POR DOLORES TRONCOSO

En 1883, Galdós tenía cuarenta años; se había iniciado en el periodismo, pero una década antes lo había abandonado para dedicarse exclusivamente a la literatura. En ese año llega a Madrid como embajador argentino José C. Paz, dueño de La Prensa, el más importante periódico de habla hispana de entonces. Su sede de Buenos Aires sería un impresionante edificio afrancesado, situado en la avenida Mayo, entre la Casa Rosada y el Congreso, edificio que, tras ser expropiado por Perón, hoy ocupa el Ministerio de Cultura. Rematado por la diosa Atenea con un farol en una mano y un periódico en la otra, figura que aún sigue siendo logotipo de La Prensa. Contaba con los últimos adelantos técnicos, como ascensor, telégrafo, cañerías para distribuir la correspondencia, oficina de correos propia y una biblioteca que llegó a superar los ochenta mil volúmenes.

Además de sucursales distribuidas por todo el país, llegó a contar con oficinas en Río de Janeiro, Santiago de Chile, Montevideo y Asunción, Madrid, San Sebastián y Santiago de Compostela, París, Londres y Nueva York. Paz conoce a Galdós y acuerdan que el escritor sea su corresponsal en España. Entre los colaboradores internacionales, simultáneos a Galdós, figuran, en Francia, Marcel Prèvost, Jules Lemaître, Julio Simón, Julio Claretie; en Italia, Edmondo De Amicis, Ruggero Bonghi, Ausonio Franzoni; en Londres, firmaba Cosmopolitano; y en Whasington, Juan S. Atwell… lo que habla del cosmopolitismo de la Argentina de entonces. Entre los españoles, e inmediatamente después de Galdós, encontramos a Grandmontagne, Ramiro de Maeztu, Pérez de Ayala, Azorín y Jiménez de Asúa.

Galdós consigue un sustancioso contrato por enviar sus crónicas quincenales que tratan temas heterogéneos: política, arte, historia, literatura, costumbres… La sección de extranjero tenía forma de cartas del director, y Galdós lo aprovecha literalmente dando a sus crónicas todos los rasgos de la literatura epistolar: variedad de motivos en cada carta, alusiones al receptor, disculpas sobre sus frecuentes retrasos y, tal vez uno de los aspectos más importantes de esta colección de artículos desde el punto de vista del galdosismo actual, una amplia serie de datos biográficos externos como sus gustos gastronómicos, su tabaquismo impenitente, sus amistades o su pasión por los viajes por el extranjero; entre ellos, figura la relación de su ingreso en la Real Academia, primero rechazado por su tendencia política y al año siguiente elegido. En este tema, resulta instructivo comparar la reserva irónica de don Benito en La Prensa con la indignación que realmente le provocó la maniobra del rechazo orquestada por Cánovas, indignación que se refleja con claridad en su correspondencia privada con Pereda y Clarín. Pero aún más interesantes son sus datos de biografía íntima como los problemas que le agobian cuando está escribiendo una novela, sus preferencias teatrales o pictóricas, o sus opiniones políticas. Sobre política española, esta colección de artículos refleja con claridad su evolución ideológica; en los ochenta apoya sin fisuras primero a Alfonso XII y luego a su viuda, la regente María Cristina, siguiendo la postura del partido liberal de Sagasta, del que fue diputado durante el llamado «parlamento largo»; en los noventa, aunque el paso efectivo al republicanismo lo dio a comienzos del siglo siguiente, prácticamente deja de citar a la monarquía y desaparecen sus furibundos ataques al partido republicano de Ruiz Zorrilla. En cuanto a la política europea, son significativas de la libertad que sentía al escribir en un periódico americano sus críticas al colonialismo inglés, al militarismo alemán, o a la corrupción de la República francesa.

Escribe la primera carta el 4 de diciembre de 1883 y la última el 12 de noviembre de 1902, pero así como en la década de los ochenta sus envíos presentan cierta regularidad, después esa regularidad se diluye: seis crónicas en 1891, una en 1892, quince en 1893, cinco en 1894, una en 1901 y dos en 1902. Ya fuera de contrato, a petición de Grandmontagne, y con motivo del tercer centenario del Quijote, publicará una última el 9 de mayo de 1905.

Las décadas de los ochenta y noventa del siglo xix son importantes en política española ya que se inicia la restauración borbónica con el reinado de Alfonso XII y la regencia de María Cristina; se intenta asentar en España un auténtico régimen parlamentario, tratando de integrar partidos extremos como los federales y los carlistas. Pero quizás resultan más interesantes aún las opiniones de Galdós en política internacional: se acaban de unificar Italia (y permanecen sus problemas con el poder temporal del papado) y Alemania. Allí es la época de su hegemonía en Europa, con Bismarck a la cabeza, del intento de regular el colonialismo por parte de Inglaterra y Alemania, de la muy compleja república francesa después de que el imperio de Napoleón III haya sido derrotado en la guerra franco-prusiana, de los problemas de Portugal con Inglaterra por las colonias africanas, de los bandazos de la Rusia de los zares entre occidentalización y autocracia, de los primeros atentados anarquistas y las primeras manifestaciones obreras reclamando las ocho horas laborales, de la doctrina Monroe de «América para los americanos» en Estados Unidos… De todo ello y de muchos más temas (arte, toros, mercados, teatro, música, historia, proteccionismo/librecambismo, ciencia/religión, viajes por Europa) escribe Galdós en esos artículos, con suma amenidad.

Aunque sin duda hubo motivos económicos para ejercer esta corresponsalía, estas crónicas también reflejan que debió animarle a un trabajo que muchas veces le resultaba penoso, inmerso, como estaba, en su ingente producción literaria, el pensar que podría contribuir a un sueño que reaparece como leitmotiv en muchas de sus crónicas a lo largo del tiempo: lo que llama el paniberismo, o unión, respetando la independencia política, entre España, Portugal e Iberoamérica para defenderse de las grandes potencias coloniales: «La Unión Ibérica […] significa tan sólo un medio de establecer su acción colectiva […] en todo aquello que no atente a los derechos históricos de cada país […] Y lo llamo sueño, porque como tal, y de los más bellos, lo tenemos los españoless; mas para los portugueses es una verdadera pesadilla», escribe en febrero de 1890. Curiosamente, casi un siglo después, Fernando Pessoa defenderá el mismo ideal. Las crónicas galdosianas, desde su primer viaje a Portugal, relatado de 1885 a 1891, reflejan esa ilusión de unir a la Península con América Latina en una especie de commonwealth ibérica.

Es casi seguro que, entre 1894 y 1902, publicó algunos artículos más, pero ha sido imposible encontrarlos. En las bibliotecas públicas españolas no existe sino algún ejemplar suelto del periódico La Prensa y tampoco puede consultarse la colección completa en las bibliotecas de Buenos Aires, ni siquiera en la sede del propio periódico que, aunque muy disminuido, sigue publicándose hoy. Pero en 1923, ya muerto Galdós, el periodista argentino Alberto Ghiraldo consiguió que la hija de aquél le diese los ejemplares que su padre tenía recopilados. Publicó entonces nueve tomos, desechando lo que no le interesaba, separando los textos por temas, eliminando todo lo que aludiese a La Prensa, para afirmar que los textos estaban diseminados por diversos periódicos de Hispanoamérica, y suprimiendo o falseando las fechas. En 1973, un investigador americano, William H. Shoemaker, consiguió averiguar el origen de casi todos los artículos y publicó Las cartas desconocidas de Galdós a La Prensa de Buenos Aires, que recogía todo lo que a Ghiraldo no le había interesado publicar, incluidos algunos artículos completos y muchos fragmentos de otros, señalando las fechas de redacción y publicación. Pero también él suprimió los encabezamientos, la firma y pequeños fragmentos que llamaba «de transición». Ninguno de los dos corregía ni anotaba nada. Todo esto significa que, desde 1973 hasta hoy, si alguien quiere leer esos artículos debe recomponer una especie de puzle entre las dos publicaciones, un puzle en que, además de faltar bastantes piezas, no se corrigen numerosos errores cometidos por el periódico y carece de las explicaciones necesarias para el lector de hoy.

En la edición que proyecto publicar, basada directamente en La Prensa, se anotan cuestiones históricas, artísticas y lingüísticas; a pie de página, para facilitar la comprensión rápida, figuran unas mil setecientas citas, algunas de las cuales se apoyan al final con notas complementarias muy variadas —geográficas, históricas, artísticas, críticas, de fuentes periodísticas que el autor utilizó—, y también fragmentos de memorias y cartas personales de Galdós o para Galdós que tratan el mismo tema del artículo en cuestión; se ordenan los artículos por fecha de redacción, y no de publicación, como había hecho Shoemaker, ya que ésta estaba sometida a los avatares del correo marítimo; se añade un índice de nombres por los muy numerosos políticos, artistas, etcétera, no muy conocidos hoy; y se corrigen numerosos errores, guiándose del sentido textual ya que no se conservan los originales del autor. Como muestra de tales errores, se incluye un aparato crítico, que tiene unas trescientas entradas, sin incluir sus muy abundantes faltas de ortografía. Veamos algunos ejemplos: al hablar de un género pictórico que se llamó de «pelucas y casacones», el texto decía «pehuas ycasacones»; alabando las dotes de mando de Elcano y Churruca, se leía «morería» en lugar de «marinería»; la reina regente jugaba «al vezige» y no «al bridge»; la autoridad marroquí aparecía como «sheriff» y no «shariff»… Con respecto a los nombres propios, los errores son todavía más abundantes como Notiero por Moliere, Jauger por Tanger, Ranch por Rauch, Julstaff por Falstaff, Marco Celenio por Inarco Celenio…

Esta edición, ya terminada, del único texto no bien publicado de don Benito, se encuentra en trance de encontrar editor, ya que no es fácil debido a ocupar más de mil páginas.