Massimo Recalcati
Las manos de la madre. Deseo, fantasmas y herencia de lo materno
Traducción de Carlos Gumpert
Anagrama, Barcelona, 2018
200 páginas, 16.90 € (ebook 9.99 €)
POR DANIEL B.BRO

 

 

El psicoanalista y ensayista italiano Massimo Recalcati (1959) ha dedicado varias obras notables al estudio de las relaciones familiares (Padres e hijos tras al ocaso del progenitor), así como al aprendizaje de nuestra identidad y felicidad (o infelicidad) afectiva, a la educación (La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza). Sus vínculos con el psicoanálisis freudiano y, de manera más notable, con el lacaniano son conocidos. Sus libros tienen en cuenta que el hombre es hijo del niño y, por lo tanto, el desarrollo conformador y evolutivo es decisorio de manera radical para entender lo que somos y lo que hacemos como adultos. Recalcati tiene una gran vocación de educador y analista de lo imaginario en la conformación de la personalidad. Dos términos suelen girar, como astros generadores de significados, en sus libros, y en este que paso a comentarles: la palabra y el deseo. Éste es un libro, esencialmente, sobre las madres, no sobre la madre, sino sobre su pluralidad. Como en otras obras suyas, recurre no sólo al material psicoanalítico, sino que toma ejemplos del cine y de la literatura, porque, como buen psicoanalista, no ignora que el relato constituye al hecho.

Las manos de la madre tal vez sean el primer rostro, un rostro que no nos deja caer. Ahora bien, padre y madre, ya para Freud, son figuras que trascienden el sexo, la estirpe, la biología, como nos recuerda Recalcati. En su realidad más fuerte, son símbolos, figuras conducentes. La naturalidad animal del nacimiento es en la especie humana la irrupción del desorden, está mediada por la espera materna que aguarda un comienzo. No nacemos para morir, sino, como afirma Hannah Arendt frente a Heidegger, citada por nuestro autor, para comenzar. Todo nacimiento es la afirmación de la individualidad: uno y no otro. Un uno entre los otros, frente a la «noche ciega del uno», en expresión feliz de Recalcati. La maternidad no es sólo un hecho biológico, sino un proceso mediado por el deseo o por su ausencia… Pero siempre será una carencia de deseo, algo que puede marcar la vida del niño de manera tan fuerte como un deseo que no conoce límite, que es pura maternidad, por ejemplo, sin dejar espacio al otro que deseamos más allá de nuestro propio deseo. Una ausencia de deseo, de afecto, puede llevar a un bebé a la muerte. Somos seres afectivos y no nos basta con nacer y succionar el pecho materno, necesitamos desde un comienzo sentirnos protegidos y afirmador en ser. Me pregunto si se podrá rastrear esto en el mundo de otros mamíferos, si se podría parangonar, así fuera de manera mínima, como un antecedente. Recalcati no lo menciona porque se atiene estrictamente al mundo humano y no hace la menor referencia —no se lo critico, lo constato— al conocimiento científico relativo a la genética y otras disciplinas afines.

La madre como signo no puede resumirse en la madre dadora de lo que tiene (alimento, protección, manos, un rostro). La madre entrega, más allá de esta que se agota en su acción, algo que forma parte de la carencia, porque amar, según frase de Lacan traída por su discípulo, es «dar al otro lo que no se tiene». Es lo que, de manera radical, nos falta y, por lo tanto, se da algo que nos constituye como persona. Es decir que, gracias a la carencia, aparece en la madre la mujer, que, a su vez, es carencia (necesidad) de ser amada y, por consiguiente, se salva de ser sólo madre, y así salva al niño de ser convertido en el objeto único del deseo materno. La tradición patriarcal ha querido neutralizar la femineidad (incontrolable como tal) reduciendo la mujer al rol materno y exaltando a la mujer bella, diosa incluso, sin hijos. La liberación del rol materno (o paterno) no deja de tener riesgos, como veremos más adelante. La madre ha de renunciar a la tentación del incesto, que se apoya en ese rol único de amor al hijo en el amasijo de lo uno, ofreciéndole lo discontinuo desde ella misma, esto es: negándose a ser sólo madre, siendo mujer, alguien informado por una carencia que el hijo no puede satisfacer.

El amor materno es amor de la imperfección, de lo singular, no de lo perfecto, es decir, que se ama lo único, lo que el otro es. No es amor por el ideal (bueno, cuando esto se da se producen más desastres de lo habitual), es lo que Recalcati denomina «amor por el nombre propio». Nombre, supongo, no como el nombre del niño, sino como símbolo de lo irreductible del otro. Así pues, la función materna y su legado suponen no un deseo anónimo (genérico), sino «capaz de transmitir el deseo». Siguiendo las ideas lacanianas, el deseo del padre transmite el trauma de la ley y, así, inserta la ley en el deseo, mientras que «la madre transmite el sentimiento de la vida». Ese sentimiento tiene que ver con que el hijo no es apropiable, no es ella, una continuidad o proyección de la madre, sino alguien que no es sus hermanos y hermanas, que no es como cualquier otro. Lo dice muy bien Recalcati: «Una trascendencia absoluta —la del hijo— emerge en la más profunda inmanencia».

En toda madre lucha una parte que por amor busca desprenderse de su hijo y otra que quiere la posesión exclusiva de lo generado. Lo sabemos al menos desde Salomón. De nuevo cito a Recalcati, porque, algo que ya sabíamos, escribe muy bien y logra frases memorables: «La alegría de la maternidad consiste en prestar su propio cuerpo con el fin de que sea habitado por una alteridad que lo trasciende». Vale decir que lo que acoge la madre no puede ser reducido (al deseo propio), sino que siempre está más allá, y eso que se trasciende es lo que la maternidad creativa deja que vuele, a pesar del movimiento restrictivo, posesivo. La mujer que hay en la madre se posibilita a sí misma al tiempo que le abre las puertas al hijo al negarle ser el todo para él. Es interesante que Recalcati hable de la necesidad de mentir del niño como proceso de separación. Tiene que imposibilitar que la madre lo sea todo de él, que incluso sepa lo que piensa en silencio. El colmo de la invasión. Mentir aquí es una forma de ocultarse, de estar donde no está, de respirar por un espacio incógnito a la madre. De nuevo Massimo Recalcati: «La madre que todo lo sabe sobre sus propios hijos es una pesadilla, una locura, es una madre que se convierte en kapo. Se trata de una forma extrema de la degeneración de lo materno que se sintetiza en la imagen de la madre-cocodrilo». Esta imagen última pertenece a Lacan. Bien, veamos ahora la madre narcisista, muy del presente, que no es la madre que no quiere a sus hijos, sino que no quiere ocuparse de ellos, porque la maternidad le impide ser mujer y que, por lo tanto, es distraída y practica una cierta desinversión libidinal con el niño. «La madre narcisista es una madre siempre en fuga y con tendencia a la insatisfacción», cuyo extremo sería Medea o lo que denomina «complejo de Medea». «Te di la vida y ahora te doy la muerte», afirma Medea. En este caso, el hijo no es una realidad que se reivindique, sino un fardo del que desprenderse. En la ideología patriarcal, la mujer desaparecía en la madre; ahora, el riesgo es que la mujer pueda matar a la madre. Es obvio que no puede ignorarse en la relación del hijo y de la madre el significado paterno, sea presencia o ausencia. Recalcati sigue en esto muy de cerca a Lacan: «El nombre del padre es el significante de la separación, dado que proporciona al niño la clave de la interpretación (fálica) del deseo del otro; la madre nunca es madre-del-todo, está habitada por una carencia que la constituye como mujer». El hijo, pues, no puede colmar la ilusión de la madre, así que hay una decepción necesaria que evita quedar atrapado sin acceso a su propio deseo. La ilusión materna de serlo todo para el hijo pasa por tornarlo en todo para ella y, por lo tanto, la imposibilidad de encontrar su propio deseo en la madre como carencia (su figura como mujer, que la saca fuera del rol maternofilial).

La herencia materna tiene que ver con la memoria de la vida y la paterna está vinculada con la ley y el deseo. La primera está mediada por la interdicción; la segunda adopta el valor de la ley, «es el regalo del deseo de la vida». No se trata de un libro simplificador, a pesar de estas nociones que pudieran ser esquemáticas a primera vista. Este ensayo es una defensa de la madre tanto como de la mujer y nos ayuda a vislumbrar una afectividad más completa y libre.

 

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