Rafael Argullol
El enigma de Lea. Cuento mítico para una ópera
Acantilado, Barcelona, 2019
112 páginas, 12.00 €
POR JULIO CÉSAR GALÁN

 

La entrada a este libro nos hace instalarnos en el subtítulo, «Cuento mítico para una ópera», y en la cita inicial, de la cual me voy a quedar con aquello que dice de «Los castillos de arena son las más sólidas construcciones y los caminos de errancia, las patrias más seguras […]». También hay que señalar dentro de estas marcas situacionales que este La entrada a este libro nos hace instalarnos en el subtítulo, «Cuento mítico para una ópera», y en la cita inicial, de la cual me voy a quedar con aquello que dice de «Los castillos de arena son las más sólidas construcciones y los caminos de errancia, las patrias más seguras […]»texto sirvió como base para la ópera de Benet Casablancas, L’enigma di Lea. Si, además de estos mimbres, emplazamos al lector (sin destripar el contenido), debemos decir que la acción se sitúa en un lugar nebuloso, cuyos límites parecen diluirse en un «tiempo ancestral». En el centro están Lea y Dios, ambos traspasados por la sensualidad y el placer, los secretos y sus posibles revelaciones. En medio están esos dos seres, los coros, esos Milojos y Milbocas que acusan a Lea y le «recuerdan que es una posesión de Dios» y las tres Damas de la Frontera, seres vaporosos que están entre la vida y la muerte, personajes que abren algunos ingredientes de esta historia: justicia, sexualidad o tiempo. Más allá está el sonámbulo Ram que sueña la inmortalidad, que le cuenta a Lea su fornicio con la muerte y que da apertura a un detalle destacable: la contradicción entre ambos rostros: «fuego yo y tú hielo», dice Lea. A través del diálogo, se deja entrever que, mediante la paradoja, esas luces se encuentran en las sombras y viceversa; que los opuestos destellan ese pensamiento en que dos elementos pueden negarse y, al mismo tiempo, afirmarse. Ram no tiene presente y Lea es puro presente, y todo en un mismo momento. Eternidad y fugacidad en una misma mirada. Es significativo que ese diálogo que casi cierra la primera parte se haga a través de ese caminar en círculos de Lea. La simbología de la circularidad nos da apertura a un subtexto: el cierre de los dualismos: «Yo te romperé las ataduras / y te lanzaré hacia mí».

En El enigma de Lea se recogen algunas constantes vitales de la obra de Rafael Argullol; una muestra la encontramos en los elementos mitológicos (y bíblicos), con su propio lenguaje oracular, cargado de musicalidad y de antigua belleza, en fusión pensativa de sensaciones y símbolos. A través de los diálogos, se establece la subsistencia de esa señal interior y sensible que los mitos ancestrales hacen circular mediante la palabra teatral. En este caso, la devoción por lo trágico va aparejada a la figura de la heroína, Lea. Además, hay que añadir esas maneras ensayísticas, ficcionales o poéticas para desentrañar las razones del mal o el sacrificio de la belleza en la palabra. Todo envuelto por el nomadeo de los personajes, por la vida como viaje, ese deambular por el ensueño, la fantasía o el delirio. Y en ese peregrinaje, la conciencia salva los instantes áureos y sombríos del pensamiento agónico del aislamiento: «[…] y te lanzaré hacia mí, / para que el sonámbulo / abrace a la errante / y se quiebren / las ataduras de la soledad».

Si el mito traspasa este cuento, también el utillaje simbólico testimonia una manera decir pareja a la anterior, ahí tenemos la asociación de Lea con la yegua desbocada, de Dios con una fiera deseante de carne, de los Milojos y las Milbocas como conciencia, o relaciones como la de Ram con la ceguera y de ésta con una visión más profunda. Las dos partes de la realidad, esas dos mitades de una misma moneda que son el símbolo, recrean mediante el verso narrativo (como en su obra, Poema) las bifurcaciones, los enmascaramientos, la lejanía cercana, el temblor de beldad, la inclinación hacia lo dionisiaco… Todos ellos caminos de perfección que las tres Damas de la Frontera explican en su encuentro con Lea: «de los que se presentaron al mundo / con los ideales más altos […]» (primera dama); «Los sueños son lo mío, querida» (segunda dama); «El botín del hombre / que en la borrachera de la imaginación / se apodera del cetro prohibido» (tercera dama). Triada que descubre los distintos senderos de la belleza y nos muestran que el ajuste con el perfil identitario de cada uno procede de la conciliación de sus contradicciones.

Tras un encuentro entre Lea y Ram, cerrado con la presencia de las Damas de la Frontera (a modo de ecos) y de Milojos y Milbocas (con sus dedos calumniadores), el final de la primera parte acaba en danza, acantilados, sombra y la palabra «Finisterre». El extremo como fondo de la forma.

Uno de los puntos centrales de la trama es la violación de Lea (guardiana de un secreto que todos deben descubrir, incluido el espectador/lector), a manos de un ser superior, ese dios oscuro, que la hace una posesión suya. Anteriormente, habíamos hablado de los mitos y de su relación con la obra de Rafael Argullol, pues aquí también encontramos esa estrecha conexión entre lujuria, celos, traiciones y demás vanidades. Asimismo, esa sexualidad está presente mediante aquel grito báquico de «¡Abboeh, abboeh!» (la fórmula más conocida es evohé) que abre y cierra El enigma de Lea. Varias reformulaciones o revisiones de mitos encontramos en esta historia: el de Dionisos, el de Acteón y Artemisa o el de Narciso. Este último se percibe en ese juego de espejos entre Lea y Ram, entre las Damas de la Frontera con Milojos y Milbocas, o con los diversos coros que abren varios círculos concéntricos.

Ya en la segunda parte esas formas espejeantes se van aclarando entre metáforas e imágenes. En un primer momento, la acción se desarrolla en el patio de la institución outsiders, y el cambio de tiempo (la actualidad) hace que se transforme la forma de los personajes (pero no sus fondos), por ejemplo, Milojos y Milbocas pasan a ser celadores-psicólogos. Mientras, el coro sirve de amplitud de esta situación y hace visible el guiñol burlesco en cuyo centro está la búsqueda de la belleza. Esta indagación nos habla subterráneamente del deseo de otredad que es la creación, esa manera única de salir de la vida. La pasión por redoblar el eco sonoro, la avidez y la sequía que producen los excesos de engendrar, envuelven a los personajes que van apareciendo: desde el doctor Schicksal hasta los tres artistas, Lorenzo, Miguel y Augusto. En ese recorrido, la lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco invade cada mirada. El cincel de esos artistas ansía la carne de Lea hecha escultura, ambiciona su secreto; pero éste se escapa cuando alcanzan esos instantes de plenitud.

Pero la belleza siempre exhibe, en la mayoría de las ocasiones de un modo oculto, una fachada caricaturesca, burlona, irrisoria. Otra veta que se da tanto en El enigma de Lea como en otras obras de Rafael Argullol es lo grotesco. Cuestión que se muestra aquí desde el inicio con esos sacerdotes de tonos vocales contrapuestos, o con el doctor Schicksal y sus gestos exagerados. Los primeros dedicados a la observación moralista, el segundo resuelto en el dictamen de sus veredictos. En esta galería de espejos, un componente temático refleja a otro y al girar la lectura observamos la sacralidad y sus alrededores. En este sentido, se vierte una visión reflexiva a modo de captación de la muerte y superación de la misma: el noble instinto de belleza y sus correspondencias, y sus concreciones en los espacios creativos. Así, el personaje del sonámbulo nos dice ya en la tercera parte: «Veo sombras y más sombras / Ayúdame a ver una luciérnaga / en este bosque sin fin». Visión, lucidez y comprensión van cerrando las puertas de la creación. Todo más claro al final del camino.

El enigma de Lea huye de la parsimonia no sólo operística, sino también dramatúrgica, de plasmar un collage de textualidades diversas, unas veces con mejor tino, otras, las más habituales —la moda es la moda—, como montón de escombros. Su puesta sobre las tablas en el Liceu desveló una palabra pensada para la música. Con la escenografía de Paco Azorín, la coreografía de Ferran Carvajal, la videocreación de Miquel Ángel Raió y con Josep Pons como capitán de orquesta y coros, este cuento mítico se convierte en una obra total llena de sugerencias y actualidad, ahí tenemos esa autocensura que, como dice al propio autor, se queda corta al lado de la imaginada por Orwell; ahí están esos tiempos apocalípticos retomados, a modo de origen, de su ensayo El fin del mundo como obra de arte; o esa lucha titánica por invisible de cada Prometeo encadenado al ojo omnisciente (el Gran hermano que husmea nuestras conciencias miedosas). Todo un alegato contra el origen del mal y la necesidad de creación como defensa. Es conveniente, de vez en cuando, que el público-lector pase por obras como ésta.