Laura Baeza
Una grieta en la noche
Páginas de Espuma
136 páginas
POR ÁNGEL OLGOSO

La publicidad editorial califica a este libro como «una revolución en la escritura mexicana». Aunque no sea ni mucho menos una revolución con cartuchos de fogueo, no creo tampoco que ponga patas arriba la literatura del país americano, tan poblada de colosos del idioma. Los seis largos relatos de Una grieta en la noche -realistas, tremendistas, de un expresionismo bien embridado, a veces desmedido pero nunca atrabiliario- tienen como vector narrativo la violencia extrema, los feminicidios, lo inquietante de los vínculos familiares, de las ausencias entendidas como esa extraña relación que se establece con un miembro fantasma, de las grietas como fracturas y, sobre todo, como heridas.

El volumen, bajo la advocación de la célebre cita de Leonard Cohen, se abre y se cierra con dos esforzadas piezas: el monólogo de Quinto round remite inevitablemente a la viva oralidad pugilística del Torito de Cortázar. Y el que da título al libro, cuyo incendio alcanza parsimonioso al lector como ese fuego que le trepa por la pierna al tío Marcos, arma un laberinto de parientes, de hermanos que no se toleran, que se matan, que abandonan a los suyos, o de edificios en ruinas como las propias vidas de sus habitantes («la casa de los abuelos ya era un infierno antes de que el fuego y la pólvora le consumieran una parte»). Ambos relatos, excelentes, así como el resto de las historias, muy estimables sin llegar a ser extraordinarias, están lastrados por cierta morosidad, por el continuo reverbero de la aflicción, por su enfoque fatalmente ominoso y por la reiteración de espacios y personajes en el ámbito familiar. No obstante, Laura Baeza posee una voz sólida, una imponente fluidez conversacional, una especie de parquedad barroca, y sabe afinar sus instrumentos para adecuar los conflictos a la historia, para representar a la familia violentada y al cuerpo maltratado. Se trata de una literatura no complaciente y arriesgada, en general exenta de juicios, una narrativa del desasosiego y la desigualdad que aspira a quedarse en nuestra mirada, aunque no sabemos si se opera desde un dolor íntimo, desde la verdad, o desde la mera ficción. Acostumbrado al horror en estas páginas, el lector puede preguntarse si tal inmersión en la sordidez del alma humana responde a una coherencia vital o a una simulación estrictamente retórica. En cualquier caso, todo parece indicar que estos relatos son hijos del tener los ojos bien abiertos a la realidad: en alguna entrevista la autora se reconoce flâneuse (andar por las calles «alimenta mi literatura»).

El duelo interminable por la muerte de una madre en el inquietante 22 días en la vida, con la extinción como forma de abandono o despedida; el olor a muerte persiguiendo al protagonista de Veladoras tras el salvaje asesinato por los narcosatánicos de la bruja Macaria del Mercado de Sonora («La pobreza no nos hace mártires»); las mujeres secuestradas, o Margarita, la niña que quiso volar, aventada por los robachicos en Lady Stardust, con su interesante alternancia temporal delimitada por paréntesis («la realidad olía a desechos», «éstos no son pueblos para tener hijos»); la hija desaparecida en Ruinas («Mi Todo ya había desparecido»), donde la indagación en una cotidianidad emotiva llega a resultar un tanto confusa. Personajes todos de vidas malogradas, habitantes del infierno, presencias fantasmagóricas que intentan retener desesperadamente el calor de los pequeños cuerpos, preservar el recuerdo de sus últimos días, perseguir rastros, atrapar olores y planes, engarfiar latidos y rutinas, atesorar nombres frente a las fauces del olvido.

A pesar de cierta insistencia en golpear literalmente al lector, a pesar de que la urdimbre de terribles experiencias se densifica hasta el límite, la tensión que se genera da lugar a sensoriales paisajes afectivos y, gracias al acertado manejo del lenguaje por parte de la autora, la carga emocional se ve matizada en las páginas de Una grieta en la noche a través de la sugerencia, la reflexión, la evocación, lo que no se dice. En ellas, los personajes luchan contra el infortunio y el desamparo, luchan por sobrevivir a la familia o junto a la familia, siendo ésta un nido a la intemperie en el mejor de los casos o un tsunami en el peor. En ellas, lo atroz colapsa la razón, e interrumpe o erosiona los movimientos orbitales de las familias en función de la gravedad: lunas «que por la fuerza natural tienen que orbitar juntas», satélites errantes que se mueven al unísono, que colisionan o que se pierden en la oscuridad profunda. Aunque, como sabemos, al decir de Rulfo, nadie muere de verdad para siempre en México.