Vanessa Londoño
El asedio animal
Almadía. Madrid
103 páginas
¿Qué diría la tierra si pudiera hablar? ¿Qué contaría un territorio que ha normalizado el horror a fuerza de vivirlo, que ha sido testigo a lo largo de los siglos de las atrocidades más espantosas? Vanessa Londoño (Bogotá, 1985) responde a estas preguntas en cuatro historias conectadas entre sí que transcurren en Hukuméiji, un territorio literario que parece el Caribe colombiano pero que podría ser cualquier rincón de Latinoamérica, en un tiempo indeterminado, con personajes que se cruzan en una sociedad separada en el eterno arriba y abajo, los ricos y los pobres, los caciques y los siervos.
Es este Hukuméiji el poderoso protagonista de estas historias, que emerge por encima de sus habitantes, mineral, árido, telúrico, condiciona su vida y marca su destino. La otra gran protagonista de este libro es la violencia en su vertiente más cruda, más feroz. Igual que las voces de los personajes, es una y son muchas: por un lado, la violencia física que castiga con saña a quien transgrede las normas. Por otro, la violencia que provoca la pobreza extrema, como la de la madre que tiene que vender a su hija para que el cacique se desahogue sexualmente si quiere sacar adelante a su familia. Por último, la violencia sistémica de un Estado que roba la tierra de sus ciudadanos a cambio de unos pagarés sin validez, que permite que sus ciudadanos mueran en laderas arrasadas por la lluvia, que los propietarios de las tierras traten a sus trabajadores como esclavos, que sean estos caciques y no la ley quienes impongan su justicia; una violencia endémica en Latinoamérica a lo largo del siglo XX.
Las mujeres que transitan estas historias sufren una violencia particularmente cruel. Muchas son mutiladas —la campesina a la que cortan las piernas por no andar descalza, como están obligadas las mujeres; la joven a la que el cacique corta la lengua para que no pueda contar que es la única chica del pueblo a la que no ha desvirgado; la tendera a la que cortan las manos por una falsa acusación de robo…— y los miembros amputados siguen dialogando con ellas en una atmósfera fantasmagórica que impregna todo el libro. Los cuerpos transgresores y cercenados son también cuerpos deseantes que guardan la memoria de lo que fueron: la suavidad del tacto ahora hurtado, la dulzura de la voz antigua, tan distinta de los alaridos mudos de una boca vacía.
La mutilación elimina las simetrías del cuerpo y de esa misma forma asimétrica las historias de este libro crecen y se expanden de un modo muy orgánico. Hay partes que parecen imantadas y se pegan unas a otras, mientras que otras se alejan hacia lugares dispersos. Para que todo encaje, y lo haga tan bien, se percibe un trabajo muy intenso de la autora, que modela una escritura afilada tan seca y sofocante como lo que cuenta, que acelera o detiene el ritmo de la narración a su antojo para dejar al lector sin aliento. Las voces de los personajes se funden y se mezclan, deliberadamente ambiguas, porque son una sola voz: la de los desposeídos, la de los que no tienen nada, la de la tierra que es testigo y cronista de lo que les sucede.
El asedio animal es un texto exigente, no se puede entrar en él de cualquier modo. Requiere atención plena, entrega y cierto ejercicio de pasar por encima de algunos huecos no entendidos del todo hasta que más adelante encajan las piezas y todo se coloca en su sitio, particularmente en el capítulo final, donde la autora ordena y recapitula, repasa lo contado —quizá no hubiera sido necesario subrayarlo tanto— y vemos, como un ave que se eleva y observa el pueblo desde lo alto, el devenir de los personajes y los vínculos que los unen.
Inevitablemente, El asedio animal remite a Rulfo, pero también a otros autores como al Evelio Rosero de Los ejércitos y al Horacio Castellanos Moya de Insensatez, entre otros. Pero, a la vez, Londoño demuestra en esta narración tener una voz muy poderosa y personal que no busca parecerse a nadie. Sabe lo que quiere contar y el modo justo de hacerlo. No es fácil convertir el espanto en poesía y Vanessa Londoño lo logra con una emocionante brillantez.