POR FERNANDO VELA COSSÍO

En estas fechas en las que nos encontramos ante la inminente celebración, el próximo 16 de noviembre, de los cinco siglos de la fundación de San Cristóbal de La Habana, una de las ciudades más importantes de la América española, resulta inevitable acercarse a la extensa nómina de lo construido a lo largo de quinientos años sobrecogidos por la colosal dimensión cultural de este legado. Y es por eso que, al tiempo, conviene dejar también cumplida constancia de la labor extraordinaria de todos aquellos que han hecho posible, con su amplitud de miras, la conservación para el futuro de esta herencia verdaderamente universal.

Casi cuatro décadas han transcurrido desde la declaración de La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones como Patrimonio de la Humanidad —en un proceso que culminaría en la decimosexta reunión del Comité del Patrimonio Mundial, celebrado en París del 13 al 17 de diciembre de 1982— y resulta obligado recordar que la ciudad fue incorporada con el número 27 a una lista que en la actualidad tiene 1092 sitios declarados (845 culturales, 209 naturales y 38 mixtos) en 167 estados.[1] Sólo nueve de estos más de mil sitios se encuentran en Cuba que, además de La Habana, cuenta en la lista con lugares declarados tan emblemáticos como Trinidad y el Valle de los Ingenios (d. 1988), el Castillo de San Pedro de la Roca de Santiago de Cuba (d. 1997), el Valle de Viñales (d. 1999), el paisaje arqueológico de las primeras plantaciones de café (d. 2000), el centro urbano histórico de Cienfuegos (d. 2005) y el centro histórico de Camagüey (d. 2008), y los sitios naturales del Parque Nacional del desembarco del Granma (d. 1999) y el Parque Nacional Alejandro de Humboldt (d. 2001).

La Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural había sido firmada en París el 23 de noviembre de 1972, pero hasta el año 1977 no se establecieron las reglas de procedimiento de los comités, fijándose entonces los criterios a seguir para las declaraciones, seis en el caso del patrimonio cultural y cuatro para el patrimonio natural. Las dos primeras declaraciones de elementos latinoamericanos tuvieron lugar en la segunda reunión del comité, celebrada en Washington entre el 5 y el 8 de septiembre de 1978, que incorporó a la lista las Islas Galápagos y la ciudad de Quito, en Ecuador. A estas dos primeras declaraciones habrían de seguir en los años siguientes otras tres: la de la Antigua Guatemala (d. 1979), la de las fortificaciones de la costa caribeña de Panamá, Portobelo y San Lorenzo el Real de El Chagre (d. 1980) y la de la ciudad histórica de Ouro Preto en Brasil (d. 1980). La Habana y el centro histórico de la ciudad de Olinda, Brasil fueron declarados Patrimonio Mundial el mismo año: 1982. Y en los años siguientes vendrían declaraciones importantísimas, como la de la ciudad del Cuzco, Perú (d. 1983) o la del Puerto, los fuertes y el conjunto monumental de Cartagena de Indias, Colombia (d. 1984), por mencionar sólo algunos de los primeros sitios culturales declarados por la UNESCO en América Latina. Las primeras declaraciones de sitios en españoles son precisamente de ese mismo año, en el que se declararon La Alhambra, el Generalife y el Albaicín de Granada, la Catedral de Burgos, el centro de histórico de Córdoba, el Monasterio y sitio de El Escorial y las obras de Antonio Gaudí en Barcelona.

La declaración de La Habana Vieja se apoyaba en el cumplimiento de dos de los seis criterios culturales establecidos como requisitos: el criterio iv (ser un ejemplo sobresaliente de un tipo de edificio, o de conjunto arquitectónico o tecnológico, o de un paisaje que ilustre una etapa significativa o etapas significativas de la historia de la Humanidad) y el v (constituir un ejemplo sobresaliente de hábitat o establecimiento humano tradicional, o del uso de la tierra o del mar, que sea representativo de una cultura, o culturas, o de la interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando se ha vuelto vulnerable por los efectos de cambios irreversibles).[2] Estos criterios, que se desarrollan a partir de las llamadas directrices operativas para la aplicación de la Convención del Patrimonio Mundial, constituyen la principal herramienta de trabajo que emplea el comité y se revisan de manera periódica, pues deben ajustarse a la propia dinámica del concepto de patrimonio cultural. Hasta finales del año 2004, los sitios del Patrimonio Mundial se seleccionaban de acuerdo a seis criterios culturales y cuatro naturales, pero con la adopción de las directrices operativas revisadas, se aplica en la actualidad un único conjunto de diez criterios.

En el caso del criterio iv, el comité se hacía eco de la función excepcional de la bahía de La Habana «como una parada obligatoria en la ruta marítima hacia el Nuevo Mundo, que en consecuencia requería su protección militar. La extensa red de instalaciones defensivas creadas entre los siglos xvi y xix incluye algunas de las fortificaciones de piedra más antiguas y más grandes de América, entre ellas la fortaleza de La Cabaña en el lado este del estrecho canal de entrada a la bahía de La Habana, el castillo de la Real Fuerza en el lado oeste, y el castillo del Morro y el castillo de La Punta custodiando la entrada al canal».

Y con relación al criterio v, se incidía en cómo el centro histórico de La Habana había mantenido «una notable unidad de carácter resultante de la superposición de diferentes períodos de su historia, que se ha logrado de manera armoniosa pero expresiva a través de la disposición urbana original y el patrón subyacente de la ciudad, como un todo. Dentro del centro histórico de la ciudad hay muchos edificios de mérito arquitectónico sobresaliente, especialmente alrededor de sus plazas, que están dispuestas por casas y edificios residenciales en un estilo más popular o tradicional que, cuando se considera en su conjunto, proporciona una sensación general de arquitectura, continuidad histórica y ambiental que convierte a la Habana Vieja en el centro histórico de la ciudad más impresionante del Caribe y uno de los más notables del continente americano en su conjunto».[3]

 

LOS ELEMENTOS DE UN CONJUNTO HISTÓRICO EXCEPCIONAL

La Habana Vieja comprende un área de más de dos kilómetros cuadrados de superficie en la que se levantan cerca de tres mil ochocientas edificaciones de las que unas setecientas cincuenta son monumentos de primera categoría,[4] lo que la convierte en uno de los conjuntos históricos más importantes del mundo.

El núcleo originario de la ciudad, fundada por el segoviano Diego Velázquez de Cuéllar, se encontraba ya conformado al cumplirse el primer tercio del siglo xvi. Estaba situado en las inmediaciones de la actual plaza de Armas, el lugar del que parten los ejes que determinaron inicialmente el crecimiento urbano. Pero a diferencia de otras ciudades hispanoamericanas que se organizan a partir de un único núcleo generador central, con una estructura reticular dispuesta en torno a la plaza mayor, La Habana se desarrollará durante los siglos xvi al xviii en una estructura más compleja y rica, de naturaleza poli-céntrica, en la que destacan espacios excepcionales como la plaza de San Francisco, levantada junto al puerto hacia 1628 y en cuyo entorno se situaron el Cabildo y la Cárcel, la plaza Vieja, nuevo espacio público de uso alternativo a la plaza de Armas ya en la segunda mitad del siglo xvi, y convertida luego en el espacio civil más importante durante los siglos xvii y xviii, o la plaza de la Catedral, presidida por la iglesia metropolitana, que queda flanqueada por los espléndidos palacios del Conde de Casa Lombillo, la Casa del Marqués de Arcos (1746), la del Conde de Casa Bayona (1720) y la del Marqués de Aguas Claras (1751-1775), en unos de los conjuntos más importantes de la ciudad.

Algunos de los más importantes edificios civiles que la ciudad conserva, como el Palacio de los Capitanes Generales (1776-1791) o la Real Casa de Correos (1770-1791), también conocida como Palacio del Segundo Cabo o de la Intendencia de Hacienda, constituyen magníficos ejemplos de la arquitectura cubana de la segunda mitad del siglo xviii, en la que destacaron notables ingenieros militares, como Antonio Fernández de Trevejos y Zaldívar. Y también el gusto Neoclásico ha dejado aquí testimonios de gran belleza, como el Templete (1828), una obra del también coronel de ingenieros Antonio María de la Torre y Cárdenas, que se levanta en la plaza de Armas para señalar el sitio en el que, según se acepta por tradición, se celebró la primera misa y se reunió el primer cabildo de la ciudad en el año 1519.

Pero es, en realidad, la extraordinaria convivencia de estas obras monumentales con otras arquitecturas más modestas pero perfectamente integradas en la ciudad histórica, que acompañan a aquellas con sus soportales y sus portadas, con las características entreplantas habaneras o con esos fresquísimos patios que permiten combatir el calor del trópico, la que ha hecho de esta ciudad un conjunto irrepetible. Una ciudad en la que obras de la arquitectura religiosa como la iglesia del Espíritu Santo (1638) o el convento de Santa Clara (1638), en el siglo xvii, o como el convento de San Francisco (1719-1738), el de La Merced (1755), la iglesia de San Francisco de Paula (1745), la del Santo Cristo del Buen Viaje (1755) o el hospital, convento e iglesia de Belén (1712-1720), levantadas en el siglo xviii, dejaron testimonio del dinamismo de una ciudad que había sido llamada a ser la gran puerta de entrada a la América española.

Sin embargo, ha resultado ser el sistema de fortificaciones el que le ha dado a La Habana esa personalidad tan especial y una singularidad de excepción en esa extensa constelación de ciudades que es Hispanoamérica. Como señalase hace casi un siglo Miguel Solá, «por la propia naturaleza de su construcción las obras de defensa levantan aún sus grandes moles, dominando la hermosa bahía».[5] Y es que el imponente conjunto de fortificaciones de La Habana constituye un caso singularísimo en todo el continente americano: un sistema construido y transformado progresivamente durante los siglos xvi, xvii y xviii (en servicio, además, hasta finales del siglo xix) que está formado por un conjunto extraordinario y sumamente representativo de elementos defensivos que han sido estudiados por diferentes especialistas.[6]