POR MARIANO SISKIND

SOBRE LA POSIBILIDAD E IMPOSIBILIDAD DE LA DISTANCIA COSMOPOLITA

Me interesa pensar las maneras en las que el cosmopolitismo resignifica las relaciones identitarias que establecen las singularidades culturales con sus ficciones de origen; entender lo cosmopolita más allá de las subjetividades y los discursos culturales que determinan su sentido teórico e histórico. Propongo entonces pensar la eficacia cultural del cosmopolitismo con una relación de distancia, como energía libidinal en el interior de cartografías imaginarias de relaciones culturales. Me interesa la experiencia de la distancia, no la distancia geométrica, geográfica, fáctica, sino la distancia afectiva e imaginaria. Y me interesan los intentos imposibles y fallidos de los escritores cosmopolitas por acortar esa distancia, o borrarla, o plegarla, o extenderla y elongarla. En este artículo me voy a ocupar de la distancia que Darío trastoca, disloca, desplaza y reconfigura respecto del lugar inestable de su enunciación poética y de París, o Francia, o la cultura francesa; o mejor, los modos en los que manipula la distancia entre un lugar de enunciación propio e imaginado y el lugar cultural del significante francés. Voy a analizar una relación cosmopolita paradigmática de la cultura moderna latinoamericana que la tradición crítica nombra de manera marcadamente ideológica como francofilia, y que yo interpreto como la manera lograda y eficaz en la que Rubén Darío se propuso extrañar, descentrar y desontologizar a la literatura latinoamericana (y también a la cultura francesa) para reinventarla dislocada, latinoamericana, sí, pero menos latinoamericana y más moderna. Es decir, Francia, el significante francés, como dispositivo constructivo de una literatura latinoamericana, o algo así como latinoamericana, cuya singularidad se define de manera relacional –comparativa– para extrañarse a sí misma como resultado de una negociación de la distancia imaginaria y afectiva respecto de la hegemonía global de la cultura literaria francesa.

 

CONTRA LA IDEOLOGÍA LATINOAMERICANISTA DEL CAMPO DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS: DISTANCIA COSMOPOLITA Y LITERATURA COMPARADA

Quiero ensayar una aproximación a la cultura producida en América Latina, algo así como latinoamericana, entendiendo que se trata de un objeto que puede estar más cerca o más lejos de ese sobreentendido que es América Latina; se trata de leer objetos culturales en función del modo en que sus productores perciben y elaboran la distancia y la proximidad que los separa de los Otros, fantasmáticos y contingentes, que imaginan, proyectan e internalizan. Este proyecto (que no se limita a reconceptualizar la relación cosmopolita de la literatura producida en América Latina con la cultura francesa) depende de una aproximación comparativa a la particularidad de las singularidades culturales; es decir, depende de la dislocación crítica de una singularidad en relación consigo misma. Estas dislocaciones comparativas –que dan por tierra con toda ficción de origen como formación de una totalidad idéntica a sí misma– tienen el potencial de socavar el provincialismo particularista que suele estructurar la mayor parte de las agendas de investigación y los programas de estudio del latinoamericanismo. El concepto de distancia imaginaria, afectiva, estratégica, relacional y comparativa que estoy tratando de explorar puede servir de antídoto contra la fetichización de la diferencia cultural de este y otro campo con importantes tradiciones discursivas subalternistas, y podría (¡finalmente!) producir un objeto de estudio inconmensurable con la idea de América Latina e iluminar nuevas cartografías culturales, inestables, cambiantes, al mismo tiempo globales e hiperlocales, en las que el predicado latinoamericano quede disuelto en el magma de materialidad irreductible y contingente que sostiene la estructura afectiva de la distancia cosmopolita.

La dislocación del latinoamericanismo que se puede leer en muchas reconceptualizaciones actuales de los conceptos de literatura mundial, cosmopolitismo, transnacionalismo, estudios transatlánticos y otras prácticas críticas trans-, inter- e infra- presuponen interpretaciones más o menos radicales de la distancia temporal o espacial que une y separa formaciones culturales discretas respecto de aquello que se imagina por fuera de su particularidad cultural. Lo que me interesa de estas propuestas que desafían las inclinaciones identitarias del latinoamericanismo es la apuesta por construir el lugar de la significación en la frontera de lo latinoamericano, en el intervalo que une y separa a América Latina de los espacios otros que definen el espacio de su exterioridad internalizada; la idea de que el sentido se constituye siempre como una proyección fantasmática que se confunde con el objeto causa del deseo. Y, en este sentido, resulta imprescindible repensar el modernismo hispanoamericano como una relación global (voy a volver sobre esto al final del artículo).

Hoy quiero ocuparme de los imaginarios discursivos, deseos y ansiedades cosmopolitas que transforman el espacio geométrico, euclideano que separa y acerca la literatura latinoamericana, el modernismo y la escritura de Rubén Darío al significante francés, en un intervalo que ya no será abstracto, vacío y homogéneo (para decirlo en los términos en los que Walter Benjamin define la noción de tiempo que está en juego en el discurso historicista del positivismo); un intervalo afectivo que no es ni latinoamericano ni francés. Designar este no-espacio que al mismo tiempo une, separa y disloca con el predicado «cosmopolita» tiene que ver con una opción crítica personal (y ya lo sabemos: la crítica es siempre una forma desplazada de la autobiografía), pero puede pensarse en relación con una notable variedad de problemas estéticos y políticos porque la falta de un principio transcendente fundacional en el centro de ese vacío que estamos acostumbrados a llamar América Latina exige constantes rearticulaciones de las determinaciones estructurales que crean nuevos e inestables ensamblajes geográficos, y de los presupuestos topológicos que permiten imaginar un campo de estudios a partir de las series textuales que seamos capaces de imaginar.

 

FRANCIA, AQUÍ Y ALLÁ

A pesar de que muchas de estas ideas ya estaban prefiguradas en Azul…, que se publicó en 1888, me interesa pensar en la escritura de Rubén Darío entre 1893 y 1901, un periodo de peculiar intensidad en cuanto a los usos de Francia y del significante francés en el proceso de modernización radical de la lengua, la literatura y los imaginarios culturales de América Latina y España. Desde Juan Valera y José Rodó, la condena de Darío por «francófilo» ha sido uno de los topos que constituyeron el discurso diferencial de las tradiciones críticas hispanófila y latinoamericanista. Se trata de un malentendido que comienza cuando Valera escribió sobre el «galicismo mental» que Darío desplegaba en Azul…, y Rodó sobre «la poesía enteramente antiamericanista de Darío», al tiempo que le reprochaba que «evoca siempre, como una obsesión tirana de su numen, el genius loci de la escenografía de París» (74). Me interesa revisar estas ideas (que pronto se convirtieron en lugares comunes de la crítica dariana) para pensar, en cambio, en los usos del significante francés como estrategia modernizadora que involucra un descentramiento, una dislocación del imaginario universalista de la cultura francesa y, simultáneamente, un desplazamiento de la particularidad cultural latinoamericana; es decir, una reinscripción de Francia en América Latina y de América Latina en Francia que obliga a descartar cualquier idea de francofilia mimética para abrir un campo de reflexión sobre el cosmopolitismo como dislocación, o cosmopolitismo de la dislocación: cosmopolitismo no como afirmación de una pertenencia, un mandato, una deuda y una obligación universales, sino como la formación político-cultural que disloca la estructura discursiva de afirmaciones universalistas y particularistas. Cosmopolitismo de la dislocación como un intento de reconceptualizar una noción más convencional y abstracta del cosmopolitismo como representación afirmativa – imaginaria y narcisista de la propia particularidad cultural en términos universales– para pasar a pensar el discurso cosmopolita como un vaciamiento de la universalidad de lo universal y, en cambio, definir lo universal desde los márgenes de las articulaciones hegemónicas como el lugar de la falta, de la imposibilidad de la particularidad (porque pertenecer es imposible, porque es imposible volver a casa, porque el origen es una ficción); y entonces, lo universal como la escisión de lo particular, como el límite interno que lo vuelve imposible; un universal carente de universalidad, un universal que no es universal sino, apenas, la exterioridad, la intemperie que resulta de la imposibilidad de la identidad particular, de la pertenencia, de la patria que no es creíble (ni enunciable) ni siquiera como ficción. Esta forma radical de cosmopolitismo sirve para pensar el modo en el que Darío produce, desde el lugar de la falta, una intervención discursiva que apunta a reconfigurar la distancia atlántica, vertical, platónica entre la hegemonía de la universalidad francesa que ya no es y la marginalidad de la particularidad cultural latinoamericana que ya es francesa (es decir, moderna), y entonces establecer una distancia estética acortada, abreviada, casi imperceptible entre unos y otros, entre Francia y América Latina, entre Darío y Verlaine, una distancia impregnada de afectividad.