Anna Caballé e Israel Rolón-Barada
Carmen Laforet. Una mujer en fuga
RBA Libros, Barcelona, 2019
640 páginas, 24.00 € (ebook, 9.99 €)
POR MANUEL ALBERCA

 

En las dos últimas décadas, la biografía literaria ha experimentado en España un desarrollo extraordinario que no ha ido acompañado de una crítica acorde con la especificidad del género biográfico. Salvo contadas excepciones, ni la Academia ni la prensa han sabido reconocer el esfuerzo y calidad de las obras escritas por los biógrafos españoles. En cambio, por lo general, ha estado más atenta y ha sido más generosa en la recepción, si se trataba de biografías traducidas o escritas por hispanistas extranjeros…

Para muestra un botón, que diría un castizo. Carmen Laforet. Una mujer en fuga, de Anna Caballé e Israel Rolón-Barada, apareció por primera vez hace casi diez años, y mereció el premio Gaziel de biografía que patrocina la editorial RBA. No se puede decir que pasara desapercibida, pero ni la acogida de los lectores ni de los críticos estuvo a la altura de sus méritos. El valor de la segunda edición (que no tirada) de aquella obra aumenta por la importante información que añade a la primera.

Las novedades de esta segunda edición representan un avance en el conocimiento de la vida y en la personalidad de Laforet. Sus aportaciones rellenan, matizan y amplían algunas intuiciones y lagunas ya expresadas por los propios autores en la primera. No alcanzan a colmarlas completamente (si esto fuera posible ni siquiera deseable), pues se sabe que los herederos disponen de documentos que no han compartido hasta ahora. Lo cual basta para contradecir la calificación de «definitiva» con que el texto editorial de la contraportada exagera la indiscutible calidad de esta biografía. Porque, como el propio itinerario de esta biografía demuestra, no es defendible la idea de «biografía definitiva». Este género literario, mitad arte y mitad historia, excluye el carácter de demostración científica inamovible. En este caso ha bastado la aparición de un interesante epistolario para que aspectos centrales de la vida de Carmen Laforet se nos ofrezcan con una definición mucho más precisa que en la primera.

Los biógrafos han dispuesto en esta ocasión del epistolario entre Carmen Laforet y Lilí Álvarez, la famosa tenista española que en los años veinte triunfó en Europa. Son cuarenta y cuatro cartas de la escritora a la tenista; y tres, de la segunda a la primera. Se supone que existieron muchas más, porque, cuando no estaban en Madrid, se escribían casi a diario. En la primera edición se mencionaba ya la relación de amistad, que las unió en la década de los años cincuenta, una relación que resultó muy influyente en el plano religioso. Álvarez era una ferviente católica, muy activa en círculos confesionales, y Laforet era una católica convencional, nada o poco practicante. El encuentro habría sido determinante en lo religioso y en lo personal, pero también en lo literario, pues, entre 1952 y 1954, escribiría una serie de novelas cortas y, sobre todo, su novela más importante después de Nada, La mujer nueva (1955), donde se manifiesta el profundo cambio espiritual que experimentó la escritora. Pero su relación no fue sólo de amistad, fue, sobre todo, y éste es el dato nuevo y trascendental, una historia de amor, afectiva y carnal, entre dos mujeres de fuerte personalidad que se admiraban mutuamente. La relación habría comenzado en el 1951 en una reunión de amigos en la que coincidieron, y terminaría en 1958, cuando Laforet quedó embarazada por última vez. Álvarez, presa de los celos, se sintió traicionada como escribe en las tres cartas que los biógrafos han podido leer. De esta lectura se desprende que Carmen Laforet le había prometido en 1956, después de nacer su hijo Manuel, que no volvería a ocurrir, que no se volvería a quedar embarazada. La situación familiar de la escritora, con marido e hijos, a la que nunca renunciaría, creaba una tensión creciente en la medida que la tenista demandaba mayor exclusividad. Por su parte, Laforet viviría aquella relación con intensa pasión y pareja culpa. Estos sentimientos la castigaron con problemas de conciencia, y un sufrimiento al que no era ajeno el contexto moral de aquellos años.

Una mujer en fuga es, en el buen sentido de la palabra, una biografía académica, con una firme base histórica y filológica, sin caer en la pedantería ni molestar al lector. Responde con la máxima satisfacción a las normas de erudición establecidas en el campo biográfico. Es decir, recopila y selecciona los documentos biográficos relevantes, y los jerarquiza en una interpretación de la vida de la escritora, que evoluciona de acuerdo a las claves biográficas que el relato va mostrando. En este sentido, la obra se ha visto enriquecida por las nuevas cartas utilizadas que, en su conjunto, no modifican la interpretación de la primera edición, que estaba ya muy fuertemente ligada a los hechos y a la personalidad de Laforet, si acaso los biógrafos insinúan ahora rasgos lésbicos en Laforet, anteriores a su relación con Lilí Álvarez, que estarían presentes incluso en la novela Nada.

Uno de los defectos más frecuentes entre los biógrafos, que los autores de esta biografía regatean, es el síndrome del especialista. En España las biografías literarias suelen escribirlas los estudiosos de la obra del escritor o escritora en cuestión. A veces incluso es casi obligado que un biógrafo de un escritor o de una escritora sea o devenga en un especialista en su obra literaria. Es obvio que el biógrafo de alguien que tiene una obra importante debe conocer ésta al dedillo, pero eso no quiere decir que tenga que hacerlo notar directamente en la biografía. Porque una biografía literaria debe ocuparse de la obra, pero sin convertirse en un análisis literario. Al humilde juicio del que suscribe, el biógrafo debe analizar biográficamente la obra, es decir, debe ocuparse de los temas, personajes y contradicciones, cuando éstas se intersectan con la vida del autor, pero sería impropio que aprovechase la biografía para hacer un estudio general de la obra literaria.

Una mujer en fuga supone un despliegue de información absoluto: epistolarios inéditos (Israel Rolón-Barada los había recogido y estudiado en su tesis doctoral), entrevistas con familiares, amigos, conocidos o asistentas de la familia, prensa de la época, documentación de las editoriales Destino y Planeta, visita a los lugares, conocimiento exhaustivo de la obra de Laforet, que es interpretada con acierto en relación a la vida de la autora, según las pautas de lo que podemos llamar un «método biográfico» de análisis literario. La «dependencia» autobiográfica que la obra de Laforet manifiesta avala con suficiencia esta clase de análisis. Una prueba de esto lo encontramos, por ejemplo, cuando la novelista decide prescindir de lo autobiográfico o se lo impone su marido en el momento de la separación matrimonial, para hacer ficción imaginativa, entonces su obra naufraga por completo. En resumen, nada ha escapado a la investigación ni ha faltado por examinar.

A esto, hay que añadir el mérito de esta biografía para mantener una fluidez narrativa admirable. El relato pasa con la suavidad de la seda y se lee con entrega, porque está escrito con una precisión a la que en ningún momento estorban falsos adornos ornamentales ni expresiones pretenciosas o pedantes. Aquí la literatura nace de la verdad, de la sencillez y del acierto al contar. Sobre esta trama, la voz biográfica, con finura y agudeza, traba un discurso interpretativo que explica discreta y comprensivamente el misterio de Laforet. El acierto de la labor interpretativa reside en ir hasta el fondo de todas las posibles causas de la misteriosa vida de Laforet, pero sin juzgar ni sentenciar. Se observa con compasión el paulatino desgaste de la escritora y de la mujer hacia su nada. Y las sucesivas pruebas de su progresivo deterioro personal y su impotencia literaria son observadas desde la empatía. Emociona el voluntarismo y la fragilidad de la biografiada, pero el lector es consciente que esa emoción le llega a través de la voz biográfica que aúna rigor en la búsqueda y delicadeza en el procedimiento.

Se ha hablado mucho de que Laforet carecía de ambición literaria, que le traía sin cuidado su carrera, agobiada como estaba por su complicada situación familiar. A mi juicio, creo que tenía aspiraciones tan altas que lo conseguido le parecía poco. Tampoco le concedería demasiada credibilidad a la vocación circense y demás movimientos de disimulo utilizados para escapar a la presión que le produjo ganar el premio tan joven y el miedo de no estar a la altura de lo que se esperaba de ella. El miedo al fracaso y la inseguridad providencial, que no sólo en este asunto demostró, los combatía con declaraciones públicas en que anunciaba que dejaría de escribir. Pero no. No es que quisiera abandonar la escritura, sino que le paralizaba la responsabilidad y el pánico de no estar a la altura de las expectativas de sus lectores, como ella temía en su fuero interno. Hay muchas pruebas, después del éxito de Nada y a lo largo de la vida de Laforet, que demuestran que era una autora con ambición literaria, y que quería hacer una obra plena de crédito literario. Creo que bastan dos ejemplos que demuestran esto. El primero, su ruptura con Vergés/Destino, para contratar con Lara/Planeta, habla a las claras de que quiere más: dinero, por supuesto, pero también mayor proyección, más lectores, mayor popularidad y prestigio. El otro, el frustrado encuentro en Calafell con Carlos Barral y Juan Marsé, que «pasaron» de ella de tal manera que le chafaron el veraneo. No debe extrañarnos este procedimiento de quitarse presión ante la crítica y el público. Los escritores y los artistas son personas que trabajan en soledad, sin ninguna seguridad ni protección más que su obra. Es lógico que duden y que se muestren inseguros ante el escrutinio de unos y otros, pero en Laforet alcanzó una dimensión patológica.

Laforet ha sido durante mucho tiempo «una de los mayores enigmas de la literatura española» (Laura Freixas dixit). Su carrera literaria, inicial y precozmente triunfal, fue languideciendo durante cuatro décadas sin encontrarse explicación plausible hasta ahora. Se pensaba que no habría podido recuperarse tal vez del éxito primero. Publicó tres novelas más (otras tantas prometidas quedaron a medias o sin escribir), un libro de relatos, cuentos y artículos para la prensa. Su impacto fue siempre menor y rehén de Nada. Como la biografía nos enseña de manera pormenorizada, intentó seguir escribiendo hasta casi el final, pero no pudo. No es que abandonase o que «preferiría no hacerlo» como el escribiente de H. Melville, sencillamente no podía. Se sintió incapaz, inane, seca. No creo que Laforet sufriera el mal de Bartleby, ni que abandonase la literatura, sino que la literatura la abandonó a ella. Lo que la propia autora llamaba, en sus cartas y en algún artículo, su «grafofobia» no era sino la constatación de su impotencia creativa, que no desinterés. En suma, una reacción orgullosa de quien sabía que habiendo escrito una obra maestra, sentía como una pesada carga mantener ese nivel. En esta biografía se aportan los motivos para comprender por qué no pudo escribir algo que estuviese a la altura de su primera novela a pesar de intentarlo. La explicación de este complejo fenómeno no podía ser simplista ni preconcebida, sino una búsqueda para intentar comprender lo que pasó desde todos los lados que formaron el prisma vital de la escritora. Se sigue su recorrido muy fielmente, no se fuerza una explicación única ni los biógrafos se arrogan la última palabra. Son las pruebas y las sugerencias de éstas las que, como un goteo de datos pertinentes, dan las claves para esclarecer el enigma.

Es evidente que frente a la mayor autonomía de los textos de ficción, la biografía mantiene una estrecha y tensa relación con lo real, y en este sentido es porosa a los contextos y códigos sociales en que se desarrolla. Como no podía ser de otro modo, la biografía de Laforet, que presenta aspectos controvertidos desde una perspectiva de género, se va a leer ahora tal vez bajo las ondas que agita el movimiento Me Too y el feminismo en general, y por tanto de forma distinta a hace diez años. Esa lectura actual hablaría de la riqueza de esta biografía, pero también del peligro que corre de resultar simplificada.