Marina Closs
Pombero
Páginas de Espuma
160 páginas
Si escritores como Herta Müller o Günter Grass hubieran nacido en un lugar distinto a Nițchidorf (Rumanía) o Danzig (actualmente, Polonia), habrían llegado igualmente a ser los grandes escritores que conocemos, pero su obra no sería la misma. La mezcla cultural y lingüística de dichos enclaves, unida a sus peculiares circunstancias históricas, fueron el caldo de cultivo de una obra literaria única, hasta el punto de que cuesta trabajo imaginar que En tierras bajas o El tambor de hojalata hubieran podido escribirse de haber crecido sus autores en otra parte. El lugar en que creció Marina Closs (Aristóbulo del Valle, Misiones, Argentina) ha dejado también una fuerte impronta en su escritura, y es curioso, porque, como ha contado alguna vez, durante mucho tiempo pensó que la vida allí era «inescribible».
El relato que abre esta colección, «Pombero», alude a un duende o espíritu de la mitología guaraní que habita en los bosques de algunas zonas rurales de Argentina. Su presencia es etérea, parece estar en todas partes, pero solo se materializa si alguien osa pronunciar su nombre. El Pombero se encarga de proteger el monte, castiga a quienes hacen daño a los animales que habitan en él, y está tan arraigado en el imaginario popular que hace poco un niño se perdió en el bosque y sus padres pensaron que lo había raptado el mítico ser. El relato está narrado desde el punto de vista del Pombero, lo cual es un acierto. El hecho de que se trate de alguien sin forma ofrece interesantes posibilidades narrativas a la autora y le permite lucir una escritura cercana a la poesía: «Soy un despacio entre muchos rápidos. Mi caminata es, por la selva, un aire lento».
También «Jabalí» se nutre de textos y formas orales propios del territorio en que creció. En esta ocasión, Closs opta por utilizar nombres y giros sintácticos propios de los qom o los wichís (imposible no acordarse aquí del mítico Eisejuaz, de Sara Gallardo) con la pretensión de «alzar una pequeña voz de miedo ante el tiránico español monótono». No estoy en absoluto de acuerdo con quienes piensan que el particularismo lingüístico puede ser un obstáculo para el disfrute de los lectores de «este lado del Atlántico». Al contrario. No solo disfruté mucho de libros como El llano en llamas (donde abundan términos como «encampanar» o «atarantada», desconocidos por estos lares), sino que al terminarlos tuve la impresión de vivir en un mundo más grande. Más allá del lenguaje utilizado, lo interesante de «Jabalí» es la yuxtaposición de universos, de tiempos, en el mismo espacio: el de los ancianos, con sus creencias ancestrales, que han sobrevivido al paso de los blancos por el lugar, y el de los jóvenes, que ven a «los padres viejos, olvidando» y apenas creen más en nada.
Con todo, la mayor parte de relatos narran experiencias universales. En «Rosita, uñas negras» se aborda la shakespeariana cuestión de qué hay en un nombre. La madre de Rosita, nacida Alfonso, le pregunta por qué se hace llamar así y no Alfonsina, como si, más que cambiarse de sexo, quisiera cambiarse de familia. Como ya ocurriera en su anterior libro, Tres truenos (Tránsito, 2021), cuestiones como la maternidad o la pérdida de la virginidad están también muy presentes. A María das Luzes «los hijos se le resbalaban como lágrimas», pues ninguno de sus embarazos llegaba a término. Los padres de Dunka, una niña de trece años, accedieron a casarla con un señor mayor. Aunque seguirá yendo a la escuela, nunca más volverá a ser como las demás niñas. El último relato, «La bella Marioka», tiene algo de cuento de hadas retorcido. De la protagonista podría decirse una frase de Sara Gallardo: «Demasiado bella. No mirarla. La belleza excesiva parte el alma», pues su hermosura acabará siendo el mayor de sus problemas.
En 160 páginas Closs hace gala de un estilo y un imaginario propio y reconocible. Es el segundo libro que leo de ella, y no será el último. En los últimos años la literatura argentina nos ha dado a conocer a grandes escritoras, como Selva Almada, Samanta Schweblin o Ariana Harwicz. A esta lista añado ahora el nombre de Marina Closs.