Dennis C. Rasmussen
El infiel y el profesor. David Hume y Adam Smith. La amistad que forjó el pensamiento moderno
Traducción de Àlex Guàrdia Berdiell
Arpa Editores, Barcelona, 2018
382 páginas, 21.90 €
POR DANIEL B. BRO 

Hay alguna literatura sobre filósofos amigos, esas relaciones en las que ambos se alimentan mutuamente de sus reflexiones, pero en las que uno de ellos ha sido la figura tutora, la influencia decisiva. La primera quizás sea la de Platón y Aristóteles. Ya más cerca de nuestro tiempo tenemos a Montaigne y La Boétie. Este último murió a los treinta y tres años, pero dejó una huella profunda en el autor de los Ensayos. Algunos otros: Bentham y Mill, Marx y Engels… En Escocia, dos solterones (hay muchos filósofos solteros) se hicieron amigos y mantuvieron un diálogo muy provechoso para su tiempo y para la posteridad, me refiero a David Hume (Edimburgo, 1711-1776) y Adam Smith (Kirkcaldy, 1723-1790). Se conocieron en 1749 y la amistad duró hasta la muerte del autor del Tratado de la naturaleza humana, pero entonces Smith ya había leído al gran filósofo y había sido influido por él, y es una presencia clara tanto en su obra La teoría de los sentimientos morales como en La riqueza de las naciones (las dos únicas obras que publico en vida), aunque, como dicen muchos estudiosos, a pesar de la influencia nunca coincide totalmente con él. Hume nació en una familia de cierta fortuna, pero perdió a su padre cuando aún era niño. Fue un hombre alto y algo gordo, de gran cordialidad y buen humor, ajeno a intrigas, poses y postureos, características estas últimas que su genial coetáneo, el doctor Johnson, poseía a raudales. Escribió la genial obra que le dio un lugar destacado en la historia de la filosofía, el Tratado (1739) cuando era un hombre muy joven, algo que comparte con Berkeley y con Schopenhauer. De hecho, Hume entró en la universidad a los diez años y la dejó, sim terminar sus estudios, a los catorce, dedicándose con pasión de manera autodidacta a la filosofía y la literatura. Hay que señalar que los dos primeros volúmenes de su obra central fueron escritos durante su estancia de tres años en Francia, desde 1734 y 1737. En un mundo escocés creyente y mojigato, Hume fue escéptico (tras haber sido presbiteriano, como su familia) y nada favorable a la iglesia y sus cofradías, pero además de ser escéptico fue filosóficamente riguroso, y eso duele. Murió sin arrepentirse de su falta de creencias. Cierto, en la Francia de su tiempo tenía algunos pares en esto, pero París no era Edimburgo o Glasgow. Escocia, además de pobre, era, según Hume, vulgar y muy supersticiosa. (Por cierto, ¿se imaginan un Hume en la España del siglo xviii?). Pero de pronto surgió en este país del norte de Inglaterra un puñado de mentes notables que conformaron una verdadera ilustración escocesa. Hume fue, aunque es muy difícil encerrarlo en una definición así sea política, un tory conservador mientras que Smith fue whig liberal. Hume, ateo; Smith creyente, pero tampoco se le puede encajar en esta ficha. En sus casos son meros tópicos. Hume fue un filósofo que se ocupó, verdadero ensayista, de numerosos temas, desde la economía, la política, la oratoria, la poligamia a la religión… Por su parte, Smith, aunque fue, como seguramente dice la Wikipedia, el padre fundador del capitalismo, el hombre que pergeñó la teoría de la mano invisible, fue en realidad un profesor que se ocupó de la filosofía moral y escribió ensayos lúcidos sobre numerosas materias. Según el autor de esta obra, Dennis C. Rasmussen, matizando un poco, ambos fueron liberales pragmáticos. A lo largo de su vida, tuvieron diversos oficios: Hume llegó a trabajar como dependiente de un minorista de Bristol, algo que dejó por su monotonía, y Smith fue a final de su vida, con entusiasmo, lo que había sido su padre, inspector de aranceles. Se podría escribir un bonito libro sobre los escritores y sus otros oficios y ocupaciones.

Hume tenía un olfato desprejuiciado, algo que le ayudaba a pensar bien. Entendió la moral como una convención humana, algo práctico y con el único objetivo de mejorar la vida entre la gente. Es decir, que no emanaba de un origen trascendente sino de los sentimientos humanos apoyados en la aprobación y desaprobación. El título de su obra ya lo dice todo: Historia natural de la religión, y en ella ofrece una visión naturalista de la fe y la devoción religiosa. La experiencia en el mundo real era para él la única fuente de conocimiento sobre los hombres y lo que nos rodea. Pensar era para él no perder de vista la vida y expresarse en el tono de una conversación normal. Su escepticismo no era nihilismo, se parecía algo al de Montaigne, porque en ambos tiende a la humildad, la paz personal y el rechazo del fanatismo. Amor por el diálogo y por las preguntas, no por el monólogo de la revelación y su manojo de respuestas dogmáticas. Con estas premisas era difícil que lo aceptaran en la Universidad de Edimburgo, como había solicitado en dos ocasiones. Se dijo a sí mismo que ya era tarde para estudiar Derecho, y aborreciendo la Iglesia, sólo le quedaba «continuar siendo un pobre filósofo para siempre». Durante cinco años fue bibliotecario del Colegio de abogados de Edimburgo. La biblioteca era una de las mejores de Gran Bretaña, y ahí encontró gran parte del material para escribir una controvertida y admirable Historia de Inglaterra (en seis amplios tomos) admirada por Voltaire, Johnson y Gibbon. ¿Qué más se podría pedir? Éxito de ventas. También lo tuvo, y abundante. Fue el primer historiador moderno que trató de contar las cosas con sinceridad, búsqueda de la imparcialidad y amenidad. No ensalzó el pasado, sino que escribió en beneficio de la civilización, con un equilibrio no exento de humor y atrevimiento.

Si bien Hume perdió a su padre siendo niño, Smith no llegó siquiera a conocerlo. Su madre también era presbiteriana. Hijo único, vivió con su madre la mayor parte de su vida (ella murió con noventa años). En cuanto a sus propias creencias, hay pocas declaraciones, pero tanto Rasmussen como otros biógrafos se inclinan hacia un discreto o claro escepticismo en temas religiosos en su madurez. James Boswell, el gran biógrafo de Johnson, dijo de él que era un «hombre bastante docto, riguroso y ausente». A diferencia de Hume, sí profesó en la universidad, y, de hecho, ocupó la cátedra de Filosofía Moral en Glasgow desde 1752 a 1764. El primer libro de Smith, La teoría, de los sentimientos morales, es muy deudor de la obra de Hume, pero no lo menciona por su nombre ni una sola vez. En ella también considera la moral como un fenómeno esencialmente práctico y humano, que deriva de los sentimientos más que de la razón y evoluciona con el tiempo. Ambos estuvieron de acuerdo en que la simpatía (quizás lo que llamamos empatía) abarca más que la compasión y la piedad. Smith tenía una explicación proyectiva de la simpatía, y Hume la apoyaba más en la noción de contagio.

Durante muchos años, Hume vivió en Edimburgo y Smith en Glasgow, así que sólo se encontraban en algunas visitas, habitualmente también en Navidades, y se escribían, más Hume a Smith que al revés. Ambos amigos se vieron también en Francia, donde coincidieron con Benjamín Franklin (muy amigo de Hume, a quien visitó varias veces en Edimburgo), Buffon, Diderot, D’Holbach, D’Alembert, Helvétius y tantos otros. En cuanto a amores, es un capítulo tan pequeño que cabe en pocas frases. Hume y la condesa de Boufflers, que era amante del príncipe de Conti y tenía uno de los mejores salones de París, tuvieron una cierta atracción, se habló incluso en los mentideros de que estaba perdidamente enamorado de ella. Hay que recordar que una de las últimas cartas que escribió, ya en su lecho de muerte, fue para la condesa. En cuanto a Smith, bastante enmadrado, dice su biógrafo Simpson Ross, citado por Rasmussen, que su vida sexual no puede ser «más que una nota al pie a la historia de la sublimación».

Rasmussen nos cuenta también la relación de Hume con Rousseau, un célebre affaire muy conocido por la intrahistoria de la filosofía, en la que el filósofo francés tuvo uno de sus episodios paranoicos, pero no es cuestión de traerlo aquí, salvo con este párrafo. Volvamos a estos dos genios solterones. Smith fue un hombre más torpe en el trato social que Hume, y de actitudes menos relajadas. Hume era alguien que se encontraba muy bien en su propia piel, era un buen anfitrión, y organizaba comidas bien elaboradas, regadas por buenos vinos de Burdeos. Él dijo a un amigo que «leer, pasea, gandulear y dormitar, actividades a las que yo llamo meditar, me aportan la felicidad suprema». Montaigne dijo doscientos años antes lo mismo: cabalgar, entretenerse en conversaciones, dormir nueve horas, y leer no más de una hora seguida (Hume leía más), le procuraban verdadera felicidad. En cierta ocasión, cuando trataron de disuadir a Hume de que continuara su historia de Inglaterra lo rechazó con este argumento: «Porque soy demasiado viejo, demasiado gordo, demasiado perezoso y demasiado rico».

Nuestro biógrafo, que además se dedica a la filosofía política, lleva a cabo en esta obra un cierto rastreo, en ningún modo exhaustivo, de la influencia de Hume en Smith y de las diferencias de ideas y actitudes de ambos. En La riqueza de las naciones, sin mencionarlo, sin duda por delicadeza, corrige a Hume en numerosas cuestiones, y hace una separación completa entre Iglesia y Estado (que curiosamente Hume no hace, aunque por razones nada religiosas, sino yo diría que sutilmente maquiavélicas), pero esto no impide que tanto esta como su otra obra central sean deudoras del pensamiento de su amigo y maestro. Esta obra fue publicada por Smith en 1776, unos meses antes de que muriera Hume, a quien envió un ejemplar, que pudo leer. Ese mismo año Hume redactó su testamento, donde dejaba todos sus manuscritos a Smith, con el deseo de que publicara su Diálogo sobre la religión natural. Pero Smith se negó a aceptar dicho encargo. ¿Miedo a que perjudicara el éxito de su libro La riqueza de las naciones? La cuestión es difícil de solventar. Tres años después de su muerte, el sobrino de Hume publicó dicho libro. Fue recibido con escándalo y Boswell se sintió ofendido por el hecho de que publicara «la venenosa obra de su tío».

Hume murió el 23 de agosto de 1776, sin padecer angustia ninguna. La enfermedad (cáncer intestinal) y la muerte no lo cambiaron, sino que confirmaron lo que había sido. Su amigo Smith hizo un retrato de sus últimos años, añadido al texto Mi vida, la minimalista autobiografía de Hume, y ahí afirma de este escéptico manifiesto, que siempre lo había tenido por «una persona cuya erudición y virtud se acercaban tanto a la perfección como tal vez permita la fragilidad humana». Adam Smith se mudó a la ciudad donde había nacido, Kirkcaldy, donde vivió desde 1778 hasta su muerte en 1790. Comenzó varias obras que no concluyó, pero también se dedicó a revisar profundamente La teoría de los sentimientos morales, que reeditó el mismo año de su muerte. Perfeccionista, mandó quemar todos sus escritos no acabados, y los pocos ensayos que se salvaron se incluyeron póstumamente en sus Ensayos filosóficos. El 17 de julio, a los sesenta y siete años (dos más que su querido Hume) murió Adam Smith, también con gran aplomo. A diferencia de las exequias de Hume, las de Smith fueron discretas y pasaron un poco inadvertidas. Los dos pensadores estuvieron en contra de las supersticiones, y a favor de mirar, desde el diálogo, lo que hay. Y tuvieron la suerte de encontrarse y reconocerse. No es poco.