Juan de Beatriz
Cantar qué
Pre-Textos
88 páginas
POR CONSTANTINO MOLINA

Este primer libro de Juan de Beatriz (Lorca, 1994) amalgama entre sus versos un muestrario de temas y formatos que, sin pretender lo unitario, alcanza la redondez gracias a la conciencia de saber en todo momento desde dónde nace y hacia dónde se dirige su escritura. Este lugar es el territorio de lo que de manera cursi se podría denominar como inefable, aunque aquí lo denominaremos como hatillo de palabras para una hoguera en honor a San Juan de la Cruz, lenguaje que se expresa en el lenguaje (parafraseando a Valente) o lo mistérico, y siempre -y gracias a ello a salvo de caer en esa esencialidad sobre la nada y palabra que efectivamente lleva a no decir nada- sirviéndose de ciertas tomas de tierra en lo vivencial y un suerte de estética de lo tecnopunk que hacen de cada poema un nido de tensiones tan hermosas como electrizantes. Es Juan de Beatriz uno de los poetas más en forma de su generación, todo el que se haya acercado a alguna de sus entrevistas podrá comprobarlo. Ampliamente formado en grados, residencias, masters y premios de investigación se agradece aquí que no abra su abanico de teorías y saberes, y que nos deje siempre con esa curiosa impresión de que el autor sabe mucho más de lo que cuenta en sus versos. Y así está bien. Brindemos por la sugerencia en pos del lirismo, claro. 

Dividido en cuatro partes precedidas de un poema de apertura, en el que podemos leer «no hizo la voz al canto, / ¿al canto? Sí, / al canto ojos en blanco que en verdad / es puro trino / temblando a la redonda/ de las lumbres». Como una primera declaración de su credo, Cantar qué se inicia en la primera de ellas denominada «Saborear el fruto» por un conjunto de versos en los que el poeta, no sin cierta ironía, se pregunta acerca de la sentencia que en los últimos tiempos viene augurando la muerte de la poesía. Así el libro da comienzo en esta primera parte con sendos poemas respecto a la autopsia del poeta y la autopsia del poema en los que el autor se define en su relación al canto con estas palabras: «Por más que yo me callo, el poema / a sí mismo se escribe / como a su aire / y a ver quién lo detiene». Con esta lírica no exenta de gracia y tan decantada hacia la oralidad nos adentramos en el primer grupo de textos de marcada temática metaliteraria y entre los que pueden surgir las resonancias a lo mejor de la generación del 50 (Gamoneda, Valente, Rodríguez).

Sigue su desarrollo el libro en las dos partes centrales «Carne de asombro» y «Todo lo cóncavo», en las cuales vienen a decirse lo que podría ser el armazón fundamental de todo el conjunto. Aquí, Juan de Beatriz, asume temas tan tópicos y fundamentales en la poesía como el amor, la muerte, la vida o el paso del tiempo y los hace suyos a través de un entramado que los concretiza sirviéndose de la propia genealogía familiar, la experiencia vivida (que asoma con sutileza de cuentagotas) o el conjunto de referencias culturales que se adivina tanto en los títulos, citas, y en los propios versos, como el censo de ilustres a los que el autor hace ofrenda con su propio devenir creativo. 

Se va trenzando así, en estas dos partes centrales de Cantar qué, una nómina de poemas entre los que el autor nos lleva de un formato a otro con agilidad y siempre servido de esa gracia antes mencionada, gracia que no es sino el disfrute plasmado y patente del artista que se da a la exploración y no cesa de generar pequeños hallazgos en el camino elegido. Ese camino elegido, o veta en la que De Beatriz aquí se recrea es el de las tensiones, ya que todo el libro es un juego de tensionado entre las distintas formas de composición poética y el tira y afloja surgido entre aquello que suele denominarse como «alta» y «baja» cultura. 

De entre los formatos, con una general preminencia de poemas en verso libre compuestos principalmente de endecasílabos y heptasílabos pero sin temor a dislocar esas medidas cuando es necesario, también damos con haikus o poemas en prosa. Los haikus se nos sirven aquí a manera de pequeños entremeses con los que tomar aliento y que anticipan la potencia del siguiente texto. Así tras «Cuántos inviernos / esconden los jardines / en primavera» nos llega el poema «Ubi sunt entre geranios» en cuyo cierre leemos: «Dónde tanto silencio –tú oír, ver y callar– / con la espalda quebrada hacia dios / y mi abuela frotando, / fregando mientras canta / -no toques que se rompe- / los lloros que se heredan junto al hambre». Y quizás sea ahí, en ese territorio abierto a la genealogía familiar donde ese tensionado se haga más interesante, ya que consigue, como ya se ha dicho anteriormente, concretizar los grandes temas de la poesía y la vez generar el trenzado de la inteligencia, la cultura y la emoción del que todo buen poema debe servirse para considerarse como tal. Como buen ejemplo de comunión entre «alta» y «baja» cultura está uno de los poemas dedicados a la abuela y en el que se da una confluencia paradigmática entre ambos discursos que no vienen sino a ser, al fin y al cabo, el mismo: «Como mi abuela, / que no escribe su nombre, / pero parió una familia / y cita sin saberlo a un tal Bataille: / amar es afirmar / la vida hasta en la muerte».

También cabe hablar del juego de sampleos que recorre el libro. Vamos dando con el «Sampleo de narciso», «Sampleo de un tema pizarnikiano», «Sampleo de tema kavafiano» o «Sampleo de aire cernudiano» como un cantarse en el trasunto literario que el autor acumula en su interior y que, siendo tan acertado término, aporta frescura sin caer en la banalidad efectista de la terminología posmoderna. Por lo general recurso manido y dado a utilizar el calzador como herramienta literaria. 

De entre los temas tratados sorprende la capacidad para salir ileso de cursilería al tratar el gran tema del amor. Tema recurrente por antonomasia y que, pese al atrevimiento generalizado entre todo nuevo sujeto lírico, requiere de ciertas tablas que eviten salirse en la curva del ridículo. Cualquiera que lea «Cuádruple forma de la ausencia» tendrá ante sí un ejemplo cabal y verdadero de aquello que significa la poesía amorosa. 

Por último, el libro vuelve a retomar el tono metapoético más explícito en su última parte «Adiós al tiempo de las rosas» cerrándolo con el que puede ser el texto más ambicioso de cuantos lo componen: «Bolaño me da el tono y cierro cantar qué». Poema extenso que hace las veces de poética o ideario existencial, porque aunque De Beatriz se ponga a maniobrar con el alto voltaje de lo metaliterario siempre existe esa sutil toma de tierra que asume la consonancia de lo más elevado del pensamiento abstracto con el mundo de lo tangible. «Y en tanto ver sin ver, cerré mis ojos. / Así logré entonar / otras más altas cotas / de un canto desbordado».

En definitiva, Cantar qué es un libro que se sirve de las tensiones para alcanzar su cometido, cosa esta nada original ya que la joven poesía española anda tan nutrida de este ingrediente que bien podría alguien ponerse a recetar pastillas contra la tensión poética. Su maravilla estriba en la capacidad de manejar esta tensión y hacer de ella un discurso artístico de una verdad sin pirotecnia ufana. Porque la gracia de la tensión está en la sutileza de estirar la cuerda sin llegar a generar una nota estridente, sino una vibración que acomode con serenidad elementos dispares a un mismo acorde.