Ignacio Ferrando
El rumor y los insectos
Tusquets
489 páginas
POR PEDRO BOSQUED

Una novela que viene de otra novela. Una historia que viene de otra historia. Un empeño de hace tres lustros —con la imagen real de un hormiguero destrozado por unas niñas gemelas—, que toma forma, fondo y cordura en la era de lo que la Inteligencia Artificial, ¿tenemos tanto miedo a ponerlo en minúsculas?, está por demostrar. Este podría ser un primario esbozo de El rumor y los insectos. Pero quedaría demasiado sucinto y pacato, porque es mucho más, nunca demasiado más.

Ignacio Ferrando (Trubia, 1972) es un asturiano de aroma, madrileño de tacto, contacto y arquitectura pero tiene un filósofo en mente que ha encontrado en la narración su lugar en el mundo. Su pasado como escritor es tan premiado como poco conocido, hasta el momento. En materia de relatos, por abreviar, con La piel de los extraños obtuvo el premio Setenil. Con Ceremonias de interior se llevó el premio Tiflos. Si pasamos a sus novelas, su Un centímetro de mar fue premio Ciudad de Irún y premio Ojo Crítico de RNE. La oscuridad fue un luminoso pozo de fondo nórdico. Nosotros H esa novela que de verdad constituye a un autor o a su ADN, y conservada por siempre quedará su categoría en esa melodía musical atípica. En 2017, anidó en Tusquets, y ya son tres las historias que de variada trama han marcado una constante búsqueda del interior que no vemos o sabemos mostrar. En La quietud, descubrió lo que la paternidad puede ser cuando el movimiento físico antecede al mental. En su anterior novela, Referencial, la apuesta es la de cómo ser originales ora únicos. Temas, como vemos, intemporales, necesarios y nada excluyentes con los que cualquier bípedo se debe o debería enfrentarse. Y ahora en 2023, aparece esta historia argumental que podría calificarse como la foto de la cubierta. Saldos, de la lombarda Barbara Baldi, la obra que cobija una cabeza de espaldas a la que a la mitad de la imagen se le han cambiado los trazos por píxeles.

Trazos por píxeles o trazos y píxeles. Porque eso es esta novela, dos mundos que podrían ser independientes pero no lo son. No se trata de un binomio fantástico de Gianni Rodari. Sí, de la historia de un antropólogo que es enviado a un pueblo o colonia de la Alemania de los ochenta del siglo pasado a que resuelva la pérdida de varias vidas de forma secuencial. Ferrando traza una historia de cierta ciencia ficción, a través de un quijotesco antropólogo madrileño que tendrá que resolver ciertos envites para poder resolver los suyos. Órdago para el autor que muestra en casi quinientas páginas que queda mucho por narrar y que se pueden plantear varios envites para que el lector gane más que una partida. La partida que ahora mismo flota en nuestro mundo. Esa en la que parece importar o valer o pesar más lo que se representa que la realidad. El mundo digital frente al analógico. Comprar y tener frente a ser. Desviar todo para convertirnos en un número o valor impersonal o atreverse a preguntarnos, ¿y tú quién eres? Los habitantes de la colonia alemana no saben lo que son, y gracias a la pericia narradora de Ferrando, los lectores serán los que pueden o no descubrirlo. Seres que podrían ser casi androides, pero que definidos como sintéticos, se gana en precisión. Sintéticos que no saben su origen, que cumplen patrones y tendencias grises que pueden traer ecos de las historias de Philip K. Dick o atmósferas en las que el tiempo es otro valor cambiante más. Y a ese lindo erial es lanzado, aunque piense que es libre en su elección, el quijotesco antropólogo que partiendo de un Madrid de un futuro cercano o imprevisible (en el que Trump puede ir a la Corea unificada), ha de resolver autodestrucciones de los sintéticos que no estaban programadas. Procesos que no atienden a las lógicas artificiales ni a las de las inteligencias programadas ni a ninguna lógica previsible.

Porque El rumor y los insectos desliza con calma, teórica inocencia y valiente consciencia el tema que todo humano posee y no siempre se atreve a ver. No somos complejos, somos contradictorios. Ahí está la honestidad del escritor. Que cumple a rajatabla lo que dejó escrito Marguerite Duras: «Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido». Lo atemperaría el escritor, también francés, Bernard Weber —sí, el de la trilogía de las hormigas—, que dice: «La contradicción es el motor del pensamiento». Ahí parece encontrar el filón argumental Ferrando y toma, retoma, retoca ese hilo que debería ser solo imaginario pero que se convierte en sustrato real con el que trabaja. Y podría aclararse con la luz de lo que dijo Pascal en sus Pensamientos: «Ni la contradicción es indicio de falsedad, ni la falta de contradicción es indicio de verdad». Pascal, Weber y Duras. Tres franceses, no hay falsedad; tres escritores, hay contradicción. Justo estas dos frases precedentes nos aclaran el conflicto vital. Explícito el envite. Implícito el desarrollarlo. Para ello, Ferrando recurre a diálogos, esa técnica de dificultad mayor de lo que parece. Interpelaciones constantes de una mente a otra que en lo que esconden en sus parlamentos, anida el fondo de lo que son. Lo sepan o no. Sean sintéticos o antipáticos. Los diálogos de esta novela llevan a los de La oscuridad. La ambivalencia de los personajes a los de Referencial. Por huellas como estas se aprecia el peso de un escritor y lo que es más importante, su obra.

En esta novela, la alternancia entre Madrid, Bahnstadt (en el sentido alemán del término) y Ámsterdam provocan un dinamismo necesario. Una aliteración mental, que no fonética, que imbuyen al lector en lo que no sabía que podía involucrarse. Narrando capítulos con la cámara al hombro o la lente en la retina, ciertas escenas parecen o desean ser un documental con aroma a docudrama de la Alemania escindida en dos, de nuevo dos. O las derivas mentales que provoca que exista un Museo alemán del embalaje, que haberlo, haylo. Embalemos los hilos lanzados y miremos el envase sin aprensión y con claridad. El rumor y los insectos es una balanza que con el acertado equilibrio entre la reflexión y la acción —que Ferrando ya sabía manejar— nos entrega una que intuimos que fue dorada, como algunas de las conciencias de algunos personajes, pero que ha perdido brillo, como la deriva a la que estamos expuestos. Lo peor, o a lo que hay prestar más cuidado, es al limpiador que escogemos para que el dorado de la balanza no se pierda del todo, se oxide y se convierta en indeseable. Porque una balanza indeseable es como un baremo obsoleto. Algo que los sintéticos de la novela no saben apreciar, o por ser sinceros, contradictoriamente incalibrable. Todas las balanzas y derivas que estimulan la novela, denotan la calidad y destreza del autor, que con su voz —en apariencia inocua—está demostrando que la literatura nunca perdió el poder de sugestión, que un trabajo profundo del yo filosófico ilumina aunque sea como una vela en un hangar oscuro, al lector que quiera seguir eligiendo.

Si la contradicción anidaba en los tres escritores franceses precedentes, Bernhard, Mann y Sebald, forman ese trío alemán de la conciencia que parecen insuflar aliento y prosa a Ferrando en esa colonia o población alemana de cuando Kohl parecía el unificador máximo o Corea nunca podría volver a estar unida. Utopías o realidades confirmadas. Como las del quijotesco antropólogo que nunca escaparán de la mente del lector. Prueba contrastada de que el autor consiguió con su obra poner un peldaño más de la literatura que añade al peso que trae, conciencia para vivir. El rumor y los insectos puede ser ese siseo al que se presta atención desviando la vista. Como cuando al acabar un párrafo definitorio se cambia de lugar la mirada para asentar la idea en la memoria. Si nadie duda del peso de la literatura francesa y la alemana, nadie dudará después de leer esta novela de que Ignacio Ferrando sigue aquilatando la conciencia del lector de la mano de la literatura honesta, pulcra y única. Esa canela necesaria en cualquier rama de la literatura. A la española, se la está poniendo Ferrando, y de forma tan manifiesta, que su aroma no se lo salta ni un rumor ni más de dos insectos. La ambición de propuestas, las capas de escritura y la habilidad para clarificar lo tratado sin que lo parezca, son el esqueleto del obrar de Ferrando. Esta novela, cuenta por fin aquello de que ese rumor que llevamos tiempo escuchando, toma cuerpo. El de que el de la literatura española tiene en la cabeza, o al menos en algo de la mente —en esa parte que sirve para desarrollar algo más la inteligencia—, a Ignacio Ferrando. Por decirlo sintéticamente. La literatura española actual no se puede trazar sin la obra del asturiano. Pixele quien pixele el canon literario actual.