Paul Auster
4321
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Seix Barral, Barcelona, 2017
960 páginas, 23.90 € (ebook 12.99 €)
POR JUAN ÁNGEL JURISTO

En Fantasmas, novela correspondiente a la temprana Trilogía de Nueva York (formada por Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada), Azul tiene que realizar un informe sobre Negro, al que sigue: «Enfrentado a los hechos del caso Negro, sin embargo, Azul se hace consciente de su situación. Ahí está el cuaderno de notas, por supuesto, pero al revisarlo para ver lo que ha escrito, queda desilusionado al constatar semejante pobreza de detalles. Es como si sus palabras, en vez de poner en relieve los hechos y asentarlos palpablemente en la realidad, les hubiera inducido a desaparecer». En La invención de la soledad, libro posterior y retrato conmovedor de la búsqueda de una identidad, algo que obsesiona a Paul Autser desde su primera novela, Jugada de presión, escrita bajo el seudónimo de Paul Benjamin, y que es un homenaje a Dashiell Hammett y Raymond Chandler, como en cierta manera, pero con ribetes más posmodernos, a lo Robert Coover, lo era Fantasmas, se dice: «Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Tal es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante y, entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere […]. No nos queda otra cosa, la irreductible certeza de nuestra mortalidad».

Me he permitido comenzar esta reseña del último libro de Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947), 4321, su más reciente novela desde hace siete años, porque refleja como nada dos de las más resonadas obsesiones del autor (tiene otras muchas): la indagación en la imprevisibilidad, vale decir, la demora en el detalle que siempre busca ir más allá en el esclarecimiento de algo, y la certeza de los límites, que ha hecho que en su narrativa los personajes se rebelen ante esta realidad; y son precisamente estas dos obsesiones las que predominan en 4321, una narración de alrededor de mil páginas que describen las cuatro vidas que acontecen a Archibald Isaac Ferguson, un chico de Newark, Nueva Jersey, descendiente de emigrantes ruso-judíos, población dominante que fue desplazada por una enorme ola de emigración negra proveniente de Nueva York en busca de residencias más baratas. Cuatro vidas que poseen el mismo comienzo, hasta que aparece en la narración la tienda donde trabaja su padre y que es quemada, lo que deja a la familia en la indigencia, aunque hay que decir que en una de estas vidas la tienda no es quemada, sólo robada, y la familia logra sobrevivir en la dura realidad de la emigración que tuvo en Newark, a la que los emigrantes gallegos de la ciudad llaman Nuarca, localidad donde nació Paul Auster y que ha reflejado de una u otra manera en sus novelas y que, en 4321, adquiere carta de verdadera naturaleza hasta hacer de ella un paisaje primordial, legendario.

Auster pasó en su juventud largas temporadas en Europa y es autor americano imbuido de una sólida querencia por la cultura del Viejo Continente, en especial, Francia. Convendría recordar que ha traducido a Mallarmé, Sartre, Simenon y realizó una celebrada entrevista a Edmond Jabès, en abierto contraste con muchos componentes de su generación, que muestran un cierto desapego por la inclinación de generaciones anteriores, en concreto, la de los años treinta, a hacer de Europa el ombligo de la cultura occidental, y piensan que el mundo moderno está regido más por ellos que por sus homólogos británicos, franceses, alemanes o italianos, sin reparar siquiera en otras tradiciones como la griega, polaca o española, habiendo ganado la batalla la literatura latinoamericana. Auster estuvo en París prácticamente como exiliado porque se negó a ir a la guerra de Vietnam. Esos años transcurridos en Europa, a donde regresó a principios de los setenta, le sirvieron para que su obra, cuyo núcleo central se desarrolla, a partir de mediados de los ochenta, con libros como El Palacio de la Luna o Leviatán, hasta llegar a 1994 con Mr. Vértigo, se enriqueciera con influencias que se extienden desde Kafka a Samuel Beckett, por quien sintió una veneración rayana en la obsesión, y, desde luego, los poetas franceses, ya citamos a Mallarmé y Jabès, sin olvidar la admiración por Paul Celan, a quien considera el mayor poeta surgido en la posguerra en cualquier idioma, y la influencia habida por el objetivista George Oppen, aunque de los clásicos siempre echó mano de los grandes: Leopardi, Hörderlin, Montaigne, Cervantes… Todas estas figuras han producido en él una tendencia al juego, al artificio literario, que ha terminado por valorar la obra de autores como nuestro Enrique Vila-Matas, autor con el que siente hermanado. Ello lo vemos en el uso que ha hecho siempre de los nombres: en Trilogía de Nueva York, uno de los personajes se llama Paul Auster; en Leviatán, Peter Aaron lleva las iniciales en su nombre del de su autor y conoce a una mujer de nombre Iris, que es anagrama de su mujer, Siri; por último, en La noche del oráculo, un personaje se llama Trause, anagrama de Auster.

Ni que decir tiene que todas esas influencias están presentes en 4321, pero conviene centrarse para entender por completo la intencionalidad de esta novela en otra tradición de clara procedencia europea, la de la Bildungsroman o novela iniciática, que inaugura Goethe en forma plenamente canónica en Las cuitas del joven Werther y que ha producido joyas en la literatura en lengua alemana como Las tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil, o El tirachinas, de Ernst Jünger. Pues bien, una de las cumbres de la literatura alemana del xix, Michael Kohlhaas, de Heinrich von Kleist, pasa por ser una de las Bildungsroman que más han influido en la literatura posterior. Paul Auster tuvo noticias de esta obra cuando frecuentó el trato con J. M. Coetzee, cosa que se constata en la correspondencia habida entre ambos. En el escritor sudafricano, esa influencia es obvia hasta en el título de una de sus obras, Vida y tiempo de Michael K., pero, en el caso de Auster, aunque más soterrada, resulta más que evidente. Así, en 4321, esa influencia de la Bildungsroman se establece de nuevo gracias a la tradición europea, dejando de lado la norteamericana que, inaugurada con obras como Las aventuras de Tom Sawyer o Huckleberry Finn, de Mark Twain, llega a nuestros días con El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, o el ciclo dedicado a la familia Glass, como Franny y Zooey o Levantad, carpinteros, la viga del tejado. Una vez más, Paul Auster queda fascinado por una obra de elevado deje romántico, obra que fascinó a Franz Kafka, que decía que Michael Kohlhaas movía a «lágrimas y entusiasmo», o a Doctorow, en cuya obra, Ragtime, la trama resulta similar a la de la novela de Kleist, o, en otro orden de cosas más comerciales, al Patrick Süskind de El perfume, que comienza con la misma frase que Michael Kohlhaas.

La obra de Kleist es una historia de injusticia en la Sajonia de Martín Lutero, donde éste llega a intervenir a favor del perdón de Kohlhaas, y esa injusticia se cierne en todas las caídas y ascensos que sufre Kohlhaas hasta su autosacrificio final cuando, aun sabiendo de los secretos de la Casa de Sajonia y su consiguiente denostación si son revelados, opta por la horca, comiéndose el comprometedor documento. Si mezclamos todas estas resurrecciones y le añadimos cierto espíritu a lo David Copperfield, a quien se recuerda hacia la mitad del libro, nos explicamos muchas de las claves de 4321. Archibald Isaac Ferguson, nacido en 1947, como Auster, hijo de Stanley y Rose Ferguson, se cuatriplica en la novela, aunque también lo hacen sus progenitores, su madre aparece en cierto momento como fotógrafa, e incluso su novia, Amy, y lo hacen por un simple problema matemático. Seres que van por caminos diversos en sus cuatro destinos en los que les ha sumido el autor y que hacen de 4321 una novela de intrincada complejidad estructural, pero finalmente nos lleva a preguntarnos si esa obsesión por el azar, por la imprevisibilidad, no habrá llegado demasiado lejos y que la metáfora en ciertos momentos puede llegar a hacer aguas.

El Ferguson número 4 reflexiona sobre esa condición: «El tormento de estar vivo en un solo cuerpo es que en un momento determinado estás encarrilado en un camino solo, aunque bien podías haber estado en otro, viajando hacia un lugar completamente diferente». Aquí se halla la explicación, son tres líneas de las más de novecientas páginas escritas con multitud de detalles, otra de las obsesiones de Auster, detalles que, en realidad, orbitan sobre la vida misma del autor. La compensación narrativa se encuentra en la multitud de descripciones que acercan al lector la reciente historia norteamericana: la Guerra Fría, la ejecución de los Rosenberg, cómo no, John Fitzgerald Kennedy, Martin Luther King, la guerra del Vietnam, la masacre de My Lai, que por momentos emparenta a Auster a otros autores, como Philip Roth, Richard Ford o Jonathan Franzen. Por lo demás, 4321 posee la suficiente fuerza narrativa para involucrar al lector en los avatares de los distintos Ferguson: que perdió dos dedos en un accidente de coche, que se rompió un brazo contra un árbol, que hizo un periódico estando aún en la escuela, que perdió la virginidad el mismo día que Kennedy fue asesinado, que practicó con una prostituta llamada Julia, se dejó seducir por Andy, un estudiante gay, que se quedó atrapado en un ascensor en un corte de electricidad…; una novela donde aparece mucho el béisbol, el baloncesto, París, el mundo del cine, la carrera por ser escritor, las protestas de estudiantes en Columbia, demasiado prolijas para mi gusto, hasta finalizar en París con un Ferguson que decide inventarse tres versiones de sí mismo y le da por escribir una novela de 1 133 páginas.

Ya digo, fuerza narrativa que sumerge al lector en un mundo que empieza y acaba con la novela misma. Cabría preguntarse qué quedará en el lector dentro de un tiempo de tantas resurrecciones de Ferguson, las de Michael Kohl han sido modelo durante centurias. Porque tanta prolijidad lleva al detalle, pero nos pierde en un marasmo de intrascendencias, como saber de las distintas clases de cuscús que uno se encuentra en Nueva York, y eso que esta información puede tener algún interés sobre otras más livianas, si caben.

El interés que puede despertar es otro, y pertenece a otro ámbito: es novela que celebra los valores liberales de la generación a que pertenece, ya sea la incidencia en la preocupación por la justicia o el valor que se le otorga al arte. 4321 tiene todas las trazas de querer ser parte de esa gran novela americana con la que sueña cada generación de escritores de ese país. No lo es, aunque ello no resta un ápice su valor literario, a pesar de…

Paul Auster ha escrito la que por ahora es su mejor novela, la que compendia su especial mundo narrativo. No es poco logro después de habernos dado Mr. Vértigo, Leviatán e incluso su Trilogía de Nueva York que, leída años más tarde, sigue manteniendo cierta frescura narrativa que poseía la ventaja de hacernos soñar con otros posibles Auster, como los cuatro Ferguson. No es broma.

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