Juan Gómez Bárcena
Lo demás es aire
Seix Barral
544 páginas
Con Lo demás es aire, encontramos al Juan Gómez Bárcena de siempre, pero distinto. Esta novela marca sin duda un punto de inflexión. Probablemente podamos hablar, incluso, de un punto y aparte, aunque será el tiempo quien nos lo dirá. Hoy en día, de lo que no hay duda es que con Lo demás es aire el escritor cántabro ha conseguido darle una vuelta de tuerca a los temas que han marcado desde el inicio su narrativa: el tiempo, la memoria, la figura del testigo o la construcción del relato histórico. Historiador de formación, Gómez Bárcena no se desprende de estas preocupaciones, todo lo contrario, ahonda si se quiere aún más en ellas desde una nueva perspectiva y, sobre todo, desde nuevas voces. Porque si hay algo que define Lo demás es aire son las voces de los personajes, de los vecinos de Toñate, el pequeño pueblo cántabro cuya historia el escritor reconstruye desde el siglo XVII hasta el presente.
El planteamiento de esta nueva novela no difiere mucho de Ni siquiera los muertos, donde el autor recorría precisamente un arco temporal similar en un viaje desde Latinoamérica hasta Estados Unidos, desde el México colonizado por los españoles hasta el infame muro construido por Trump. Partiendo de unas palabras de Walter Benjamin – «Ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer»- en Tesis de la filosofía de la historia, Gómez Bárcena reivindicaba en Ni siquiera los muertos el papel de los perdedores, de los muertos, de quienes quedan anulados en un relato histórico escrito por y para la memoria de los ganadores, de los grandes nombres. El autor reivindicaba así la historia no contada que queda en los márgenes y es precisamente a esos márgenes a los que vuelve en Lo demás es aire para contar la historia de un pueblo, Toñate, a partir de las historias de sus vecinos. Y lo hace en una narración que intenta trascender los límites temporales que le impone la escritura para indagar, una vez más, en los mecanismos de la memoria que se activan en la construcción de un relato colectivo. Para ello, el autor se enfrenta al carácter consecutivo de la escritura con una narración construida a partir de relatos simultáneos que se superponen en transiciones rapidísimas y con varios saltos temporales en un mismo periodo. Apuntando las fechas a los márgenes, Gómez Bárcena consigue que el lector se sitúe temporalmente sin necesidad de hacer nexos temporales. Las asociaciones, de hecho, que nos propone son aleatorias, cambiantes, a veces aparentemente insignificantes, como lo son las asociaciones que nuestra memoria realiza cuando de un recuerdo saltamos a otro sin una lógica concreta ni un orden temporal definido.
De la misma manera que se superponen los recuerdos individuales se superponen las voces de los habitantes, que relatan su particular historia a ese niño de los dinosaurios que veraneaba en Toñate en los ochenta y los noventa y que ahora, convertido en escritor, indaga sobre el pasado de su pueblo. Y es precisamente esta figura, un trasunto del propio Gómez Bárcena, lo que da unidad y sentido a este extenso flujo de conciencia de este pueblo que recuerda. A las voces de los vecinos, a los recuerdos heredados de quienes ya murieron, se suman los archivos, que no solo relatan tiempos pretéritos de los que nadie puede tener recuerdo, sino también ofrecen versiones distintas, datos e informaciones que contrastan con ese relato colectivo con el que el pueblo parece haberse identificado.
Lo demás es aire indaga de qué manera la construcción de un relato colectivo es también la construcción de una identidad y, por tanto, de qué manera dicho relato colectivo, muchas veces poco inexacto con los hechos verdaderamente acecidos, lleno de reinterpretaciones o de silencios, tiene que ver con la construcción de una identidad vinculada a un pasado con el que identificarse. Asimismo, en Lo demás es aire volvemos a encontrarnos, como en otras obras del autor, una visión cíclica de la historia: no solo se repiten las lógicas de poder y sumisión, no solo se repiten los abusos y los conflictos, sino que se repiten los hechos mínimos, las vivencias íntimas. Porque el ser humano sigue siendo el mismo. Los sentimientos son siempre los mismos. El dolor, el miedo, el amor fraternal, la rivalidad, el deseo de maternidad, la pulsión por la aventura… Hay cosas que no cambian, parece recordarnos Gómez Bárcena: cambian los modos de vivirlas y de contarlas. La historia de Toñate, de quienes lo habitaron y lo habitan, es la historia de todos, porque es la historia de los márgenes, la de los protagonistas nunca reconocidos. Pero sobre todo porque es la historia de las personas. Y, lo demás, es aire.