POR BETHANIA GUERRA DE LEMOS

1.

En 1960, cuando Carolina Maria de Jesus (1914-1977) afirmaba en Cuarto de deshechos (Quarto de despejo) que «Brasil debería ser dirigido por una persona que haya pasado hambre», seguramente no podría imaginar que 43 años después, efectivamente, llegaría al poder Lula da Silva, quien no solo era una persona marcada por la historia del hambre y la sequía, sino que también sería el presidente que más fundaría universidades públicas en la historia del país –sin haber estudiado jamás en una–. Recuerdo este hecho que me es tan cercano, y no solo en el plano académico, porque pensar el compromiso de las escritoras brasileñas con el panorama político de nuestro país y de América Latina es considerar también la necesidad de defender el derecho a la educación pública y, a la vez, al reconocimiento de los saberes no oficiales. Cuando Carolina publica su primer libro transmite algo de un valor insuperable: es posible y necesario que las mujeres sin cuarto propio construyan relatos y resignifiquen estructuras fosilizadas.

Cuarto de deshechos es un diario del hambre y de la resistencia de una mujer negra, favelada, en el último escalón de la pirámide social, que al escribir en trozos de cartón encontrados en la calle transforma su vida. Fue publicado en castellano por primera vez en 1961, por la editorial argentina Abraxas con traducción de Beatriz Broide de Sahovaler, bajo el título de Quarto de despejo: diario de una mujer que tenía hambre. En 1965 aparece una segunda versión, publicada por el sello cubano Casa de las Américas con el título de La favela: casa de desahogo, sin mención explícita de la persona que la traduce. En 2021 la editorial argentina Mandacaru lanzará Cuarto de desechos y otras obras, con traducción del laboratorio de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana y adaptación lingüística de Lucía Tenina y Penélope Serafina Chaves Bruera. En 2023 la UNAM publica íntegramente, en la colección Vindictas, la traducción realizada por la UNILA y coordinada por Bruna Macedo de Oliveira Rodrigues y Mario René Rodríguez Torres. Esta nueva edición fija el texto con un sensible tratamiento a la singularidad creativa de la autora y de acuerdo con la voluntad de su heredera. Ese mismo año la editorial independiente chilena Libros del Cardo publicó esta misma versión.

Aún hoy las narradoras y poetas brasileñas vuelven al cuarto de Carolina y abren todas sus ventanas, más allá de un canon que podría seguir siendo mayoritariamente blanco, masculino y europeizante. Las voces disidentes irrumpen desde distintos lugares, y Brasil ocupa un espacio central que la comunidad lectora en América Latina reconoce desde hace mucho tiempo. Esas claraboyas producen espacios posibles no solo en el ámbito de la creación artística, sino también en el de la crítica. En los últimos años hemos visto el establecimiento de algunos conceptos fundamentales para comprender los procesos literarios latinoamericanos desde nuevas epistemologías. Aunque no los haya utilizado en sus obras, Carolina Maria de Jesus es una de las precursoras de los términos escribivencia, doloridad y de la reconstrucción del concepto de lugar de enunciación en el territorio amefricano. Su cuarto estaba brillante de deshechos, materia con la que construía su discurso, porque, como afirmaba Lélia Gonzalez, «la basura, va a hablar, y eso no es un problema».

2.

En un sugerente y bonito artículo para la revista digital uruguaya Intervalo (1/11/2024), el profesor e investigador Jesús Cano afirmaba recientemente que «una literatura absorta, una escritura abismada en el individuo, no alcanzará nunca a recrear […] un universo posible que dé cuenta de la riqueza y variedad de las vidas que lo componen. Una salida posible al solipsismo de las narrativas contemporáneas es abogar por una literatura que en lugar de mirar hacia dentro mire hacia fuera, no solo a nuestros congéneres, sino a todos los seres vivos que pueblan el planeta». Como deseaba el autor, su texto funcionó para mí como una provocación. Me interesa mucho su planteamiento, ya que también advierto cierto cansancio de una escritura ensimismada y estéril. Por otro lado, me pregunto si todos esos yoes entonan una misma cantinela o si es posible que coexistan diferentes modos de construcción de esas voces personales en la actualidad. Tal vez, en la maraña de las que hablan hacia su mismo espejo, se alcen otras que, por primera vez, encuentran lugares donde reverberar. Esto no significa que antes no formaran parte del escenario de la creación literaria. No obstante, la presencia de escrituras racializadas y disidentes como parte fundamental (y no como excepción, apéndice, añadido o nota al margen) de ciertos espacios es muy reciente, y, en algunos ámbitos geográficos, aún mínima o inexistente.

Quizás sea posible pensar ciertos conceptos que, aparentemente alineados con una inclinación autobiográfica o autoficcional, ayudan a leer estas voces desde un lugar menos estéril, precisamente porque van más allá de una escritura del yo y se conectan con un pensamiento cimarrón, aquilombado, que no se puede entender sin el otro, el entorno, la tierra. Más allá de lo puramente humano, los saberes ancestrales –tanto en las escritoras afrobrasileñas como en las narradoras, poetas e intelectuales de los pueblos originarios de Brasil– funcionan como materia literaria. Los ríos y los pájaros, por ejemplo, son parientes en el pensamiento y en la poesía de escritoras de los pueblos krenak y kambeba; y es el viento –como elemento de la orisha Iansán– y que indica el rumbo de la palabra en el teatro afrobrasileño de dramaturgas como Débora Almeida (1977). Los textos echan ramas y raíces, y aunque los documentos históricos no lo permitan, el espacio ficcional entrevé una comunidad de lejanos primos (aquí nos toca el recuerdo de Nicolás Guillén). La comprensión de que desconectarnos de la naturaleza nos está abocando a la destrucción, se relaciona íntimamente con el compromiso político e identitario en un ecofeminismo decolonial, anticapitalista y, sobre todo, antirracista.

Las escrituras que aquí cito parten de un lugar en que esos aspectos buscan estar conectados. En este sentido, Conceição Evaristo (1946), una de las más importantes narradoras brasileñas de la actualidad, elabora a lo largo de su obra la idea de escribivencia, que se diferencia de otras propuestas relacionadas con la escritura de memorias precisamente por los rasgos interseccionales desde los que está pensada. Las traducciones al castellano no han llegado todavía a sus ensayos, pero sí a una de las novelas más relevantes para la comprensión práctica de su pensamiento, Recovecos de la memoria (Becos da memória, 1988), publicada en México por Elefanta Editorial (2024) con traducción de Josane Silva Souza. En «A escrevivência e seus subtextos» (2020), del que traduzco aquí un fragmento, la escritora afirma que la escribivencia es «potencia de voz, de creación, de ingenio […]. Y si la voz de nuestros antepasados tenía direcciones y funciones delimitadas por la casa grande, nuestra escritura no». Es, por lo tanto, un acto político, una manera de tejer relatos desde la perspectiva de mujeres que han sido tradicionalmente silenciadas. Se configura como una práctica que legitima las voces subalternizadas, sobre todo en la obra creativa de escritoras atravesadas por diferentes ejes, como la cuestión racial y la clase social. Los sentidos imbricados en el concepto nos hacen pensar en una compleja red: en un primer momento la vivencia da paso a la supervivencia, también en la necesidad de escribir para que sobreviva un legado ancestral; en un segundo movimiento, se recupera el derecho de vivir como protagonistas de las Historias de nuestros territorios y no como un sustrato en la cultura dominante.

Pero ¿a qué territorios nos referimos? La filósofa e historiadora afrobrasileña Lélia Gonzalez (1935-1994), proponía en los años 80 del siglo pasado repensar, una vez más, el concepto de América Latina. Junto a Nuestra América de José Martí y Abya Yala de los pueblos originarios, se suma Améfrica Ladina, concepto que parte de una idea de Bety Milán desarrollada posteriormente por M. D. Magno. Gonzalez considera la experiencia de la diáspora africana en América un aspecto determinante en la construcción de subjetividades, cuando afirma en su artículo más emblemático (1988) que «[más] allá de su carácter puramente geográfico, la categoría de Amefricanidad incorpora todo un proceso histórico de intensa dinámica cultural (adaptación, resistencia, reinterpretación y creación de nuevas formas) […]». En la segunda palabra del término, se propone cambiar la t por la d, al cuestionar la centralidad de lo latino y reforzar el carácter disidente del proceso. El ensayo «La categoría político-cultural de la amefricanidad», ve la luz en castellano en 2021, en la revista Conexión (15) con traducción de María Pilar Cabanzo Chaparro y Camila Daniel. En el año siguiente, se publica también en la revista Epistemologias do Sul, 6 (1), con traducción de María Camila Ortiz.

A partir de estos dos conceptos que permiten un giro hacia una postura que desplaza lo blanco, lo patriarcal y lo europeo, estas intelectuales ponen en el centro una manera de hacer política desde bases otras que cuestionarán incluso algunas categorías del feminismo hegemónico. En Doloridade (2019), encontramos un volcán de referencias, datos y sentires que nos atrapa. La escritora y activista afrobrasileña Vilma Piedade explica en su ensayo que la tan universal «sororidad» no permite entender ciertas experiencias y resistencias de las mujeres afrolatinoamericanas. La reflexión se inicia al observar que desde el dolor se dan también las construcciones de estéticas y poéticas, ya que opera como potencia transformadora: «El camino que recorro en esta construcción conceptual me lleva a comprender que un concepto parece necesitar del otro. […]. Doloridad, por lo tanto, contiene las sombras, el vacío, la ausencia, el habla silenciada, el dolor causado por el Racismo. Y este Dolor es Prieto». En 2021 la Editorial Mandacaru permite que nazca en castellano, entre otras obras, Doloridad, con traducción de Lucía Tennina y Rafaela Vasconcellos.

El establecimiento y el uso de estos conceptos parten de la necesidad de nombrar algo que, como he dicho, en muchos casos permanece invisibilizado en los espacios académicos. La filósofa afrobrasileña Djamila Ribeiro (1980) reelabora la idea de lugar de fala con un uso específico y muy bien delimitado en su obra publicada en portugués en 2017: «El lugar social no determina una conciencia discursiva sobre ese lugar. [Sin embargo], el lugar que ocupamos socialmente nos hace tener experiencias distintas […]. La teoría del punto de vista feminista y el lugar de enunciación nos hace refutar una visión universal de la mujer y de la negritud y otras identidades, así como hace que hombres blancos, que se creen universales, se racialicen, entiendan lo que significa ser blanco como metáfora del poder, tal y como nos enseña [Grada] Kilomba». Djamila afirma que es crucial entender que hablamos desde distintos lugares. Nadie puede ni debe hablar por todo un colectivo, aunque se puede elegir hablar con, lo que es distinto. En 2020 la editorial Ambulantes publica Lugar de enunciación en Madrid, con traducción de la afrobrasileña Aline Pereira da Encarnação.

3.

Compromiso con una misma, con las demás, con la historia, con la tierra, con la palabra antes negada. Son muchos los posibles acercamientos a las escritoras brasileñas atravesadas por los conceptos que nos ocupan. En 2006 una novela monumental transforma el panorama literario brasileño, convirtiéndose en una obra de referencia en América Latina. Ana Maria Gonçalves (1970) nos ofrece en Un defecto de color (Um defeito de cor, 2006) una propuesta de escribivencia histórica a través de la ficcionalización de la posible biografía de Kehinde (nombre yoruba de Luisa Mahin) que nos lleva a la reconstruir la silenciada trayectoria de la madre de uno de los más importantes poetas abolicionistas brasileños: Luís Gama (1830-1882). La novela, traducida al castellano por Bertha Hernández López y Lourdes Arencibia Rodríguez, recibió el Premio Casa de las Américas y fue publicada en 2008. Con sus 951 páginas, empieza como un relato ancestral que se va trenzando complejamente: «Ella decía que esta es una historia antigua, del tiempo en que los hombres aún respetaban a los árboles».

Por otro lado, la carioca Eliana Alves Cruz (1966), perteneciente a la misma generación, dibuja en su novela Solitaria (Solitária, 2021) un mosaico construido con los hilos de distintos episodios reales del panorama sociopolítico reciente de Brasil, tales como las terribles condiciones laborales de las mujeres que trabajan como empleadas domésticas en casas de personas pudientes, el impacto de las desigualdades sociales en las consecuencias de la pandemia por la Covid-19 y la muerte de un niño negro de cinco años por negligencia de una mujer blanca de la clase alta brasileña. A lo largo de toda su obra, Alves Cruz coloca en el centro la mujer negra y periférica en la construcción de su identidad, a partir de procesos de cimarronaje por medio de los que se consigue dar la vuelta a las lógicas de poder y forjar escenarios de justicia social, tanto en el espacio de la ficción como fuera de él. Estéticamente, la autora propone una relación novedosa con el espacio de la casa. En un movimiento de observar y ser observado, los cuartos hablan y razonan. Lo humano se aparta para que el entorno cuente la historia: «Sabía que yo, en realidad, no era un cuarto. Era una solitaria. Precisamente. Una cárcel, un lugar destinado a alejar del mundo y del resto de seres vivientes». Traduzco aquí ese pequeño fragmento, ya que hasta la finalización de estas reflexiones no teníamos noticia de ninguna traducción publicada de las obras de Eliana Alves Cruz. Los caminos siguen abiertos y los puentes que rompen muros se hacen más necesarios que nunca.

En el ámbito de la poesía, ¿cómo opera el concepto de lugar de enunciación establecido por Ribeiro, el compromiso político y la reivindicación de los territorios como espacio identitario pleno de posibilidades? Junto a una larga lista de excelentes jóvenes poetas, el nombre de la afrobrasileña Luisa Romão vibra e ilumina. En el poemario Sangría (2017), reconstruye la historia de Brasil a partir de los procesos orgánicos de un cuerpo de mujer. La obra se publicó en São Paulo gracias a un proyecto de crowfunding en una bella –y difícil de conseguir– edición bilingüe (traducción de Martina Altalef), por el sello Doburro. Activista, poeta slammer y actriz, Romão recibe el Premio Nacional de Poesía y Mejor Libro del Año en 2022 por Também guardamos pedras aqui (2021), un poemario que recrea la Ilíada y considera la terrible premisa de que la sociedad y la literatura occidentales tienen sus bases en una masacre. La guerra de Troya se resignifica y actualiza en poemas construidos desde la visión de los vencidos, que nos colocan frente a la realidad latinoamericana desde la voz de la mujer, como se lee en el siguiente fragmento de «andrómaca»:

[…] los líderes perseguidos son troya
las víctimas del feminicidio son troya
los milicos los fascistas los tiranos
disparan todos contra troya
la filosofía el derecho el occidente
nacen de la destrucción de troya
¿ahora entiendes por qué he vuelto?
no conocí troya pero la veo espléndida
en las caricias clandestinas durante los bombardeos
y el gas pimienta en las barricadas
en las clínicas de aborto en los refugios
inusitados en la desobediencia […]

En su obra los versos son urgentes, desgarradores y extrañamente dulces, dan la vuelta a la contienda helénica para traer a la luz una nueva-vieja Troya a partir de un especial lugar de enunciación y de una doloridad compartida. La traducción llevada a cabo por Sofía Crespo Madrid se ha publicado en este año de 2024 en España por la editoral Libero, en edición bilingüe con un título levemente distinto: También nosotras guardamos piedras. Se remarca lo femenino en las guardadoras universales.

4.

¿Por qué referenciar e insistir en la traducción al castellano de estas obras? Por supuesto no se trata de un simple detalle bibliográfico, ya que pensar sobre el compromiso en escritoras brasileñas de los siglos XX y XXI es reflexionar también sobre la necesidad de una traducción política de sus obras a las distintas lenguas de Nuestra Abya Yala, Améfrica Ladina. La traducción entre el portugués y el castellano siempre ha sido un asunto complejo, incluso en ocasiones considerada innecesaria porque «nos entendemos». La incorporación de autoras y autores brasileños en el ámbito de los diálogos latinoamericanistas, defendido por Ángel Rama y António Cândido, entre otros intelectuales, sigue siendo motivo de debates. Por supuesto, no me refiero a una cuestión puramente lingüística, sino política, ya que Brasil no puede obviarse como parte fundamental del tejido literario de nuestro territorio y las mediaciones establecidas por ediciones cuidadas y atentas de las obras traducidas se hacen imprescindibles.

Recordemos que la primera novela abolicionista escrita por una mujer afrobrasileña, Úrsula (1859), de María Firmina dos Reis (1822-1917), solo fue traducida y publicada en Argentina el año pasado, por la editorial Mandacaru. Felizmente, la mayoría de las autoras citadas en este artículo no tendrán que esperar más de un siglo para que sus libros puedan ser leídos por nuestros vecinos más cercanos. Sin duda hay un movimiento importante y transformador en marcha. Nos encontramos en otro momento editorial, no exento de dificultades, pero en el que somos testigos de iniciativas que entienden las traducciones como parte (aunque no siempre de manera coordinada) de un proyecto de construcción epistemológica latinoamericana.

Termino esos breves apuntes con el recuerdo del texto introductorio redactado por Ana Castillo y Norma Alarcón, quienes, en 1988, junto con Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga, realizan la traducción del fundamental libro This bridge called my back (Esta puente mi espalda), en el que afirman que traducir también es «abrir camino e iniciar lazos entre nosotras». Al escribir el título de la obra en castellano, percibo que el corrector me indica un error en «esta» puente. Sonrío. No existe tal error. Las traductoras explican que es consciente y política la recuperación de la acepción femenina de «puente». Me alegra pensar que en mi lengua materna «a ponte» también es, independientemente de quien la construya o pronuncie, palabra-mujer.