POR OLGA ELWES AGUILAR Y MARÍA DEL MAR RAMÓN TORRIJOS

Han debido pasar algunos años para que a la poeta Gloria Fuertes (1917-1998) le sea adjudicado el sitio que le corresponde dentro de las letras hispánicas, y en concreto dentro del panorama poético español de la postguerra –nos referimos al interés y reconocimiento académico entre la crítica especializada, puesto que el favor del público ya lo había conseguido mucho antes–. Autora singular, tanto en su personalidad como en la originalidad de su producción poética, la popularidad de Gloria Fuertes entre el público creció exponencialmente en la década de los 70 gracias a sus recitales de poesía, su participación en programas de radio, sus publicaciones poéticas dirigidas a los niños y sus apariciones televisivas, aunque llevaba escribiendo desde su infancia –«empecé a escribir antes que a leer»[i]–, llegando a publicar su primer poemario, Isla Ignorada, en 1950. Desde este primer título hasta el último, Mujer de verso en pecho (1995), Gloria Fuertes siguió una fructífera trayectoria literaria que incluye poesías para adultos, teatro, relatos, composiciones musicales y poesía infantil, a lo que hay que añadir una intensa labor desempeñando actividades paralelas a la escritura, como sus recitales de poesía, la creación de una biblioteca ambulante, numerosas entrevistas radiofónicas o pregones en diferentes pueblos y ciudades de España. A medida que fue ganando popularidad y reconocimiento crítico se reeditaron muchas de sus obras y se sucedieron los premios y homenajes, llegando a lograr importantes galardones como el Premio Acento por su poemario En pie de paz (1959), el Premio Guipúzcoa de Poesía (1965) o el Premio Internacional de Literatura Infantil Hans Christian Andersen (1975) por su obra Cangura para todo. Un día después de su muerte, ocurrida el 27 de noviembre de 1998, el poeta Pere Gimferrer publicó una reseña en la que deja entrever las razones de su modesto reconocimiento literario en contraste con su enorme popularidad:

«Una confluencia de circunstancias ha eclipsado en parte el alto lugar a que tiene derecho en la poesía española contemporánea: algunas no desinteresadas omisiones, la relativa incomodidad que derivaba de su cordial y sólida personalidad humana y por paradoja mayor su éxito como autora de niños»[ii].

 

Aunque existe la idea generalizada de que la relevancia poética de Gloria Fuertes como una de las autoras más importantes de la poesía española contemporánea ha sido subrayada y analizada con más intensidad en el extranjero que en España –gracias a los trabajos llevados a cabo por críticos e hispanistas norteamericanos como Peter Browne, Brenda Capuccio, Nancy Mandlove, Andrew P. Debicki, Sylvia Sherno o Alberto Acereda–, no debemos tampoco pasar por alto investigaciones y reseñas críticas de gran calidad que, sobre la producción poética de Gloria Fuertes, se han llevado a cabo en nuestro país por especialistas como Francisco Ynduráin, Emilio Miró, José Luis Cano, María Payeras o Pablo González Rodas. Gracias al trabajo de estos críticos, el nombre de Gloria Fuertes ha ido ganando reconocimiento literario, y paulatinamente ha dejado de aparecer únicamente en las visiones críticas que desde un punto de vista panorámico recorren la poesía española de postguerra, para constituirse en sí misma objeto de estudio especializado, apareciendo en las últimas décadas numerosos estudios pormenorizados sobre diversos aspectos de su corpus poético.

Es difícil catalogar el trabajo de la autora como perteneciente a una generación o grupo poético, pues como ella misma se encarga de subrayar: «cuando empecé a escribir, niña-adolescente, como no había leído nada, mi primera poesía no tenía influencias»[iii], añadiendo más tarde que ni siquiera el paso del tiempo le hizo aceptar influencias externas –«aunque después, como es lógico, leí y leo poetas, a mí no hay quien me influya, así que, como en 1934, sigo siendo huérfana e independiente»[iv]–. De hecho, no será la única vez en que la autora remarque su «insularidad» insistiendo en su personal estilo, tal y como describe Pablo González Rodas en la introducción del poemario Historia de Gloria (Amor, humor y desamor) (1980), donde el crítico incide en la independencia literaria de Gloria Fuertes, recuperando alusiones que, sobre su personal estilo, realiza la autora en su corpus poético:

«Nos encontramos al leer la obra de Gloria con una poeta sui géneris, independiente, “Cabra Sola” en el panorama literario español, quien al preguntarle a qué corriente pertenecía, contestaba que a la “corriente-corrientita”, que “se mueve sola”, y que su poesía “está muy entroncada con Gloria Fuertes”, que se parece mucho “a Dios y a mí”»[v].

 

No obstante y a pesar de las declaraciones de la autora, gran parte de la crítica parece estar de acuerdo en asociar su nombre a determinados movimientos literarios, como son el postismo y la generación del 50. Aunque bien es cierto que puede encontrarse conexión entre el postismo –formación literaria de postguerra a la que Fuertes se unió a finales de los años 40 junto a Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y en el que también participaron Ángel Crespo y Francisco Nieva– y la poesía de Gloria Fuertes en cuanto a su tendencia lúdica y su base humorística –vinculación que la propia autora se encargaría de reconocer cuando señala «fui surrealista sin haber leído a ningún surrealista, después aposta “postista”»[vi], es posible también llegar a encontrar contradicciones entre el carácter intelectual del postismo y el tono eminentemente popular y social de la poesía de Fuertes. Junto al postismo, la autora suele aparecer asociada a la generación del 50, o más concretamente, como nos recuerda Pilar Monje[vii], situada a medio camino entre dos grupos de poetas sociales: una primera generación que continuará la producción iniciada por Dámaso Alonso y su Hijos de la ira (1944), –al que pertenecerá Gloria Fuertes junto a la primera generación de poetas de postguerra, entre los que se encuentran Blas de Otero, Gabriel Celaya, José Hierro o Leopoldo de Luis–, y un segundo grupo de autores conocido como segunda generación de postguerra o generación del 50, y del que forman parte entre otros Ángel González, José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald o José Ángel Valente.

Adicionalmente, debemos también tener en cuenta que en numerosas ocasiones Gloria Fuertes aparece considerada por la crítica como un eslabón más en la cadena poética femenina dentro de la literatura española contemporánea, vinculada concretamente con la producción poética femenina de postguerra junto a Carmen Conde y Ángela Figuera, a las que posteriormente se unirán autoras como Julia Uceda, Pura Vázquez, María Victoria Atencia, María Elvira Lacaci, Dionisia García o María Beneyto. No olvidemos que, quizá para dejar constancia del espacio marginal que la mujer –en cuanto que mujer y en cuanto que poeta– ocupaba en la poesía de postguerra, Gloria Fuertes funda en 1947 el grupo Versos con faldas junto con Mª Dolores de Pablos, Adelaida Lasantas y Acacia Uceta. Así describe María Payeras la identidad de grupo creada en esta asociación, resultado de la creciente incorporación de la mujer al ámbito literario durante los años de postguerra:

«El grupo se formó para divulgar la poesía de autoría femenina contemporánea     escrita en español, y aunque sus recitales –concebidos por contraposición al        pacto tácito de no recitarse poemas unos a otros que primaba en las tertulias          madrileñas frecuentadas por hombres– se celebraban invariablemente en la        ciudad de Madrid, actrices y locutoras de radio daban voz a aquellas autoras que, no pudiendo asistir personalmente, enviaban su colaboraciones desde el resto de          España y también desde la América latina»[viii].

 

La fuerte vinculación que la poesía de Gloria Fuertes mantiene con la cultura popular la encontramos ya en los mismos orígenes de la autora, puesto que esta nació en una familia humilde en el barrio madrileño de Lavapiés, de madre costurera y padre bedel. En 1934, con quince años de edad, pierde a su madre y debe luchar por sobrevivir en los duros años de la guerra y la postguerra española, comenzando a trabajar en Talleres Metalúrgicos, a la vez que empieza a publicar sus primeros versos y a ofrecer sus primeros recitales de poesía en Radio Madrid, como señala la propia autora: «Y así, trabajando sin cesar en diferentes oficios (y sin dejar de escribir un solo día poesía) pasé en 1939 de la oficina de hacer cuentas a una redacción para hacer cuentos»[ix]. En 1939 pasará a incorporarse laboralmente a la Revista Infantil Maravillas, donde escribe cuentos, relatos cortos y poesía para niños. Comienza también a colaborar en revistas para adultos como Rumbos, Poesía española y El pájaro de paja, mientras que crea y dirige la revista poética Arquero de poesía entre 1950 y 1954, junto a Antonio Gala, Julio Mariscal y Rafael Mir. Tras estudiar Biblioteconomía e Inglés en el International Institute, obtendrá una beca Fulbright en 1961 y viajará a Estados Unidos, trabajando como profesora visitante en las universidades de Buchnell, Mary Badwin y Bryn Mawr. En referencia a su trabajo como profesora de poetas españoles en la Universidad de Buchnell (Pennsylvania), la autora pone de manifiesto su carácter autodidacta al inaugurar su curso con las palabras «es la primera vez que piso una Universidad, no como estudiante, sino como profesora»[x]. De vuelta a España, continúa colaborando con diversas revistas y comienza a trabajar como realizadora en programas de televisión infantiles, lo que acrecentará su popularidad como «poeta de los niños» durante la década de los 70 y 80, uniendo a esta actividad otras muchas, como nos recuerdan en la Fundación Gloria Fuertes –«lecturas, presentaciones, radio, entrevistas, periódicos, visitas a colegios, pregones, viajes, TV, homenajes, siempre cerca de los niños; publicando continuamente, tanto poesía infantil como de adultos»–[xi].