Hablar del sentido del humor en la obra de Jorge Ibargüengoitia es ya un lugar común. Su nombre aparece en las conversaciones cuando es necesaria una referencia que evoque su anomalía, en especial frente a la solemnidad que suele señalarse para algunas obras de literatura mexicana contemporánea. Aun así, la añoranza de esa escritura no es sólo por su facilidad para provocar una carcajada, sino por la posibilidad de que la literatura pueda remover otros sitios todavía más comunes y farragosos, como lo son el de la política y la violencia. Fue como si su muerte intempestiva hubiera entrecortado una tradición que todavía requiere de algunas suturas para llegar hasta su obra y volver, al presente, con toda su complejidad.
Al comienzo de Instrucciones para vivir en México, en «Jorge Ibargüengoitia dice de sí mismo», se encuentran algunas pistas que se conectan con el resto de su trabajo literario y que quizá sirven para mirarlo desde ese y otros ángulos, en una especie de prisma que por momentos arroja la luz hacia nosotros.
1. No hay intermediarios
A los lectores, según Ibargüengoitia, se llega sólo a través de la escritura. No es que no exista nada más, pero quienes se asomarán a los libros estarán atentos simplemente a las páginas. Este anuncio pareciera una oposición radical a los caminos hacia los lectores que hoy se intentan mantener a través de métodos intensivos de publicidad y mercadotecnia, pero no, su énfasis advierte en qué plano debería hallarse la atención de quien escribe, a pesar de cualquier distracción que intente alejarlo de ese fin. Asimismo, a pesar de que se refiere una y otra vez a los lectores, los libera y se libera de ese deseo frenético por complacerlos, dado que la voluntad que los rige no está bajo su control y puede que al final no lean una sola página. No es poca cosa, frente a la inmediatez que rige nuestros tiempos, se anticipa en esa misma dirección, aunque en un carril que le permite mantener su propio ritmo para la escritura.
2. Personajes imaginarios I
Para Ibargüengoitia, la escritura pública no es sinónimo de publicar un texto. La diferencia entre la escritura pública y la íntima radica en que la primera se refiere a cómo los materiales públicos se transforman en literatura. En su caso, una vez que se habían adquirido ciertos compromisos con la realidad, estos debían romperse. Los hechos sobre los que escribe son «reales y conocidos», pero los personajes habitan el mundo de la imaginación; es decir, no siguen las mismas reglas. Si sus años preparándose como ingeniero le permitieron encontrarse con las reglas de la escritura desde la forma, su oficio de periodista posibilitó un acercamiento minucioso a los detalles, desde el carácter inexpresivo de los documentos hasta los trayectos para entender las contradicciones y giros inesperados de la vida de sus personajes.
La realidad se constituye de toda clase de reglas, y la relación entre unas y otras no es estática, sino que se produce bajo condiciones particulares, muchas veces carentes de sentido o de utilidad. Eso, lejos de ser un problema, se convirtió en el recurso predilecto de Ibargüengoitia. Las risas que provocan sus textos son evidencia del registro que hace de los hechos: sean de principios de la vida independiente de México, del periodo posrevolucionario, de la vida moderna o de la violencia, que parece habitar el futuro, el suyo y el que nos precederá. Su forma de tomarse en serio los hechos estimula la ironía que desata el sentido del humor. Ante la superficialidad de lo solemne, eligió el entendimiento profundo desde la fabulación.
3. Los años difíciles
Dudo mucho que haya escritores que en su biografía carezcan de un apartado para los años difíciles. Para Ibargüengoitia, los suyos comenzaron cuando se dio cuenta de que en México no era posible vivir únicamente de las becas para escribir. Si bien ganó todas las que se ofertaban en su época, después acumuló deudas, pasó de trabajo en trabajo y escribió seis obras de teatro que nadie quiso montar. Su pesar era una aflicción económica y de reconocimiento que, aunque no lo mantuvo lejos de la escritura, estuvo a punto. En casa, su madre y el resto de las mujeres que lo criaron le pedían que se volviera ingeniero, pero no hizo caso. Fue su llegada a la novela lo que marcaría una nueva etapa para su vida como escritor, en 1964, cuando tenía 36 años, al publicar Los relámpagos de agosto, la sátira de un general de la Revolución mexicana.
4. Dos tendencias
Para Ibargüengoitia, su escritura se dividía en «dos tendencias»: la pública y la íntima. Es curioso que la humorística la tuviera clasificada dentro de la íntima solamente, porque en la pública, donde se encontraban, además de su primera novela, Maten al león (1969), Las muertas (1977) y Los pasos de López (1982), es donde su construcción irónica se encuentra más depurada. En Las muertas, por ejemplo, resulta difícil no considerar la complejidad de las mujeres que están a cargo del burdel, aun si a todas luces son culpables. El sentido del humor es una herramienta que permite escarbar las profundidades de los personajes, mostrar gradualmente la violencia y el abuso, así como hacer evidente el terreno de lo absurdo de la racionalidad burocrática y estatal.
Por otro lado, en su escritura íntima, humorística y hasta sexual, ubica estos tres libros: La ley de Herodes (1967), Estas ruinas que ves (1974) y Dos crímenes (1979), los cuales comparten con sus obras de artículos periodísticos, como Instrucciones para vivir en México (1990), publicado de manera póstuma, una ruta más áspera, si bien directa, al humor. La burla, que no tiene límites de ningún tipo, ofrece la voz desparpajada del autor, bajo la cual entra igual el político en turno, el vecino molestón o las desgracias propias. Por momentos, el influjo del presente lo vuelve casi ajeno, chocante, pero imaginar esta obra en el contexto en que fue escrita y publicada la hace todavía más relevante, considerando lo convulso de los años, en particular a finales de la década de 1960 y de inicios de 1970.
5. Sin ofender a nadie
Ibargüengoitia es insistente en tomar distancia. Habla de sus problemas en el mundo del teatro como un aprendizaje amargo: entre ser un hombre poco sociable y las formas tan diferentes de recepción que podían tener sus obras, todo lo que debía enfrentarse para que su trabajo fuera montado en el teatro y los pocos obstáculos que encontraba con la novela. Con Relámpagos de agosto, por ejemplo, obtuvo el premio Casa de las Américas en 1964 y gracias a eso se publicó en México al siguiente año. Mientras que sus obras teatrales, además de la indiferencia, le supusieron encuentros desafortunados con varios miembros del mundo vinculado al arte dramático. No obstante, el teatro le abrió la puerta a la novela, donde le fue muy fácil transformar lo huraño en una especie de protección contra posibles destierros. De nuevo, los senderos de la ironía transformados en literatura, con todo el lodazal de las relaciones humanas, permitiéndose ser complejas y contradictorias.
6. Escritura pública
En las cartas de Cortés previas al ataque final a Tenochtitlán, pese a los fundamentos que deja plasmados sobre la guerra y la política, pese a la destrucción, prevalece en el texto la belleza de sus «mezquitas» y de sus «ídolos». En ellos conviven todos y sorprende, a la distancia, la claridad con la que pueden apreciarse sus «hermosos edificios», sus «muy buenos aposentos», las «torres muy altas y bien obradas». Cómo se ha acomodado la política o la guerra desde entonces, sobre todo en la literatura, es un asunto de muchas puntas. El método directo, franco y despiadado de Cortés es impopular en por lo menos dos sentidos para los que Ibargüengoitia intentó encontrar un equilibrio.
Por un lado, el desprecio a la política, lo cual ha desencadenado, en ocasiones, un desconocimiento de sus aspectos más básicos, como si a través de una mirada superficial o nula se pudiera relegar su existencia. En el caso de Ibargüengoitia, su historia familiar, relacionada con generales y políticos del estado de Guanajuato, modificó su visión en años donde las demandas populares de apertura llevaron a represiones del Estado de forma sistemática. Su inclinación por la sátira llevó, al mismo tiempo, ese conocimiento. Por otro lado, el segundo sentido tiene que ver con el lado opuesto: el exceso de la política, que produce otra variante de ceguera, otra proximidad que necesita marcar distancia. Para el guanajuatense, una vez más, es la construcción de la ironía la que le permite entrar y salir para evitar y, al mismo tiempo, evidenciar, las dos caras de una moneda que se apresuran a jugar desde los extremos.
7. El deseo
En la tendencia íntima de su escritura, Ibargüengoitia aborda con lo sexual otro de los temas de la literatura mexicana al que todavía le faltan varios giros. Además de lo carnal o de lo erótico, las distintas capas del placer y del deseo suelen manifestarse como una caricaturización de las relaciones, apegadas a normas con sedimentos restrictivos o castrantes. En el caso de Ibargüengoitia, si bien se podría argumentar algo en contra de sus personajes femeninos, existe una insistencia por la exploración más allá de toda sexualidad violentada. El influjo del Estado y de la Iglesia se mantienen en su pensamiento para llegar a esos sitios que todavía hoy son un tema tabú o con leyes que persiguen a quienes no se apegan a esa moralidad compartida, como los derechos de la comunidad LGBT+ o la ausencia del aborto libre en su estado natal, Guanajuato.
8. Personajes imaginarios II
Ibargüengoitia siempre escribió desde donde quiso. Estaba tan preocupado por la realidad como por las comas, pero ni una ni las otras se encontraban rodeadas por armazones inquebrantables: se mantuvieron como categorías porosas y a la vez constantes. La duda formó parte de su mecanismo de observación: sin estar preocupado porque su escritura cumpliera a cabalidad con ciertos requisitos de su época o de cualquiera. Su literatura fue popular por este mecanismo, el cual también se manifestaba en su sentido del humor.
9. La provincia
Aunque no sea intencional, en México, el uso de la palabra «provincia» denota una condición de menosprecio y extranjería. Hay alguien que llega y no es de ahí, hay alguien que se marcha y, con el tiempo, pierde su lugar. Para Ibargüengoitia, esta angustia de la pertenencia no se resuelve, por lo que sólo queda abrazar la ambigüedad. En su caso, siempre fue y no de Guanajuato, fue y no de Ciudad de México, fue y no de París. Su rechazo a los esencialismos hizo más evidente que, en este tema, era necesario un reajuste para decir, con el menor grado posible de extrañeza: Yo que soy de aquí y también de allá.
10. Escritor para siempre
En los años más difíciles, cuando parecía que nada funcionaba como debería, se encuentra un ínfimo recuerdo del que nadie pudo despojarlo: el momento donde Ibargüengoitia confirma su recorrido hacia la escritura. Fue en el teatro, ya que había decidido volver a estudiar, después de haber abandonado, casi antes de graduarse, la Facultad de Ingeniería. Su maestro, el dramaturgo Rodolfo Usigli, elogió su capacidad para los diálogos y le auguró un futuro brillante en ese género. Como se ha mencionado, eso no sucedió, pero esa promesa de la escritura se mantuvo.
Con la muerte repentina de Ibargüengoitia, en 1986, hubo por mucho tiempo un vacío en la vena humorística mexicana que poco a poco se ha ido recuperando. Entre las preocupaciones por lo que debería contener o no un género literario, las modificaciones del mercado, así como las funciones de los escritores en el siglo xxi, la combinación de variables para la escritura se ha modificado mucho desde entonces. Para el despliegue de la escritura popular y pública del guanajuatense, aunque con dificultades por su época, tuvo la suerte de que sus decisiones de forma y de estilo pudieran abocarse a lugares poco comunes de la literatura mexicana. La simpleza con la que pasa de los hechos reales a los imaginarios, y viceversa, carece de fórmulas. Su familiaridad es la de una broma pesada que tiene todo puesto para ser contada y, una vez que se ha dicho, provoca una herida que es curada de inmediato —sin alarmas, sin agitación entrecortada—, cuya risa vuelve cada vez que recuerdas lo que se contó.