Rafael Chirbes
Diarios. A ratos perdidos 5 y 6.
Anagrama
968 páginas
POR MANUEL ALBERCA

La rentrée nos trajo la esperada tercera entrega, la última, de los diarios de Rafael Chirbes, en la que se incluyen los cuadernos llevados desde comienzos de enero de 2007 a finales de junio de 2015. La última entrada del diario está fechada mes y medio antes de su muerte. El diarista, aislado en su casa de Beniarbeig (Alicante), sobrevive en compañía de Paco, su asistente, la única presencia humana constante de esta etapa. Relee y corrige, sin convicción, su última novela. Apenas escribe, y cuando lo hace tiene que romper una persistente inercia. Similar sequía agosta el sexo: «Han pasado cuatro meses desde mi última relación sexual; ni siquiera una sesión de sauna». Igualmente desinteresado se muestra con respecto a la política del momento, tan distante del PP como de Zapatero: «…contra ti, sin estar con los otros», sanciona. Sigue leyendo y anotando incansablemente todos los libros que caen en sus manos, a veces sin entusiasmo. Viaja, casi siempre por obligación, para hacer «bolos» y presentaciones de sus libros. Atraviesa una etapa de fragilidad y decaimiento de la que no parece poder salir… Llora con frecuencia, impotente casi siempre ante una realidad desabrida: «El resto del día, la opresión en el pecho, la ansiedad, las ganas de llorar». Apático, inseguro, depresivo y aquejado de nuevo por los vértigos, espera algo que le saque de la postración. A manera de resumen anota: «Estoy harto de pasarme el día adormilado y las noches sin dormir. De no querer hablar con nadie. De no querer ver a nadie. De no desear a nadie. De estar seco como un bacalao de pobre. […] Cincuenta y ocho años y no sé aún quién soy ni lo que quiero ni lo que busco y no encuentro».

No ignoro que hay tantas clases de diarios como diaristas, y en su conjunto parecen formar un género literario sin reglas o con pocas («serie de huellas fechadas», lo define Philippe Lejeune de forma minimalista). Los diarios se configuran casi siempre como un cajón de sastre, en el que cabe cualquier clase de anotación, escrita «a la diabla», sin orden ni jerarquía, o respetando solo el orden que impone el calendario. Pero, en honor a la verdad (mi pequeña «verdad») lo cierto es que prefiero los diarios con una determinada pulsión vital, que se traduce en un leitmotiv biográfico, sostenido por la calidad literaria de las anotaciones. No se trata ni de la expectativa ni de la progresión que esperamos de una novela, tampoco del estilo quintaesenciado de la poesía, pero sin ese mutuo sostén de estilo y tensión argumental, los diarios desfallecen y los lectores, al menos este que suscribe, pierden interés.

Viene esto a cuento, porque esta tercera entrega diarística, sin abandonar la línea de las anteriores, se singulariza por dos motivos que no estaban o, al menos, no lo estaban con la intensidad que ahora aparecen. Me explico. Hasta la publicación y éxito de Crematorio, la novela que, en el comienzo de esta entrega, parece que nunca va a terminar de corregir, porque no le acaba de convencer, Chirbes era, por así decirlo, con una expresión un tanto cursi, un «autor de culto», un escritor de minorías, apreciado por la crítica española y alemana, pero todavía no había llegado al gran público. Con Crematorio, al fin el éxito le alcanza, y a pesar de la unánime acogida de amigos y críticos, con escasas excepciones, entre ellas la de su amigo Blanco Aguinaga, Chirbes va a dar más crédito a las recepciones negativas, las que le ponen reparos, que a aquellas que lo celebran como el mejor de sus libros. Sin embargo, el éxito del libro nunca conseguiría suavizar la íntima insatisfacción, lo cual habla bien a las claras de la capacidad de autocastigo e inseguridad que en esta y en otras facetas de su vida tenía. He aquí, por tanto, una curiosa y significativa paradoja que define bien la idiosincrática personalidad del escritor: vivir el éxito como un íntimo y casi inconsolable fracaso. Valga como ejemplo la primera entrada del volumen: «Llevo despierto desde las seis de la mañana, leyéndome esta novela insalvable que destapa mis limitaciones como escritor». Más adelante añadirá que la novela es «infumable», «hueca y grandilocuente», «un libro fallido», en definitiva, que no le gusta. Cuando reciba el libro ya editado no cambiará de opinión: «…la novela entera es un error».

El otro argumento que sostiene y tensa el diario, lo que le da «ritmo» argumental, por así decirlo, es la obsesiva conciencia de decadencia y de estación final que atraviesa el volumen. En los anteriores esto mismo ocupaba momentos episódicos, aquí su presencia es prácticamente constante. Hasta en los detalles más comunes de la cotidianeidad, el diarista encuentra señales de la presencia insistente de la muerte («heraldos negros» –dirá— con expresión poética vallejiana). Como un previsible, insoslayable y próximo final, y con un percutiente goteo, la innombrable va permeando todo el diario. Primero serán elucubraciones, meros ejercicios balsámicos e intelectualizados, después misivas ciertas, recuerdos de su cercanía, «fetiches de la muerte», que convierten en terrible premonición la muerte de un gato o cualquier otro hecho que la evoque: «Todo es metáfora de la muerte» –anota. Como un espejo, el desvalimiento progresivo y la decadencia imparable de Paco, le refleja la suya: «…dos vidas que avanzan en paralelo a su propio desastre». En esta tercera entrega, y para no prolongar esta retahíla, Chirbes presagia con creciente ansiedad la proximidad del final: «Desde hace tres o cuatro meses tengo la sensación de que la enfermedad y la muerte estrechan el cerco». Chirbes, con una mezcla de temor y esperanza, cierra el diario de este modo: «…ojalá no sea lo que llevo meses imaginando».

En este volumen, como en los dos anteriores, abundan las notas o comentarios de los libros leídos. En este sentido es un dietario de lecturas, y las entradas dedicadas a este fin demuestran cuánta importancia tuvo para Chirbes esta actividad, pues ocupan más de la mitad del volumen. Era –se deduce de su diario— un lector bulímico, incansable, exigente y apasionado. Sus lecturas abarcan todos los registros y cumplen funciones diversas. A veces forman parte del taller de escritura, cuando busca ejemplos o contraejemplos que le den pistas para encontrar lo que anda buscando la justa expresión para sus libros. Otras le ayudan –confiesa— a coger el tono. Con frecuencia, lee y relee por placer: una lectura que comenzó por necesidad, le lleva a agotar la obra completa de un autor. En estos casos las notas de lectura son imprescindibles para conocer la cocina literaria de Chirbes. En ocasiones se nota que lee por obligación: libros de Anagrama, su editorial, de actualidad o de amigos y conocidos, que se ve forzado a comentar. En estas lecturas suele ser supercrítico, nada condescendiente ni «tiemplagaitas». Para decirlo coloquialmente no se casa con nadie. Pero, en general, las numerosas y extensas entradas dedicadas a comentar libros nos alejan de la pulsión principal del diario, porque estos comentarios se cruzan en pocas ocasiones con la vida del diarista. Cuando esto sucede, cuando los libros leídos se encuentran o coinciden con los dilemas, conflictos y estados de ánimo propios, las notas de lectura ganan en interés: «No es mi mejor momento para leer a Quevedo: demoledora su visión de la vida: el mundo como una batalla feroz…»

Como en cualquier texto autobiográfico, en este diario las filias y fobias de Chirbes, su sensibilidad e idiosincrasia, están omnipresentes, de tal manera que su lectura, conectada siempre a la figura del autor, exige tenerlo siempre como referencia. Para leer o continuar leyendo estas más de dos mil páginas hay que tener interés en lo que anota sin duda, pero, sobre todo, debe interesarnos la persona. El autor está en la obra, su presencia es esencial. No es posible leer el diario desconectado del autor, a diferencia de los géneros de ficción que aconsejan una lectura desconectada. Quiero decir que es imposible leer este diario si uno no comprende o compadece las penas y gozos (hay más de las primeras que de los segundos), con las que se castiga, a veces de una manera tal que no puede dejarnos indiferentes. Sus juicios y reflexiones contracorriente, las opiniones sostenidas con arrojo, sus evidentes errores, todo, espera o demanda nuestra comprensión, y el lector debe saberlo y tenerlo en cuenta.

Este tercer volumen no defraudará ni cansará a los lectores incondicionales, porque, aunque se suman casi mil páginas más a las 1.200 de los dos anteriores, añade a su interés, según se acerca el final y en un clímax creciente, un dramático, abrupto y previsible cierre. Por esta razón, creo que este tercer volumen puede ser un buen y estimulante comienzo para los que no hayan leído todavía los anteriores.