Salomé Esper
La segunda venida de Hilda Bustamante
Editorial Sigilo
167 páginas
No es la primera vez que un personaje literario resucita —en Cien años de soledad, Melquíades regresó de la muerte «porque no pudo soportar la soledad»—, pero sí la primera, que yo recuerde, en que asistimos a su resurrección en vivo y en directo. Cuando conocemos a Hilda Bustamante acaba de despertar del sueño eterno y tiene aún la boca llena de gusanos. Tras muchos esfuerzos, logra romper el ataúd y abrirse paso hasta la superficie. Ha pasado un año desde su fallecimiento.
De cómo encajan «la venida» sus familiares y vecinos trata el resto de la novela, una feliz conjunción de tradición oral y realismo mágico. Fenómenos inexplicables como los que encontramos en la Biblia conviven en perfecta armonía con los chismes que circulan en el pueblo; las reflexiones sobre la voluntad de dios cohabitan con naturalidad con las quejas de los vecinos sobre la gestión municipal. Y en medio de todo, atravesando la novela de principio a fin, una historia de amor, la de Hilda y Álvaro, una de las más bellas que he leído en mucho tiempo.
Los puntales que sostienen la novela son la ternura y el humor. Salomé Esper ha dado con el tono justo para tratar con mucha gracia cuestiones tan dolorosas como el duelo o la tristeza. La autora es capaz de convertir una misa en algo divertido sin ofender los sentimientos religiosos o burlarse de la fe de nadie. El cariño con el que trata a todos los personajes —femeninos y masculinos, virtuosos y pecadores— dota a la novela de un tono uniforme, similar al que emplean los abuelos con los nietos, con la apariencia de las historias de antes.
Con todo, debajo de esa superficie intemporal, Esper aborda temas de máxima actualidad. La de Hilda es una familia bien avenida que no se ajusta a la idea normativa de familia. La amistad entre mujeres juega asimismo un papel muy importante. Las «Devotas» van juntas a misa, se ayudan cuando pueden y, sobre todo, se acompañan: «Mi mamá», dice una de ellas, «siempre dice que Dios nos da lo que podemos aguantar, pero yo no creo que sea así. Aguantamos porque nos ayudan. Sola no se puede ni con la felicidad». El milagro de la «venida» de Hilda no pondrá a prueba la amistad de las Devotas, pero sí su fe. Cada una interpretará de una forma distinta el regreso de su amiga.
Cabe destacar también un par de dardos «antisistema» por parte de la autora. En esta época de exaltación de la productividad, Esper ha elegido como protagonista a una mujer de 79 años. Pese al edadismo imperante, los abuelos de la novela, como todos los abuelos, demuestran ser esenciales para la economía familiar. Si Álvaro no se ocupara de ir a buscar a Amelia a la escuela, su madre tendría serias dificultades para conciliar familia y trabajo. Por otro lado, como dijo en una entrevista, la escritora se proponía «quebrar el ansia por la productividad incluso del milagro». Ahora que todo tiene que tener una funcionalidad, servir para algo, está bien que se reivindique aquello que no vale para nada salvo para disfrutar del mero hecho de estar vivo.
Se nota que Esper viene de escribir poesía —antes de esta incursión en la narrativa, había publicado un par de libros de poemas: sobre todo (Intravenosa, 2010) y paisaje (Tres tercios, 2014)—. Como todos los grandes escritores, es capaz de extraer poesía hasta de los hechos más cotidianos. Y es precisamente en esos momentos cuando su prosa coge una mayor altura literaria: cuando, tras su retorno, Hilda llamó a Álvaro para preguntarle dónde estaba la muda para su nieta, este, «al escucharla, al escucharse en esa voz, se encontró en su nombre como hacía tiempo no se encontraba, y su cuerpo volvió a su cuerpo, letra por letra, sin saber que antes se había ido». También se nota (para bien) que, además de escritora, es editora. La novela tiene la extensión justa. No le sobra ni le falta una frase. Todo ello hace que sea tan extraordinaria como los hechos que relata. Más aún si tenemos en cuenta que se trata de una primera novela.