POR DIÓMEDES CORDERO
Excavación.
1. f. Acción y efecto de excavar.
2. f. Arqueol. y Geol. Procedimiento de investigación que consiste en desenterrar con método adecuado utensilios y restos del pasado.
Excavar.
1. tr. Quitar de una cosa sólida parte de su masa o grueso, haciendo hoyo o cavidad en ella.
2. tr. Hacer en el terreno hoyos, zanjas, desmontes, pozos o galerías subterráneas.
3. tr. Agr. Quitar la tierra de alrededor de las plantas para beneficiarlas.
Paleografía.
1. f. Ciencia de la escritura y de los signos y documentos antiguos.
Diccionario de la lengua española, vigésima tercera edición

Luis Moreno Villamediana, en el prólogo a El lugar del escritor (Libros El Nacional, Caracas, 2010), traza los rasgos de una posible poética narrativa de Victoria de Stefano: «Lo que en esta novela leemos proviene de saltos temporales que superponen las citas con la charla, la reflexión con las acciones, los deseos manifiestos con alguna frustración retrospectiva». Sergio Chejfec, en Verdad y experiencia dibuja el perfil privado, cívico de la escritora: «Una vida civil, para contraponerla a la literaria, que no le pide prestada a la experiencia, en ninguno de sus posibles avatares, una convalidación que debe provenir de los libros». Con Paleografías. Trazos oscuros sobre líneas borrosas (Alfaguara, Caracas, 2010), la octava y última novela de Stefano, posiblemente, alcanza la más alta representación del modelo de realismo literario de su escritura discreta, lateral, en tono menor, deceptiva, moderna, y confirma, una vez más, el lugar moral que ha elegido, quizás de forma involuntaria, como escritora y figura singular, excéntrica, en el espacio institucional de la literatura venezolana.

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Enrique Vila-Matas considera como rasgos imprescindibles e irrenunciables de la novela futura «la “intertextualidad” (escrita así, entrecomillada), las conexiones con la alta poesía, la escritura vista como un reloj que avanza, la victoria del estilo sobre la trama y la conciencia de un paisaje moral ruinoso» (Perder teorías, Barcelona, Seix Barral, 2010). Estos rasgos imprescindibles e irrenunciables de la novela futura serían los elementos que dan forma al carácter reflexivo de la prosa de la novela moderna: «Sólo cuando el pensamiento piensa que piensa puede pensar», como dice Mariana Dimópulos (Carrusel Benjamin, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2017) al trazar el camino de la reflexión, como la entendió Walter Benjamin: la escena del «pensar el pensar», la posibilidad de que el yo que conoce/representa el mundo al mismo tiempo se (auto)conoce y (auto)representa, en un proceso infinito de regresión o progresión. La ficción narrativa de Paleografías se parece a la teoría de la novela de Vila-Matas.

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«La tiniebla y la luz dividen el curso del tiempo; el olvido comparte nuestras vidas con el recuerdo, apenas recordamos nuestras dichas, y los golpes más agudos de la pena sólo nos dejan cicatrices efímeras. El sentido no tolera cosas extremas, los sufrimientos nos destruyen o se destruyen. Llorar hasta volverse piedra es mentira».
Thomas Browne

 

«El contenido de una conversación es reconocimiento del pasado, como si fuera nuestra juventud y nuestra vejez ante el campo en ruinas de nuestro espíritu».
Walter Benjamin

 

Epígrafes iniciales y únicos de Paleografías.

Victoria de Stefano elige como centro de su poética narrativa una construcción empírica (las historias) y una téorica (los discursos) en la que privilegia un índice de tiempo propio de la imagen dialéctica benjaminiana: elige y suspende temporalmente del pasado las imágenes y las hace visibles en el ahora, en el presente mismo. En ese tránsito la narración, como la historia en Benjamin, se tensiona entre el presente y el pasado y el pasado y el presente, como un relámpago que ilumina la forma de la novela y sus contenidos de verdad.

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Dice Giorgio Agamben en El hombre sin contenido (Madrid, Áltera, 2005) que Benjamin fue «el primer intelectual europeo que apreció la mutación fundamental que se había producido en la trasmisión de la cultura y la nueva relación con el pasado que de ella se deriva» al atribuir un poder especial a las citas, poder que no se deriva de su capacidad de trasmitir y revivir el pasado, sino de su capacidad de «hacer limpieza con todo, de extraer del contexto, de destruir». Benjamin atribuye a las citas en sus obras la función de «atracadores al acecho en la calle que con armas asaltan al viandante y le arrebatan sus convicciones». Al distanciar de su contexto histórico el fragmento, el pedazo de pasado, a la cita le cambia —le transforma, le borra, le anula, le desvía— el carácter de autenticidad, de testimonio, de verdad, resemantizándolo, dotándolo de una potencia de extrañamiento, de enajenación, de novedad, constitutiva de una impensada fuerza liberadora del sentido en el nuevo contexto de aparición. La cita destruye la autoridad y el orden anterior para iluminar como un relámpago la instramisibilidad de la cultura, convertida en valor en sí misma como ruptura y negación de la tradición. Semejante a la experiencia del shock de Charles Baudelaire, muy cercana a la experiencia de pensamiento de De Stefano en Poesía y modernidad, Baudelaire (Caracas, Equinoccio, 2006); fuerza de choque, energía con la que se cargan las cosas al perder su capacidad de trasmisión y comprensión, su familiaridad en el interior de un determinado campo cultural. Paul Valéry define el shock, perteneciente al orden de la sorpresa, como una insuficiencia de lo humano que sólo pude ser organizado por medio del recuerdo. Sigmund Freud contempla también el sueño como medio de entrenamiento de la conciencia, frente a los estímulos externos causantes del shock, que facilita «las mejores condiciones para su recepción» (Walter Benjamin, El París de Baudelaire, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012). Benjamin concibe la experiencia del shock en Baudelaire en el centro del trabajo artístico: el artista, ante la fuerza del shock, lo frena con su conciencia y lo transforma mediante el recuerdo o el sueño en materia de la experiencia poética.

Así, la cita deviene en un procedimiento central en la poesía y narrativa modernas: intertextualiza y transforma lo que relaciona. Produce sentido sobre los sentidos de otros libros y experiencias.

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De Beverly Hills a Buenos Aires, de la Asunción, viajando largo a Dakar, Tremecén, Karachi, Río, Tenerife, Funchal, Lisboa, Tras-os-Montes, Cascaes, Coímbra, Teruel, Albacete, Madrid, Barcelona, de Portbou [el énfasis es mío], justo en la frontera con Francia, a Irún, Hendaya, San Sebastián, Biarritz, Lyon, Toulouse, Montpellier, Marsella, Génova, de aquí para allá, de Anchorage a Anadyr, Moscú, Kazán, Kiev, Nóvgorod, Ekaterimburgo, Omsk, Penza, Tula, Odesa sobre el mar Negro, Vladivostok, Washington, Wichita, Waco, Wellington, Winnipeg, Wilmington, Winterthur, Weimar, Wuppertal. (Paleografías, pp. 48-49)

 

En Portbou, huyendo del nazismo, se suicidó Walter Benjamin, el 27 de septiembre de 1940, posiblemente el mayor excavador de la cultura de la modernidad conocido.

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«Siempre que pintas un cuadro grande, estás dentro de él. No es algo que tú gobiernes». Escrito por Mark Rothko. (Paleografías, p. 116)

El 25 de febrero de 1970, el pintor norteamericano Mark Rothko se corta las venas en su estudio de Nueva York. Ricardo Menéndez Salmón, de profesión filósofo y uno de los mejores novelistas literarios españoles, en La luz es más antigua que el amor (Barcelona, Seix Barral, 2010) intertextualiza la historia del suicidio de Rothko con la de la visita, un lunes del 1350, del futuro papa Gregorio XI al pintor toscano Adriano de Robertis, para destruir su última obra, la blasfema Virgen barbuda; y la de la redacción de la carta de la revelación de su locura del pintor ruso Vsévolod Semiasin, el 11 de septiembre de 2001. El enigma del destino impensado del cuadro de la Virgen barbuda se asocia a la idea del compromiso artístico de la figura del pintor, frente a las fuerzas ciegas de los poderes de la Iglesia, el Estado o el mercado.

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En Paleografías de Stefano encarga a Augusto, el pintor personaje de la novela, la tarea de ir hacia adelante en la excavación de sí mismo y del mundo: el dolor, el miedo, la pena, el cansancio, el tedio; formas de desvío, de destitución de toda dignidad, de indiferencia, de la nada, como posibles causas —¿o consecuencias?— de una crisis de creación, de ideas, asociadas, pero al mismo tiempo alejadas de la salida definitiva, el suicidio. La estrategia narrativa oscila entre la reflexión sobre el sufrimiento y la aparición del amor, el placer, el goce, lo sexual imprevisto, deseado y satisfecho, en la figura de Gina, y el uso del procedimiento de las citas de pintores, cuadros, escritores, libros, cuadernos, libretas, objetos, ciudades, paisajes, para producir el relámpago, el hallazgo, el shock de un arte narrativo «razón de ser de sí mismo», matador del tedio, después de excavar hondo en las voces de los muertos y en el pasado y en la grisura de la cotidianidad para redimirlos.

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El paisaje natural y físico en Paleografías deviene de una experiencia subjetiva en una experiencia objetiva de excavaciones, accidentes, desmontes, desbroces, trochas, caminos secundarios, limpieza, en una operación en la que la atención y los detalles de una inteligencia sintagmática, ajena a los sentimentalismos, posibilita una especie de corazón inteligente (Alain Finkielkraut, Alianza, 2010), que ilumina la complejidad de la condición humana, sin sacrificar la naturaleza del dolor y el amor como forma decepcionante y pasajera de la redención.

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Victoria de Stefano sólo se parece como novelista, en Venezuela, a Victoria de Stefano. En los trazos oscuros sobre líneas borrosas de Paleografías resuenan ecos del método de excavación de Benjamin y su constelación de citas y procedimientos narrativos comunes a Peter Handke, W. G. Sebald, Pierre Michon, Enrique Vila-Matas o Sergio Chejfec.

Victoria de Stefano con Paleografías, una excavación en las ruinas morales y corporales de la figura del pintor Augusto, ha escrito la primera y única novela benjaminiana en Venezuela, y la segunda en Latinoamérica, después de La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte (Barcelona, Anagrama, 2007), otra excavación, esta vez, en el paisaje político y moral en ruinas de la ciudad de La Habana revolucionaria.

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