Andrés Neuman:
Fractura
Alfaguara, Barcelona, 2018
496 páginas, 21.90 € (ebook 9.99 €)
POR JUAN CARLOS MÉNDEZ GUÉDEZ 

 

Transcurría el año 1999 cuando los medios culturales de España reseñaron la aparición de la primera novela de un autor llamado Andrés Neuman. Aquel libro, titulado Bariloche, no era el típico volumen primerizo, cargado de promesas y hallazgos que pudiesen asomar la presencia futura de un estupendo narrador. Se trataba de una propuesta sólida, con una escritura envolvente en la que personajes de oscilante penumbra existencial se desplazaban entre registros lingüísticos que evocaban el español peninsular y el español porteño.

Pese a su juventud, aquel libro de Neuman se incorporó con naturalidad a lo que era el resurgimiento de la narrativa hispanoamericana en España (evidenciado en el I Congreso de Nuevos Narradores Hispánicos, realizado ese mismo año en Casa de América, y en el que participaron autores mayores que el escritor argentino); un retorno en el que las fórmulas gastadas del realismo mágico daban paso a narraciones con un sesgo más íntimo, una espacialidad más difusa y un anecdotario ajeno a la épica y al exotismo con el que las antiguas visiones se habían prolongado en escritores que sabían imitar el recetario garciamarquiano.

Breve y contundente, aquel primer título era una realidad presente y el comienzo de un trabajo que comenzó a multiplicarse en diversidad de géneros: poesía, cuento, minirrelato y aforismos, todos ellos desarrollados por Neuman con excepcional madurez.

Por todas estas razones, a estas alturas puede afirmarse que este autor ha creado con rigor un mundo propio, múltiple, de expresión cuidadosa, cercana a la mirada poética, a la inteligencia sensorial que encuentra en lo real un pre-texto que debe ser descifrado para alcanzar la novedad de un sentido que nos conmueve, nos trastoca, nos interpela.

De allí que no sorprenda la proyección internacional de su obra, traducida ya a más de veinte idiomas y merecedora de reconocimientos de toda índole. En ese sentido, la escritura de Neuman goza de la inmensa esclavitud y el vértigo de poseer amplio reconocimiento; una escritura visible, leída, interpretada, evaluada con ojos atentos. Desde los veintidós años, su trabajo se ha encontrado en el foco de atención y, por eso, es imposible no destacar el desparpajo, la libertad, la valentía con la que este autor hispanoargentino encara cada aventura creativa: sin concesiones, sin repeticiones, sin caminos reconocibles.

Esa citada libertad se manifiesta de varias maneras: por un lado, Neuman nunca ha abandonado los géneros menos transitados por el gran público lector, como son la poesía o el cuento (género al que ha aportado un cuerpo reflexivo considerable) y, por el otro, cada libro suyo ofrece variaciones fundamentales con el inmediatamente anterior. Pienso, en concreto, en sus tres últimos títulos de largo aliento. El viajero del siglo, Hablar solos y este volumen que ahora nos ocupa: Fractura. El primero de ellos es un novelón de falsa apariencia decimonónica; el segundo, una sintética novela de tono íntimo, y el tercero, un libro polifónico centrado en uno de los grandes dramas colectivos del siglo xx. Ninguno funciona como expansión de los otros, como reiteración en fórmulas de comprobada eficacia.

Cabe destacar, eso sí, como una conexión entre los tres, lo que sería un rasgo propio de la narrativa hispanoamericana actual: la «extraterritorialidad», definida por Paqui Noguerol como un elemento significativo de la literatura latinoamericana más reciente y que consiste en que «la búsqueda de la identidad ha sido relegada a favor de la diversidad; como consecuencia, la creación literaria se revela ajena al prurito nacionalista a partir del cual se la analizó desde la época de la independencia, aún vigente en múltiples foros académicos y que rechaza la literatura universal como parte del patrimonio cultural del subcontinente».

Otro elemento común en estas historias es la imantación que emanan sus páginas, universos en los que el lector queda sumergido de inmediato sin percibir como una interferencia la voluntad constructiva que edifica sus componentes. Porque cada uno de esos libros exhibe una armazón precisa, efectiva e invisible, que va creando en los lectores el encantamiento de una inteligencia narrativa que atrapa y es a la vez un profundo trabajo lúdico sobre lo novelesco.

Pero es necesario insistir en el tema extraterritorial al centrarnos en su novela más reciente, Fractura, pues en ella Neuman reafirma una vez más su voluntad de no ceñirse a los escenarios, las problemáticas y los contextos históricos que se le presuponen a un escritor latinoamericano. Claro que aquí es necesario realizar una acotación; por sobradas razones, Andrés Neuman podría ser lo que, en palabras de Daniel Mesa Gancedo, se define como un autor «amerispánico», ese tipo de escritor que no sólo fragua textos americanos en español, sino que, por su migración y por habitar en la península ibérica, nos permite leer «el texto España en americano». El asunto es que la extraterritorialidad de Neuman va un paso más allá, y, si bien en Hablar solos, las geografías citadas en los viajes de los personajes evocan lugares de uno y otro lado del océano hispanohablante, en El viajero del siglo la acción se centra en una inventada ciudad alemana, Wandernburgo (que, por otro lado, podría sumarse al interesante listado de ciudades imaginarias que han creado otros autores contemporáneos: Angosta, del colombiano Héctor Abad Faciolince; Río Fugitivo, del boliviano Paz Soldán; Tres de Marzo; del hispanocolombiano Pedro Sorela), mientras que su novela más reciente transcurre en ciudades reales como París, Nueva York, Madrid, Buenos Aires, y se encuentra centrada en Watanabe, personaje japonés que ha sobrevivido a la bomba nuclear de Hiroshima.

Ésa es la primera perplejidad que origina esta fascinante narración. El autor nos cuenta una historia y una visión que es apenas transitada en las ficciones de nuestra lengua. Ya no se trata de las modernistas o barroquizantes miradas al Lejano Oriente, sino del encuentro verbal con uno de los momentos históricos más dramáticos del siglo pasado. Neuman ya había hecho una incursión ficcional en el mundo japonés en su libro El que espera, publicado originalmente en 2000. En concreto, nos referimos a su cuento «Veneno», breve narración en la que se esboza uno de los elementos constitutivos fundamentales de su reciente libro. En aquel cuento, el protagonista japonés acota que en francés las palabras «pescado» y «veneno» se dicen de forma muy similar. Un juego propio de una extrañeza lingüística que parece un detalle circunstancial, pero que precisamente es uno de los ejes de Fractura: la mudanza que sobre la realidad y las personas ejercen los idiomas.

Watanabe, después de sobrevivir a la debacle nuclear se mueve entre amores, ciudades y mutaciones lingüísticas. De allí que en la página 262 de Fractura se afirme: «Más que un hablante de distintos idiomas, se sentía tantos individuos como idiomas hablaba. En francés se notaba propenso a los rodeos, más exigente y un punto susceptible. En inglés lo sorprendía su propia convicción, la seguridad con que emitía afirmaciones de una contundencia impropia de él […]. Y en español […] un tanto voluble con sus opiniones. Más risueño. Menos preocupado por su imagen». Esa mudanza verbal implica relaciones con cuatro amantes diferentes, con ciudades y realidades diversas, y es tal vez el modo en que Watanabe logra restaurar las heridas que ha dejado en su existencia el ataque nuclear en el que ha perdido a su familia y en el que ha conocido la culpa propia de quienes sobreviven a una debacle.

La novela avanza en dos planos temporales muy bien diseñados. El accidente nuclear de Fukushima dispara las acciones presentes de la narración y, a la vez, aparecen intercaladas las memorias de las distintas compañeras que Watanabe ha tenido a lo largo de su vida. El conjunto es de una inmensa brillantez: visiones múltiples, construcción casi cubista del personaje principal a través de sus actos propios y del recuerdo y la verbalidad que ha dejado en sus personas más próximas.

Watanabe, en un acto de expiación, decide aproximarse al epicentro de la nueva catástrofe atómica, mientras asistimos al inventario de esa vida suya que parece signada por el kintsugui: la técnica japonesa que repara las fracturas de las cerámicas con polvos de minerales como el oro o la plata y convierte la herida del material en otra forma de belleza.

El resultado es de una inmensa y perturbadora solidez. Las voces de las compañeras de Watanabe ofrecen un desdoblamiento verbal muy bien logrado, una singularidad que dibuja con nitidez a cada una de ellas y que hace explícitas las mutaciones existenciales que vive el protagonista con la adquisición de cada nuevo idioma. Los momentos especiales del libro se suceden con fragmentos que son verdaderos fogonazos de lucidez y de cuestionamiento sobre la indiferencia con que la humanidad del xxi experimenta la amenaza nuclear.

Se expanden así imágenes sobrecogedoras de las que es imposible regresar intacto: «Sólo en ese momento se dio cuenta de los gritos a su alrededor, el fuego, las crepitaciones, los crujidos […]. Los edificios ya no estaban allí. Sólo se mantenía alguno que otro, en equilibrios no previstos por su arquitectura. De la ciudad, rememora Watanabe, quedaba el hueco». Por lo que el lector encontrará, al cerrar estas páginas, que ha disfrutado de una narración apasionante, de gran agilidad, en la que se retoma el tema de la muerte, de la destrucción masiva, de la frivolidad de una especie que ha construido la posibilidad de aniquilarse a sí misma. Temas que escuecen y que, como en toda narración valiosa, resurgen de las sombras de nuestro olvido para arder en nuestra mirada.

En síntesis, razones de sobra para afirmar que Fractura es una de las grandes noticias literarias de este 2018.

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