libros.

 

César Aira
No hay de mi parte ninguna intención de extenderme más allá (o de contraerme más acá) de lo literario. Pudo haberla habido en otra época, cuando en la exuberancia de los salad years, me veía como un futuro astro del rock, o un nuevo Godard, o un Andy Warhol. A medida que fui profundizando y refinando mi comprensión de los artistas que admiraba, fui dándome cuenta de que esa comprensión era un ejercicio literario y al fin me convencí de que la literatura es la reina y madre de las artes, y que las contiene a todas sin perder su esencia específica. Aquellas ambiciones quedaron como marcas, en lo que alguna vez pensé que podía llamarse «literatura ampliada», tomando el concepto de la idea de Beuys de una «escultura ampliada». Pero no vale la pena, porque de Virgilio a Lautréamont, la literatura ya ha tenido todas las ampliaciones posibles. (Entre paréntesis; qué curiosa esa metáfora que usa Shakespeare y me vino a la mente respondiendo a su pregunta; es algo así como una metáfora en segundo grado, porque si a la juventud se la llama «los verdes años», a éstos se los llama «los años de ensalada», presuponiendo que es una ensalada de hojas verdes, ¿no? Parece una kenningar).

 

Vicente Luis Mora
La lectura de revista de arte es una constante en sus obras. No sólo es el tema central de libros como Artforum, sino que alguno de sus personajes, como el pequeño monje budista que resulta ser un humanoide tridimensional, es capaz de hablar con un fotógrafo sobre su práctica artística, porque «le parecía haber visto algo semejante, o igual, en alguna revista de arte» (El pequeño monje budista). ¿Sigue leyendo y coleccionando estas revistas? ¿Son un modo de mantenerlo entrenado y atento al arte que se hace, como estímulo intelectual o, quizá, como semillero de ideas?

 

César Aira
Debe de ser un atavismo que me quedó de mi adolescencia en Pringles, donde el único contacto con el mundo de la cultura eran las revistas que llegaban semanalmente y yo esperaba con ansiedad y devoraba. Me lo perdono porque era chico entonces, aunque reconozco la ingratitud y el esnobismo que me movían, porque en el pueblo había cultura, y al alcance de mi mano: dos excelentes bibliotecas públicas, a las que les debo mi educación, cines, teatro, conservatorios de música. Pero yo quería las revistas que venían de Buenos Aires. Y, una vez que estuve en Buenos Aires, mi alimento preferido se volvieron las revistas francesas, inglesas, norteamericanas. El atavismo siguió actuando, hasta hoy. Por algún raro motivo, para mí la cultura siempre fue algo que tenía que venir de lejos, como un elemento exótico. Es como si necesitara una distancia, infranqueable en lo posible, y, además, sujeta a los azares del correo, para mantener en perspectiva a la cultura y que no se desplome sobre mí como una masa informe de libros, cuadros, películas y cuartetos de cuerdas.

 

Vicente Luis Mora
En algunos de sus libros, los personajes son conscientes de estar actuando como artistas, como el Dante de la surrealista (o irracional, como prefiramos) Dante y Reina, que declara: «Yo quería ser un ingeniero de la realidad, pero encontrar agujas perdidas en un pajar era demasiado para mí. Así que fabriqué la ocasión yo mismo, como un artista». O el narrador de El congreso de literatura, que se explica así: «La idea, que aquí el utilero había captado, era que fuese una “máquina soltera”; quizás lo había captado demasiado bien, porque este Exoscopio se parecía un poco en exceso al Gran Vidrio de Duchamp». ¿Hasta qué punto el lenguaje del arte contemporáneo está presente para usted en segundo plano, como hipotexto, como referencia o como tentación?

 

César Aira
El campo del arte contemporáneo se ha constituido como un juego competitivo de ideas, un juego al que no puede entrar nadie que no venga con algo nuevo bajo el brazo. Es cierto que esto da lugar a excesos y oportunismos, y a mucha bobería e infantilismo, pero supongo que es el precio que hay que pagar para que se levante, de vez en cuando, el velo gris de lo viejo y convencional. Yo pago ese precio, asimismo, con gusto, y, si bien he tenido suerte de tener lectores (la suerte fue conformarme con tener unos pocos lectores y no necesitar más), lamento que con los libros pase lo contrario que con el arte contemporáneo: al que trae algo nuevo la industria editorial lo excluye y el público también.

 

Vicente Luis Mora
En algunos de sus libros se juega con la miniaturización (El cerebro musical, Duchamp en México, El pequeño monje budista, En La Habana) y en otros con la amplificación dimensional (los gusanos de seda de El congreso de literatura, por ejemplo). Los juegos con los espacios, la preocupación por la escultura y la pintura, las inversiones dimensionales, ¿tienen relación con su idea de arte?

 

César Aira
No tiene que ver con las artes plásticas, sólo con el arte de la narración. Leyendo las buenas novelas que se escribían antes uno puede ver que la administración de los espacios es fundamental. Las novelas que se escriben ahora han cambiado de categoría y de lo único que se ocupan es del tiempo. Se explica porque la invención y manipulación de espacios en el relato exige una artesanía que hoy nadie se molesta en aprender. Trabajar con el tiempo es más fácil, porque el relato se hace solo, es el relato de la comunicación oral, el informe desnudo de lo que pasó. El relato literario necesita de un equilibrio de espacio y tiempo, la administración de escenarios, atmósferas, perspectivas, desplazamientos. Curiosamente, donde ha perdurado la artesanía espacial de la narrativa es en la novela policial, en la que sigue habiendo cuartos cerrados, cálculos de distancia, descripciones. Eso es porque se trata de literatura de evasión y, para evadirse, hay que disponer de un espacio por donde huir.

 

Vicente Luis Mora
Algunos de sus escoliastas señalan que las claves para entender su obra están en sus propios libros (me refiero a las claves teóricas); es decir, que usted, de ser cierta esta aseveración, habría ido sembrando en sus novelas el marco conceptual preciso para desentrañar y explicar su literatura, «programando», si así se puede decir, a sus críticos. ¿Está de acuerdo con esa visión que lo convierte en manipulador de sus intérpretes, o en el hermeneuta de sus manipuladores?

 

César Aira
Me han reprochado esas incursiones teóricas o seudoteóricas que hay en mis novelas y me las he reprochado yo mismo. Pero no puedo remediarlo. Sucede que una parte importante del placer de escribir está en desentrañar los mecanismos de la escritura y, si bien sería más prudente guardarse esas reflexiones y después escribir un ensayo con ellas, yo no veo motivo para no incorporarlas al relato. Creo que es algo que me quedó de una idea que tuve una vez, la idea del Continuo. Aunque era una palabra nada más, algunos creyeron que yo tenía una teoría del Continuo. Fue uno de mis tantos trucos para parecer inteligente. Pero la intención, originalmente, era sincera: lograr un texto que atravesara todos los registros, no sólo el narrativo y el ensayístico, sino también el autobiográfico, el científico, el poético, todos, sin rupturas, y se saliera de la página como una cinta que abrazara todos los contornos de la realidad. Por supuesto que eso no es una teoría sino un fantaseo.

 

Vicente Luis Mora
Una de las cuestiones candentes que atraviesan varias de sus obras, tanto las novelas como algunos ensayos, es la tensión entre arte o literatura popular y «culta» o elevada. Pienso en Festival (2011) y las reflexiones a partir del cine de su personaje, Alec Steryx, o en el escritor de novelas góticas de Prins (2018), o en el texto sobre literatura de género de Evasión y otros ensayos (2017). Usted no parece decidirse entre ambas, sino que parece tomar partido, justamente, por la tensión milimétrica, por el diálogo irresuelto establecido entre esas dos formas de crear y entender el hecho artístico, planteándolo como una constante estética medular de los últimos decenios.

 

César Aira
Cuando se cultiva la alta cultura con cierta exigencia, y sobre todo si uno lo hace toda su vida, se puede disfrutar sin culpa la cultura popular. No sólo es refrescante, también es un cable a tierra, que puede perderse por tanto Proust y Bartók. Para mí ha sido una fuente de inspiración y renovación, aun en sus formas más comerciales y complacientes. Precisamente por ser comercial está atenta a los gustos cambiantes del público y eso significa que debe inventar cada día algo distinto, con total libertad, a diferencia de la cultura con mayúsculas, a la que la exigencia de calidad y su larga historia le imponen marcos más estrechos. La línea que no cruzo es la de la vulgaridad, pero es una línea transversal, que, en los hechos, deja afuera gran parte de la producción artística y literaria seria y culta.

 

Vicente Luis Mora
Una queja constante, entre divertida y amarga, enunciada por sus lectores fieles/obsesivos, es la dificultad de hacerse con algunos de sus libros, distribuidos por pequeñas o diminutas editoriales de todo el continente americano. ¿Es usted el editor pirata de César Aira, una especie de avatar de esos jocosos editores panameños que aparecen en Varamo y El mago? ¿Es un modo de resistirse a la fagocitación del mercado literario, que favorece la total accesibilidad?

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