POR JOAQUÍN IBÁÑEZ MONTOYA

Para Bruno

 

INTRODUCCIÓN

Hace cinco siglos se fundó, de manera definitiva, la ciudad de La Habana. En un año escenario de grandes descubrimientos geográficos por los castellanos, con el objetivo de evaluar su relevancia actual, se plantean cuatro artículos, encabezados por éste como una introducción, para revisar su aportación cultural tras la independencia como patrimonio leído a través de las diferentes declaratorias, como un mecanismo de re-significación entre el final del siglo xix y la Revolución y como, por supuesto, parámetro de proyecto. Con el concurso de sus cuatro aniversarios previos, desde la arquitectura, desde su condición urbana y territorial describe un instrumento para la construcción de una identidad marcada por la uniformidad de la globalización que, hoy, se ve acompañada, paradójicamente, de una reclamación de diversidad.

Esta conmemoración implica una oportunidad para convertir su experiencia vital, conocida, en un soporte para su capacidad de imaginación. Contextualizando metodológicamente con el apoyo de tres argumentos paradójicos y trasversales, su perfil de protagonista destacada, con la complicidad de los ODS de la Agenda 2030,[1] pretende reforzar su condición metafórica de rótula. Comprender el proceso histórico de su urbanización como una memoria trasportada para viajar navegando sobre un mapa que es siempre desconocido. Construyendo de su pasado una «ventana» al futuro de capacidades éticas.

En su adjetivación de modernidad, en La Habana, realidad y mito se entremezclan. Como el sueño de la utopía que fue siempre, expresa un objeto de deseo no consumado en sus vestigios presentes, en los restos que nos ofrecen un perfil paisajístico significativo fruto de una alianza constante entre el hombre y la naturaleza. La Habana es, esencialmente, una ciudad situada en medio de muchas rutas. Un centro logístico innato que enmarca una cultura de escaparate cosmopolita con diversas funciones y reflejos. Una cultura, latente, que permanece hoy atenta a la razón excelsa de un origen que se expresa como una mirada en tránsito desde una identidad ejemplar de mestizaje y diversidad.

 

VIAJE

«Se ve el recuerdo de otros tiempos más allá el mar. Tengo veinte años y no puedo responder. No se dé que materia esta hecho el aire».

Le Corbusier, Viaje a Oriente

 

Dentro de unos meses se cumple medio milenio de que Diego Velázquez, un oriundo de la localidad segoviana de Cuéllar, fundara la ciudad de La Habana. Era la última de las «siete villas» de la isla de Cuba. Consolidaba el asentamiento, tras varias experiencias previas, de una de las ciudades más antiguas de América; quizá, también, de una de las más bellas. En todo caso, sin duda, era el fruto de una historia que siempre será atractiva. Evaluar su relevancia en este aniversario plantea, aquí, metodológicamente, cuatro artículos desde los cuales este texto de inicio propone establecer una reflexión sobre su significado contemporáneo. Hacerlo como soporte material de un inventario de hechos y evoluciones excepcionales; dar noticia de su condición cultural mediante una revisión reforzada por tres análisis específicos que describen la riqueza de las escalas y mecanismos que configuraron esta ciudad en su larga y ajetreada biografía. Hacerlo, por ejemplo, con el concurso de las fechas de sus aniversarios previos desde su condición urbana y territorial, en el seno del mar Caribe, como conexión continental atlántica entre Europa y América. Como el escenario privilegiado de algunas de las estructuras más destacadas de un proceso de colonización y de defensa muy singulares. Evaluar San Cristóbal de La Habana, en su condición presente, implica hablar de un recurso para la construcción de una identidad marcada por la uniformidad en la globalización que, hoy, se acompaña de inevitable diversidad. Determinar los perfiles de la aportación que La Habana ha hecho a la humanidad, como capital de la República, tras casi cuatrocientos años de memoria compartida. Analizarla como un patrimonio leído a través de las diferentes declaratorias en su proceso de resignificación entre el final del siglo xix y la Revolución como enunciado de proyecto.

Nuestro objetivo aquí es detectar respuestas no evidentes; quizá, incluso, pendientes. Desvelar posibles argumentos para su conocimiento presente en sus materiales y documentos para aprovechar la excusa de esta celebración y armar su proyecto como ciudad cara al próximo medio milenio que aún tiene por delante. La clave debería de ser la perspectiva de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas por supuesto. Indagar en la condición ejemplar que evidenció su existencia en muchos momentos de su historia para interpretarla ahora como garantía de un potencial colectivo en muchas escalas que, intuimos, atesora. Sus espacios y sus habitantes.

Proponemos, pues, enfrentar el reto desde tres hipótesis necesariamente trasversales: el viaje, el vestigio y su visión. Estructurar esta reflexión introductoria para contextualizar su consistencia contemporánea, como patrimonio cultural, con estos tres instrumentos innovadores y, sobre todo, paradójicos. Arrancar con un viaje metafórico que estimule el acercamiento desde el momento presente hacia el valioso repositorio de memoria que, como primer agente, supone, en La Habana, el activador de sus vestigios de lo construido. Sobre su espacio antropizado, a la par de una visión no prevista, esta tesis primera nos va a permitir entender mejor no sólo una estrategia histórica singular, inestable, de apropiación del territorio, sino la peculiar consistencia de su biografía como ciudad viajera. «No es Ítaca, sino el viaje» nos indicaba Constantino Cavafis; «no es la posada sino el camino», adelantó Miguel de Cervantes. Como muestra de una «memoria trasportada» con la llegada a América de los castellanos en forma de normas legales a desarrollar La Habana enuncia una ciudad inquieta, que experimenta dubitativamente el lugar. Que lo hace desde la función y desde la persuasión ideológica pero también, ahora, desde la interpretación poética. El viaje aquí fue siempre una oportunidad. Una oportunidad que permitió, y permite, profundizar en su potencial como patrimonio educativo para aprender a «navegar» sobre las nuevas fronteras que se la ofrecieron y que hoy se nos presentan.

En este aniversario como escenario privilegiado para la revisión, no obvia gobernar —no en vano etimológicamente proviene de un término griego que tiene que ver con navegar—. Supone, ante todo, un ejercicio de cooperación: el piloto de la nave no es nadie sin el apoyo de una tripulación solidaria. La metáfora nos permite descubrir una característica de la cultura habanera que tiene mucho que ver con ese principio kantiano del «aprender a saber». Como en los pasos reseñados al comienzo de este capitulo que le permitieron al joven arquitecto Le Corbusier, cuando visitaba la Acrópolis de Atenas, entender que la historia no suponía tanto un descubrimiento como una promesa, explorar que es La Habana requiere interpretar sus vestigios materiales; leerlos no en forma de un pasado, sino de un futuro. Inventariarlos para comprender como los entendiera Alexander von Humboldt en sus variadas visitas a la isla. El acercamiento presente a La Habana no queremos que sea neutral: será científico, naturalmente, pero sobre todo, será íntimo. Perseguimos que establezca una excusa actualizada para requerir el concurso de redes universitarias cooperativas como el Proyecto PHI.[2] Diseñar aplicaciones adecuadas con su realidad social y tecnológica. Convertir en memoria propositiva los sonidos de aquella canción habanera que traía noticias, todas las noches, desde el otro lado del océano al protagonista de «Antaviana».[3] Hacer visible lo que de manifestación plural tiene La Habana contemporánea, tan contradictoria en su condición de última capital española en América, a la par que ejercicio presente de resiliencia.

Sus espacios contenidos responden a muchos tiempos. Por supuesto, a su momento de nacimiento. Al motivo del aniversario celebrado. La Habana es un eco destacado de la explosión urbana que se produjo en el Nuevo Mundo en aquel año lejano de 1519, un «archivo» de los cientos de fundaciones que sus viajeros produjeron y conocieron. Referente muy relevante, cuantitativo pero también cualitativo, del recorrido previo por las Antillas desde la llegada de Cristóbal Colon hasta su bahía, así como de la urbanización desarrollada hasta la publicación de las «Ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación dadas en el Bosque de Segovia». Es meta en la sucesión de los asentamientos que tienen allí su cenit, a la par que inventario en el que estarán incluidas seguramente, en nuestros días, casi todas las capitales nacionales y regionales de la América hispánica. La Habana y el año 1519, son un verdadero «agujero negro» de energías. Una articulación de doble movimiento, de espacio y tiempo, para recordar los hechos producidos en su lugar y en tal fecha; y para poder leerlos, ahora, de manera desconocida. Es, desde luego, el resultado de la mundialización que entonces se consolidaba y que haría, a sus fundadores, testigos de otro asentamiento crucial, coetáneo, sobre el nuevo océano recién descubierto: Panamá. Esta última es primera ciudad situada en el mar del Sur y se funda, también, en este año denso, significando la apertura a la expansión definitiva por la llamada «tierra firme», Sudamérica y Centroamérica, además del acceso al «Estrecho Dudoso» que versificara Ernesto Cardenal. Su descubrimiento competirá con la expedición que, Magallanes y Elcano, inician en estas fechas en la búsqueda del paso trasatlántico que circunvalara la Tierra por vez primera.

La fundación de la Habana enmarca un principio de modernidad. Cuando en el año 1519, por mar, Magallanes y Elcano verifican un concepto fundamental de insularidad americana como continente autónomo. Describirán la ruta por el este al Maluco; sus especies se hacen accesibles a Castilla. El mundo real se ajusta al de los tratados papales; aunque las Islas Filipinas no los respeten exactamente. En estos mismos momentos, La Habana observará también el paso de las naves de Hernán Cortes hacia la costa caribeña que, con la fundación de Veracruz, dará un «paso de gigante» para el conocimiento de las grandes culturas americanas. Bartolomé de Las Casas defenderá en ese año su utopía frente a las predicas reformistas de Ulrico Zuinglio. Es un mundo en una profundas trasformaciones, aceleradas, que asiste al fallecimiento de Leonardo da Vinci y a su último dibujo, «La dama que señala», que describe perfectamente estos cambios; como, cuatro siglos, después lo hace Paul Klee y su famoso Angelus novus.[4] O Marcel Duchamp, devoto del primero, a quien homenajeara en su aniversario con su irónico ready made «L.H.O.O.Q.» sobre la Mona Lisa. El presente año, 2019, es el escogido por Ridley Scott para situar a su ciudad futurista en Blade Runner; desde la arquitectura, cinco momentos diferentes, se unen otras tantas disciplinas. Generan un verdadero nodo desde el que viajar, según los supuestos señalados por el Diccionario de Lengua Española en su edición conocida como Diccionario de Autoridades: «componer, poner en orden a la narración de lo contemplado […]. Intentar ordenar los enigmas del camino».[5]

Un protocolo dual consolida en La Habana un itinerario innovador de ida y vuelta entre Europa y América a través de las flotas que surgirán regularmente de su puerto. Desde ella, entre la Florida y Yucatán, se abrirá la exploración de las regiones vecinas. Y, desde allí, se cierra un ciclo de la conquista. Un capítulo urbanizador que, desde la poiesis, desde la acción, nos permite asumir el encargo desarrollado en estas palabras. Como iberoamericanos en esta herencia cultural en la que todos tenemos algo de habaneros, desde luego, somos, obviamente, históricos, ya que tenemos una amplia memoria compartida centrada aquí. Esta ciudad nos unió, y nos une particularmente, como ciudadanos de ambas orillas del «vacío atlántico», en un relato sin finalizar construido durante varios siglos y desde un repertorio múltiple de focos físicos y virtuales. Nos propone un compromiso ineludible a desentrañar como un portulano de rumbos originados en ella no del todo aclarados. La ciudad iberoamericana que La Habana protagoniza refleja un ejercicio de construcción como adaptación ante una naturaleza, no siempre muy colaboradora, como una condición peculiar de «hito en el camino»; no fue un viaje sino un «proyecto de viaje». Aunque quisiera permanecer, por tanto, discreta, nosotros no se lo permitiríamos; no podemos. Desvelar sus argumentos constructivos, deconstruirlos ahora para asumirlos de nuevo, nos compete. Y nos interesa para entender su viaje sistemático al «límite de lo conocido», al mítico limes, como el paisaje cultural que inauguró su fundación sobre una terra incógnita en sistemática interpelación.