El filósofo que le apuesta a esta tercera forma de ejercer su labor tiene un compromiso con la originalidad, el pensamiento creativo y el afán de divulgar a un amplio público la sonoridad de sus pensamientos. Librando la invisibilidad en su presente y superando el olvido de sus lectores futuros. Lo consigue cuando su escritura refleja algún tipo de sentir masivo: un modo de ser común con quienes lo leen y quizá también con otros que ni siquiera compartirán su siglo. Esta clase de filósofo se vuelve el espíritu que expresa las preocupaciones universales de una época que se reitera en el eterno ciclo del obrar humano.
Una filosofía así, que le apueste al «libertinaje» creativo, no es una filosofía frívola porque sabrá encontrar el equilibrio entre la belleza y lo elevado, entre lo críptico y la claridad; esta última, por cierto, es siempre un mérito para la mirada del lector común, ese lector desperdigado por el mundo de la cultura que, sin habitar ninguna disciplina exclusiva, pueda llegar a la patria de la filosofía y se demore ahí por un largo tiempo.
Pensemos en el bucólico Zaratustra, quien después de diez años en las montañas regresa al pueblo a predicar la buena nueva, a divulgar, en intempestivos fragmentos, la originalidad y atemporalidad de su propuesta: el diagnóstico anticipado del nihilismo, tras la muerte de Dios y, en consecuencia, la decadencia de los valores tradicionales. ¿Qué le quedaría al hombre para contrarrestar «el desierto que avanza», esa falta de sentido frente a la vida? Nietzsche supo hacer filosofía desde el carácter heterodoxo de las palabras, leerlo es un deleite, pero la belleza de su discurso siempre nos arroja una pregunta originaria, el pronunciamiento último de todo ser humano: la pregunta por la autenticidad o falsificación de su propia existencia, la patología o la sanidad de nuestras creencias y si éstas habrían o no de ser renovadas por una moral nueva. Y, si salimos del recurrente eurocentrismo, en la filosofía mexicana, ¿qué autores han construido su obra en aras de la originalidad sin temor de volverse intempestivos? ¿Quiénes han navegado en altamar y han regresado a la isla a enseñarle a los demás otra manera de hacer filosofía?
Levemos anclas, zarpemos del Atlántico al Golfo, instalémonos en ese territorio, hagamos una expedición de las posibilidades o las imposibilidades de ejercer una filosofía auténtica. Con lo que esbozaré a continuación aspiro a lo que alguna vez el filósofo Carlos Pereda describió, en Conversar es humano,[i] como «un fervor vagabundo» de la ensayística, a desarrollar andamiajes reflexivos sin muletas sostenidas en el rigor, o dirigidas solamente a una comunidad «epistémicamente cerrada» a sus propias obsesiones. Al contrario, mi intención es hacer un ensayo dirigido a un público amplio, apelando con ello «a una intervención más inmediata», que cimbre en alguna medida la conciencia del lector común, y, aunque quizá no contribuya «al discurso del pensamiento», espero sí «al discurso de la opinión», y que no por ello pierda su importancia.
Trataré de explicar qué está sucediendo actualmente en los distintos ámbitos de la filosofía en México. Con esta serie de observaciones quisiera resignificar al mismo tiempo la importancia de una filosofía que tendría que proyectarse hacia fuera de la isla en la cual se encuentra encerrada desde las últimas décadas. Me propongo, además, defender la postura sobre la importancia de la divulgación y la amplitud de otras formas de pensamiento filosófico más allá del común ensayo académico. Aclaro entonces, de antemano, la condición subjetiva de este panorama: ¿acaso no es también la filosofía eso que alguna vez José Gaos describió como una «confesión personal»?
TAXONOMÍA DE UNA FILOSOFÍA MEXICANA ACTUAL
Considero que la filosofía en México, en su sentido actual, puede explicarse esencialmente desde cuatro áreas, de las cuales, es seguro, se desprenderá una variedad de subespecialidades en las que no podría profundizar debido a las limitaciones del espacio que puedo dedicar a este texto. Quisiera, entonces —y ofrezco de antemano disculpas por las omisiones que habré de hacer muy a mi pesar—, esbozar, en primer lugar, una taxonomía breve de las formas más generales, y a mi juicio más importantes, del quehacer filosófico en México, acompañada sólo de algunos de los protagonistas de las últimas tres décadas. Para, por último, dejando anunciada la isla, proceder a la exploración de las raíces, a la contemplación de los viejos árboles de la filosofía que se preguntaron explícitamente por sí misma: la filosofía de lo mexicano y lo latinoamericano, así como a la mirada crítica de su fauna actual, advirtiendo en momentos sobre la toxicidad de algunas prácticas que crecen sigilosamente a expensas de los árboles caídos.
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Dentro de una primera clasificación de la filosofía, encontramos la que interpreta las estructuras fundamentales de la existencia. Más allá de cualquiera adherencia política o social, indaga por la naturaleza más originaria de todo hombre: la comprensión de su propio ser, la forma en que los fenómenos les son dados a su consciencia o los modos de apertura que muestra frente al mundo, como, por ejemplo, el mecanismo con el cual funciona su afectividad, la forma en que puede asumir su tiempo de vida y las reacciones con respecto a su propia finitud. Este ámbito, al que quiero referir como ontología y hermenéutica, dependiendo del autor, cobra un matiz distinto, aunque finalmente es una teoría de la interpretación, la cual indaga en la estructura de la conciencia humana o los preceptos más universales mediante los cuales el individuo comprende su existir, su propio ser.
En este rubro hay que destacar la labor del filósofo Antonio Zirión Quijano (1950), adscrito al Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIFL-UNAM) y quien no sólo ha dedicado sus esfuerzos al análisis estricto y riguroso de la obra de Edmund Husserl y a la divulgación de su recepción en América Latina, sino que desde 1997 coordina la edición de las Obras completas de José Gaos, publicada por la UNAM y que antes fue coordinada por el filósofo Fernando Salmerón hasta su muerte.
También, desde hace algunos años, el doctor Zirión ha trabajado en una propuesta propia, una filosofía que, sin temor a equivocarme, seguramente se convertirá en un eslabón original dentro de la fenomenología mexicana. A esta nueva propuesta es a lo que Zirión ha llamado una fenomenología «Sobre el colorido de la vida», que desde un planteamiento muy general se pregunta por esos detalles minuciosos y casi imperceptibles que le confieren una dimensión afectiva profunda y propia a la existencia de cada uno de nosotros.
Expuesto en un estilo de escritura que no renuncia a su belleza, este «colorido de la vida» no es un estado de ánimo particular, sino una suma incalculable de los momentos más significativos de nuestro existir, de las evocaciones más agudas de nuestro pasado, que parecen reunirse en un solo instante, rompiendo el sentido de una temporalidad condenada a la linealidad y generando una atmósfera inexpresable e inhabitable para el prójimo, pero de significativa amplitud e intensidad para uno mismo.
Me gusta pensar este colorido de la vida como ese excedente de sentido que se esconde hasta en la circunstancia más cotidiana, que va acumulando un aroma propio, que vuelve nuestra existencia intransferible. Estos instantes que estallan e inundan de sentido la cotidianidad son de profundidades inabarcables, por lo que sería imposible detallarlo desde una conceptualización lógica y rigurosa. Como escribiría Zirión, «padece de inexpresabilidad secreta y de claustro solitario, es innegable, pertenece al ámbito de lo inefable. Su cualidad, su sentido peculiar, es inconceptualizable».[ii] El colorido de la vida es, entonces, una vivencia que les da exclusividad a nuestros propios estados afectivos, que nos vuelve transparentes a nosotros mismos. El colorido de la vida me arroja a sentirme así:
[…] [En] un «lugar» único en mi vida, en mi mundo; «resuena» en mí de una manera peculiar, única, singular, como sólo ella puede hacerlo, por encontrarse en el «momento» y el «sitio» en que se encuentra, aquí y ahora, dentro de mi «biografía», dentro de mi «geografía afectiva», o dentro del campo de mis «significatividades», de mis «valores propios» e «individuales», gracias a mi «concernimiento anímico» con ella. Entra aquí toda la gama de lo que en la vida diaria se llama «valor sentimental».[iii]