Agustina Bazterrica
Las indignas
Alfaguara
149 páginas
En el texto Seguir con el problema: Generar parentesco en el Chthuluceno (2016) la filósofa Donna Haraway se refiere a una poética particular que se genera tras el problema de la devastación ecológica y la crisis ambiental. Introduce un nuevo término en la lexicología de la ciencia ficción feminista, el concepto homónimo Chthuluceno, que se refiere a una vida dañada en donde las mujeres debemos aprender a vivir, un llamado feroz a la resistencia ante esa destrucción, lejos de los relatos Apocalípticos o de los futuros falsos que abundan en la Ciencia ficción normada.
Haraway nos llama a aprender a vivir con este problema de la crisis ambiental y relacionarnos con este mundo dañado, jamás a pensar en el paradigma del nuevo comienzo y los vencedores, ni menos aún en el mundo en que florece la imagen dominante del hombre soberano. Un llamado a apostar por la reinvención más que por una salvación como tal. Entregarnos a vivir colaborativamente con el medio, generar coaliciones con nuestro entorno, sanar esa herida del daño ecológico.
Esta máxima aparece en el feminismo especulativo de algunas autoras, como en Olivia Butler, Anna Tsing, Ana Llurba y su espectacular La puerta del cielo. También la argentina Agustina Bazterrica (1974), autora de Cadáver exquisito (2017) y ahora de Las indignas (2023). Una ficción especulativa, escrita en clave de alegoría y las fuerzas que aún priman después de ese desastre.
Ríos secos, incendios, sequías, inundaciones y una tierra arrasada, una madre muerta en el contexto de esas inundaciones, lleva a un grupo de mujeres, migrantes climáticas, a reinventarse, buscar un lugar donde renazca el cuidado entre ellas, la búsqueda de un refugio seguro que suponen encontrarán en la Casa de la Hermandad Sagrada, una casa dirigida por la Hermana Superiora. Coexisten ahí el grupo de las Indignas, las Santas menores, las Auras Plenas, las Diáfanas de Espíritu, y las que todas aspiran a ser las Iluminadas, con el objetivo último de ver al único ser masculino de la secta: Él. Religión y patriarcado sin duda son el trasfondo ideológico que mueve esta narración. Soportar el cautiverio y las torturas de la Hermana Superiora para conocerlo a «Él», la gran promesa de la iglesia católica, soportar los designios de la vida y al despertar ver su rostro. El patriarcado religioso reivindicando todos las otras formas de opresión. Así, las mujeres de Las indignas comparten la vivencia constante del cautiverio, ese que ha descrito Marcela Lagarde en Los cautiverios de las mujeres: madresposas, putas, presas y locas (2015).
La narración en primera persona está guiada por una de las indignas que aspira a ser la próxima Iluminada, para llegar a desposeerse, dejar de ser el error de la naturaleza, la inmundicia, la madre negativa. Además de ser la aspirante a escritora del grupo, la que registra esta historia, en clave intertextual con Edgard Allan Poe y El corazón delator: «Escribo con esta pluma pequeña y afilada que guardo celosamente en el ruedo de mi camisón blanco, con la tinta que oculto en el piso, debajo de las tablas de madera…».
Así, el relato avanza y sale a luz una casa que sangra y que no protege en modo alguno. Las mujeres que huyeron de un desastre medioambiental están ahora encerradas en jaulas. La esclavitud dentro de otra esclavitud asomando sus fauces. La Hermana Superiora las obliga a hacer sacrificios para que la pureza del espacio se mantenga, «para que el delgado equilibrio no estalle, para que la contaminación no afecte la Casa de la Hermanda Sagrada». Sacrificios y flagelaciones para aumentar las posibilidades de ser la próxima elegida. Limpiar el suelo con la lengua, látigos sobre sus cuerpos, el cuello con una soga hasta morir, ojos cosidos por esta Hermana y la mutilación de sus lenguas. La idea del cuerpo Cyborg, tan propio de las ficciones latinoamericanas distópicas, un cuerpo torturado en pro de los grandes mandatos.
Y así llegamos al final de toda esta construcción feminista, donde, hasta cierto punto, se impone la fuerza física y el concepto de los vencedores que atacó Haraway. La protagonista, aspirante a la próxima Iluminada, también portará en sí la idea de masculinidad que salva. Para hacerle justicia a su amada Lucía, en una imagen hamletiana, le clava en un riñón el cuchillo a la Hermana Superiora: «le clavé en un riñón un cuchillo a la hermana superior, le saqué el látigo y, con el mango, la golpeé en la nuca». Luego lo hará con Él: «con el látigo, le pegué y le pegué y le volví a pegar…», hasta que huye con Lucía corriendo por campos iluminados, y las lectoras nos quedamos con la sensación de un final que no le hace justicia a las complejidades de este libro.