Jazmina Barrera
Línea nigra
Pepitas de Calabaza (España) Almadía (México)
160 páginas
La línea negra es la oscura veta vertical que aparece sobre la piel del abdomen de la embarazada alrededor del segundo trimestre. La causa una hormona que estimula la producción de melanocitos, un tipo de células que provocan cambios en la pigmentación de la epidermis de la futura madre, como el oscurecimiento de sus pezones. La utilidad de esta marca es indicar el camino al recién nacido para que trepe por el cuerpo de la madre en dirección al pecho, donde encontrará su alimento. Muchos meses después de haber dado a luz, esta señal permanece, como un recuerdo del embarazo que fue. Para Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988), esta línea negra es también la línea de la tinta, la línea de la escritura, la de este estupendo libro titulado Linea nigra, editado en España por Pepitas de Calabaza en 2020 y reeditado en México por Almadía en 2021.
Jazmina Barrera es una escritora de difícil clasificación y quizá sea en esta inestabilidad –similar a la de las placas tectónicas, a la del destello intermitente de un faro o a la del cuerpo cambiante de una mujer embarazada– donde ella se siente cómoda. Sus dos primeros libros publicados, Cuerpo extraño/Foreign body (Literal Publishing, 2013) y Cuaderno de Faros (Pepitas de Calabaza, 2019) comparten con este último, Linea nigra, ciertas continuidades, ciertos rasgos comunes que muestran constantes identitarias de algo tan saludable como es una voz literaria propia. Si los ensayos de Cuerpo extraño revelaban la fascinación por el cuerpo y sus órganos, en Linea nigra es el cuerpo de la embarazada –el cuerpo de la mujer habitado por otro cuerpo, a la vez propio y extraño, la comunicación y el misterio que se establece entre ambos– el que centra el embeleso y la estupefacción de la narradora y se convierte en el punto de gravitación principal de la historia. Y si en Cuadernos de faros la autora nos proponía un libro de género híbrido, un viaje interior y exterior por esas luces que pueblan las costas, que se asoman a la inmensidad del océano y obsesionan a los artistas desde épocas inmemoriales, en Linea nigra se retoma este planteamiento literario de artefacto de etiqueta esquiva, a medio camino entre el diario, el ensayo y la novela. La autora califica Linea nigra de `ensayo de novela´, porque su voluntad de escribir un ensayo (“Siempre quiero escribir ensayos, es decir experimentos, sin compromisos ni clímax ni tramas ni extensiones”) es transformada en relato por la propia naturaleza del embarazo (“Mi hijo me está convirtiendo en lo que nunca quise ser: novelista”).
En apenas ciento sesenta páginas, Linea nigra recorre el tiempo y las transformaciones de la narradora desde que recibe la noticia de su embarazo (“sentí terror y alegría”) hasta que su bebé cumple en torno a un año de vida. Barrera ha confesado que este libro parte de un diario de embarazo y, como tal, no oculta la pretensión de relatar una cotidianidad en directo, una crianza en evolución (las náuseas y otras incomodidades de los primeros meses, los tira y afloja por la elección del nombre, las ecografías, el hospital, la canastilla, las amigas embarazadas a la par, la elección del ginecólogo, el parto, las noches sin dormir). Sin embargo, esta narración busca alejarse del tópico, cuenta desde el asombro, la duda, el matiz y las emociones cambiantes, contradictorias (“Nadie habla lo suficiente de lo oscuro que puede ser el embarazo”). Ya desde los primeros párrafos, el vínculo que se establece entre la madre y el feto es hermoso y terrible y este ejercicio de fascinación y extrañeza por un acontecimiento que “le sucede a la mitad de la humanidad” es, sin duda, una de las fortalezas de la obra. “Las cosas más extrañas son normales en el embarazo, las excepciones son la regla” y “Jamás me había sentido tan distinta a mí misma” leemos en dos momentos diferentes. Lo ordinario se vuelve extraordinario, el libro se articula como una búsqueda personalísima, íntima, poderosa en detalles reveladores y en epifanías, donde nada resultará como se concebía de antemano. El embarazo será “una circunstancia inquietante, asombrosa y terrorífica” y la maternidad, un estado que trastoca por completo la existencia de la mujer-madre-escritora que desea seguir siendo esto último pese a las fuerzas mermadas, frente a los recién estrenados escollos. La vida, por otro lado, no se detiene, nos recuerda su avance inexorable en forma de enfermedades de nuestros seres queridos o de terremotos en la ciudad que habitamos.
“La maternidad me hizo reescribir mi historia de hija por completo”, escribe Barrera, porque la línea negra del embarazo le atraviesa el ombligo, esa unión que nunca perdemos con nuestra propia madre. Por eso, su experiencia personal tiende lazos con sus `madres´ más directas, las que la preceden en el árbol familiar: su madre, pintora abstracta, y su abuela, partera y doula, cuya mente al final de sus días regresará por efecto de la demencia a los estados primigenios, sin conciencia, de la infancia.
El libro está salpicado también de referencias a otras mujeres, la mayoría artistas (fotógrafas, pintoras, escritoras, escultoras) que retrataron y reflexionaron sobre la gestación, el parto o la lactancia (incluso sobre su ausencia en el caso de aquellas que no fueron madres). Porque este libro tiene una arquitectura de matrioshka, las muñecas rusas que representan mujeres embarazadas de otras mujeres: la experiencia íntima de la propia maternidad de Barrera se va encajando a lo largo de las páginas con las vivencias y representaciones de Frida Kahlo, Rosario Castellanos, Alice Munro, Marlene Dumas, Virginia Woolf o Mary Shelley. Esta selección de citas, de lienzos, de instantáneas, de lecturas de las que la narradora se acompaña, a las que su voluntad de no ser solo una madre se aferra y de las que se nutre durante el embarazo y la lactancia van matizando la trama central (la evolución íntima de la gestación, el parto, los primeros meses del recién nacido) y otorgan un carácter caleidoscópico y polifónico al libro.
Rachel Cusk escribe en Despojos que “todo lo que ha supuesto la maternidad se ha olvidado deliberadamente o por descuido con el paso de los años” y es justo lo que Jazmina Barrera pretende recordar, fijar, dotar de permanencia. Al tratar estos temas tradicional e injustamente relegados (el embarazo, la crianza, la lactancia, las modificaciones del cuerpo femenino), la autora demuestra que con ellos se puede hacer literatura de altos vuelos. Su libro va creciendo a medida que la lectura avanza. Es mucho más que un diario de embarazo escrito con un estilo limpio, preciso y elegante, más que un ensayo-collage repleto de ecos y tonos; esta pequeña obra contiene la esencia misma de la maternidad bella y conflictiva, alegre e incómoda, individual y compartida. Todos los fragmentos, algunos brevísimos, que conforman el libro son pertinentes, están enlazados con sobriedad y justeza y reflejan, ante todo, la realidad de la madre-escritora: que la literatura de las mujeres que crían solo puede ser una literatura fragmentada, en pedazos, dividida y, al mismo tiempo, centrada, brillante y tan redonda como el vientre materno.