Socorro Venegas
La noche será negra y blanca
Contraseña
132 páginas
La obra de la escritora y editora mexicana Socorro Venegas está plagada de cicatrices, de tensiones no resueltas, de abrazos rotos. Ya en sus cuentos —pongamos, por ejemplo, La muerte más blanca (2000) o La memoria donde ardía (2019)— planteaba algunas de sus preocupaciones centrales: la maternidad, el duelo, la memoria, las heridas que no sanan, las relaciones paternofiliales. No obstante, mientras que en estos relatos su imaginario se ensancha y se dilata, en sus novelas, Vestido de novia (2014) y La noche será negra y blanca (2009, 2024), se contrae y se aglutina. Así, su universo literario es, a la vez, una exploración de las distintas formas de la pérdida y una tentativa por comprenderla, por excavar en ella hasta tocar los límites de la literatura.
En Vestido de novia, su primera novela, la autora ya mostraba interés en el duelo y la inevitabilidad. Valiéndose de su vestido de bodas negro, y del nicho donde reposan los restos de su anterior marido, la protagonista es obligada a confrontar su pasado: ¿debe seguir aferrándose al recuerdo del esposo muerto, o abrazar, libre de culpas, la vida que tiene ahora junto a su hijo y su segundo marido? Lo significativo de este libro es la mirada sobre la feminidad y el matrimonio, sobre las expectativas propias y ajenas, sobre la decepción y la fragilidad. Ensimismada en su soledad, la protagonista se siente paradójicamente observada por ojos que ni la ven ni la juzgan, pero que ella siente o intuye sobre sus hombros; el peso de una responsabilidad acarreada por lo que se supone que debería hacer una mujer viuda.
En La noche será negra y blanca —publicada originalmente en 2009 y reeditada en 2024 por Contraseña—, Venegas introduce al lector en una obra de profunda carga emocional y psicológica. En ella, la relación entre una hija y su padre se convierte en la columna vertebral de una novela en la que la memoria, el arrepentimiento y los lazos familiares juegan un papel primordial. Andrea, la protagonista, recibe la inesperada llamada de su padre; tras diez años sin saber de él, este le pide que vaya a verlo a Denver, en lo que ella supone una última oportunidad para sanar las heridas del pasado. Con una prosa sensible y cuidadosamente estructurada, Venegas construye una novela en la que el silencio cobra tanta fuerza como las palabras.
Y, sin embargo, pese a sus virtudes, La noche será negra y blanca deviene a ratos en una narración plana, en la que el ritmo es asfixiado por la propia meticulosidad de la estructura. No es una cuestión de densidad, sino de falta de respiración de los elementos narrativos: está todo tan calibrado, tan en su sitio, que el lector echa en falta el ritmo natural de la novela, la fluidez de la trama, el orgánico devenir de los acontecimientos.
La relación paternofilial que Venegas describe es compleja y está cargada de cosas que no se dicen. Sobra decirlo, la distancia entre el padre y la hija no es solo geográfica, sino también emocional. El reencuentro entre ambos se revela como una oportunidad para mirar a los ojos el abandono, el resentimiento y la culpa reprimidos a lo largo de los años. Pero no: no hay confrontación, o no como el lector esperaría. Aparecen aquí, de nueva cuenta, las expectativas frustradas, los silencios, los matices y las sutilezas. El tiempo que Andrea comparte con su padre está permeado de aquello que no se verbaliza, pero que pese a ello se comparte y se busca comprender.
Así como en Ceniza roja (2022), el anterior libro de la autora, el tratamiento de la memoria era poco afortunado —el dolor solo se convierte en literatura con el tiempo y a la distancia, pero en este caso el lector advierte que aún está en carne viva—, esta reedición de La noche será negra y blanca es, en términos generales, un acierto estilístico y narrativo: no describe, ilustra; no se regodea en los recuerdos, sino que los confronta y, con ello, evita las trampas de la sensiblería y el lugar común. En palabras de la protagonista: «A menudo me sigue los pasos la figura de mi padre, como si también estuviera muerto y como si yo esperara que su fantasma me acompañase por los lugres que él quiso. […] Una parte de mí me dice que si él estuviera difunto también yo descansaría».