POR MALVA FLORES

Nada más sentir que uno se va, todas las cosas todavía tangibles pierden casi de inmediato su existencia cercana. Son como vulneradas en la potencia de su presencia, en la que, algunas de ellas, se desvanecen.

Paul Valéry

Todo juicio se sustenta en nuestras pasiones.

Salvador Elizondo

 

LOS CUADERNOS SECRETOS Y SU BIFURCACIÓN

No es un hecho premeditado, pero sí una celebración del azar objetivo, que la primera sección de los Diarios 1945-1985 (Fondo de Cultura Económica, 2015) de Salvador Elizondo (1932-2006) se llame «Cuadernos de Elsinore» y corresponda al primer cuaderno del autor de Farabeuf, escrito en 1945 (cuando Elizondo tenía trece años y cursaba su educación en la Elsinore Naval and Military School) y que su última novela sea precisamente Elsinore, un cuaderno (El Equilibrista, 1988) —la más perfecta de sus obras—, en la que rememora, modifica y traduce en narración y trama aquella temporada de su infancia en el colegio norteamericano.

Apenas salido de la infancia, Elizondo se desesperaba en Elsinore y escribía: «A los 15 años estoy derrotado y ya no puedo luchar, todo a mi alrededor se mueve con pasos de incertidumbre y de tristeza a través del medio ambiente de mi melancolía infusa». Me miro en el retrovisor del tiempo a esa misma edad, con un estremecimiento parecido que, por supuesto, nunca pude expresar de esa manera y es precisamente en la tristeza o, mejor aún, en la melancolía que ésta provoca, donde puede hallarse el motor de su escritura pues el propio Elizondo aseguró en Camera lucida (Joaquín Mortiz, 1983) que la tristeza propiciaba «el cultivo de algunos géneros literarios; principalmente el del llamado “diario íntimo” o “confesiones” que constituyen, por así decirlo, la forma que la vida secreta reviste para presentarse en público, ya que es un sentimiento que pone el ánimo en relación con cualquier cosa; una flor o una estrella convocan por igual este secreto común a todos; secreto a voces que es la substancia de toda la literatura de confidencia».

Los llamados Diarios no lo son estrictamente. Sí, una antología de los diversos cuadernos que Elizondo escribió y que —él mismo lo explica— empezaron como un diario secreto en su adolescencia que pronto se convirtió sólo en un cuaderno, «antes de perder temporalmente su interés. No desaparece, sin embargo, antes de haberse bifurcado, a su vez, produciendo una nueva subserie de cuadernos paralelos, uno de los cuales siempre es un cuaderno secreto». De distintos tamaños, colores y texturas, los cuadernos contienen proyectos, poemas, cartas, dibujos, fotografías… Elizondo nos señala que, en marzo de 1967, mantenía un cuaderno para los hechos reales, otro para las lecturas y proyectos literarios; uno más «en el que hablo de las cosas de las que nunca hablo con nadie» y un «diario metafísico», donde escribe sobre algunas «experiencias meditativas». Finalmente, otros cuadernos que contienen tareas literarias, «borradores, las hipótesis, los azares, las equivocaciones garrafales y las mentiras». Al observarlos todos juntos sobre su escritorio, piensa que el proceso del cual nació la proliferación «habrá de devolverlos al punto central del que habían partido. Entonces quizá habré dejado de ser un llenador de cuadernos».

La bifurcación de los diarios dio como resultado la escritura de «más de cien cuadernos de diarios, escritura y dibujo que abarcan del año 1945 al 26 de marzo de 2006, tres días antes de morir», señala Paulina Lavista, su esposa y autora de la selección, prólogo y notas del hermoso libro publicado por el Fondo de Cultura Económica como una selección de aquella vasta obra, dividida en doce apartados que incluyen un cuento inédito: «Dry Martini». Antes de que este libro fuera dado a conocer, gran parte de los textos habían aparecido en la revista Letras Libres y, posteriormente, Paulina Lavista ha seguido publicando fragmentos en el periódico El Universal.

Reuniendo estos materiales, uno puede ir formando el viaje de Elizondo en sus cuadernos. Así, por ejemplo, en la edición publicada por el FCE podemos leer el 19 de septiembre de 1985, día del terremoto de ese año: «Temblor tremendo, 7.5 grados. Un desastre significativo. He pensado mucho en el mal. Douglas y su teoría. El terremoto, según él, aliviará la crisis, 4:30 p.m. Ya comienza la rapiña y el saqueo. En el hospital de Xoco están recibiendo donación de sangre, pero no saben clasificarla. Se han caído solamente los edificios construidos por usura…». Cuatro días más tarde, el 23 de septiembre de ese año, reseña:

Cunde el temor por las epidemias. Dice Paulina que ya percibe el hedor a cadáver. Parece ser que hoy van a empezar a dinamitar. Se perdió Miroslava Sánchez Pantoja. Buen nombre de personaje para Carlos Fuentes. Hay un locutor que se llama Carlos Fuentes que habla por radio justo después de que escribí ese nombre. Pienso solamente en «with usura»… las varillas estaban «soldadas». Hoy tuve el proyecto de sugerir al director del 1+1 que publicara el «Canto XLV» en la primera plana, pero es muy difícil comunicarse con él. Paulina habló de nuestra para a casa de O. Paz. Están bien. Pude hablar con el director del 1+1 y van a publicar mi traducción pero no en la primera plana, en fin… (<https://www.eluniversal.com.mx/columna/paulina-lavista/cultura/la-fotografia-como-memoria-visual>).

 

Este último fragmento no lo conocimos hasta el 7 de octubre de 2017, publicado por Lavista ese día en el diario El Universal.

Pero los Diarios también sirven al investigador de minucias para conocer sobre proyectos en los que estuvo involucrado Elizondo, así como la vida de otros escritores. El 5 de junio de 1971 se había reunido con Octavio Paz y Ramón Xirau en casa de Helen Escobedo y allí «me dijo Octavio que lo de la revista [Plural] ya está en marcha y que yo seré del comité de redacción. Le propuse que formáramos un pool de escritores para que nos paguen cien pesos por cuartilla». La siguiente entrada del diario, del 10 de junio, apunta la suspensión de una lectura de poesía de Paz, el día del famoso «halconazo» del Jueves de Corpus, durante la administración de Luis Echeverría: «Hoy era la lectura de Octavio Paz en la universidad. Fuimos pero no hubo lectura porque parece ser que hubo un choque entre la policía y los estudiantes. Se suspendió y nos fuimos todos a casa de Carlos Fuentes a tomar una copa».

Nos enteramos asimismo de toda clase de chismes literarios, como el sonado caso del distanciamiento entre García Márquez y Vargas Llosa. El viernes 13 de febrero de 1976 escribe: «Nos despertamos con la divertida noticia del knock-out de García Márquez a manos de Vargas Llosa. Le hablé a Mario para invitarlo al box. Me contestó su mujer y me dijo que hoy se van a Lima. Habló Octavio Paz para comentar todas estas cosas y el affaire Torres Fierro de Plural».

Desafortunadamente, no da noticia de las causas u otros pormenores, pero sí podemos conocer algunas circunstancias polémicas y seguir el hilo de su diario para buscar otras informaciones relativas. El 9 de agosto de 1977, el embajador Manuel Bartlett Díaz, como director general del Servicio Diplomático en el área de América, envió un memorándum al director general de Asuntos Culturales: la Embajada de México en Venezuela le había informado, el día 3, que el presidente Carlos Andrés Pérez había entregado a Carlos Fuentes el Premio Rómulo Gallegos. En el comunicado de la embajada se hacía énfasis en que, al término de la premiación, el presidente venezolano había invitado al escritor a una cena privada.[1] La premiación había tenido lugar el 2 de agosto anterior, en medio de fuertes críticas del y al jurado, particularmente a García Márquez, quien había enviado su voto desde Angola. Entre las novelas concursantes estaban Yo, el supremo de Roa Bastos, El recurso del método de Carpentier, Recuento de Goytisolo, Libro de Manuel de Cortázar o Abaddón el exterminador de Sábato, según mencionó la crónica de El Universal de Caracas.[2] El escándalo, que incluyó la renuncia de Simón Alberto Consalvi al jurado cinco días antes de las deliberaciones, se hizo mayor cuando Elizondo, otro de los jueces, hizo declaraciones a la prensa con las siguientes precisiones:

Sostuve una conversación telefónica con García Márquez hace unas tres semanas desde México y ya, desde aquel momento, García Márquez me dijo que él iba a votar por Fuentes, porque los concursos son para los amigos. […] yo voté un poco con ese criterio, de que Fuentes, además de ser mexicano, es mi amigo, pero sucede que yo tengo otros amigos y creo que las novelas también hay que leerlas, a pesar de que no sean de los amigos de uno. Yo sé que García Márquez además de un ignorante es un flojo.[3]