Lina Meruane
Palestina en pedazos
Literatura Random House
352 páginas
POR FRANCISCA NOGUEROL

En 2021 apareció en la editorial Random House de Chile un título tan inclasificable como necesario: Palestina en pedazos, firmado por la chilena de nacimiento, neoyorquina de adopción y palestina por genealogía Lina Meruane, autora que practica una escritura marcada por el riesgo en los más diversos géneros. Así lo demuestran sus incursiones en el periodismo cultural, la novela, el cuento, el teatro, el ensayo y la crónica, por las que ha recibido relevantes galardones y que, en una posición acorde con el momento histórico que vivimos, dan fe de su alergia a los límites.

Atendiendo a esta consigna, Palestina en pedazos se descubre como un volumen en el que el fragmento deviene tanto acto de literatura como de escritura y lectura, única forma capaz de intervenir performativamente en la dolorosa realidad que aborda. Hablo, como se infiere del título, de la situación de un pueblo palestino condenado al exilio perpetuo -así lo señala la cita de Edward Said que abre el libro, según la cual «El destino de los palestinos ha sido, de algún modo, no terminar donde empezaron sino en algún lugar inesperado y lejano» -, con la que la autora se ha ido comprometiendo progresivamente desde 2012 hasta nuestros días. Esto explica que nos encontremos ante una «obra en marcha», de la que probablemente aún no se ha escrito la última palabra y que aúna en sus secciones actuales una crónica de viaje –«Volverse Palestina»-, un ensayo sobre el lenguaje del conflicto –«Volvernos otros»- y una reflexión ética y política sobre la identidad –«Rostros en mi rostro»-.

Esta disposición a retazos, motivada por la urgencia de ofrecer testimonio sobre un tema en el que profundizamos guiados por la experiencia de la escritora -ella no duda en aseverar que la Lina real es la que firma estas páginas-, permite que transitemos por un texto en el que se dan la mano la melancolía (en las páginas dedicadas a la memoria familiar), la ironía (fundamental en aquellas que denuncian los dobles raseros institucionales) y la reflexión (vertebradora de los epígrafes que desmontan los prejuicios sobre lo que ocurre en Cisjordania). De este modo, la escritura de Meruane muestra una vez más lo acertado de la definición que le aplicó Roberto Bolaño –«surge de los martillazos de la conciencia, pero también de lo inasible y del dolor»-, realizando un progresivo viaje de reconocimiento que la lleva a «volverse Palestina»; así se llamaba la primera parte de la obra cuando se publicó en 2013, expresión en la que el adjetivo «palestina» aparece en mayúsculas para denominar tanto una identidad como un país.

Pero, como no podía ser de otro modo ante un conflicto abierto, la investigación ha continuado atendiendo a los tajos de la historia y el lenguaje, lo que explica que se hayan añadido al volumen meditaciones publicadas en diversos medios desde entonces y que el título final sea «Palestina en pedazos», con la connotación de violencia y desmembramiento que conlleva esta expresión. A estos títulos habría que añadir el «poema-ponencia» Palestina, por ejemplo (2018), en el que leemos versos tan significativos para comprender el alcance de su proyecto como los siguientes: «He querido creer que al escribir/ mi libro palestino –no mis novelas,/ no mis cuentos–ese libro vuelto/ PALESTINA/ he querido creer estar haciendo/ algo tan necesario/ otro pararse sobre la incesante línea de fuego».

Este hecho explica la práctica de una escritura acosada por las preguntas, en la que el término volver, reiterado a lo largo de las páginas, connota tanto el retorno – todo comenzó con un viaje al Beit Jala de sus ancestros paternos contado en el reportaje «Una semana en Palestina» (2012)- como la conversión: o, lo que es lo mismo, la aceptación de una identidad en principio poco tenida en cuenta (Meruane recalca que, en su Chile de nacimiento, país que alberga la comunidad de palestinos más numerosa del mundo, ella nunca se había interesado especialmente por las propias raíces). Sin embargo, en estos años ha podido empatizar con la historia palestina y su gente hasta cambiar su postura: así lo señala la sección «Volvernos otros», tan cercana en su título al capital ensayo de Susan Sontag Regarding the Pain of Others (2003). Y puesto que, como comenta, «por más que una ponga un punto final, la terrible realidad de la ocupación ha continuado, exigiendo ser contada para evitar la desaparición de la historia palestina y de su gente», solo queda organizar a partir de la escritura un regreso hipotético para quienes no pudieron hacerlo: así se entiende la dedicatoria del libro, donde leemos «A mi padre, que se niega a regresar. A mis amigos A y Z, que se niegan a partir».

Apunto ya los recursos formales con los que Palestina en pedazos se descubre como un texto abierto y dinámico, escrito no para cerrar heridas sino para recordar – la etimología del concepto nos habla de «volver a pasar por el corazón»- y mantener viva la reflexión sobre uno de los conflictos más enquistados y complejos entre los que asolan la geopolítica internacional. Así, la autora se revela como escriba de una violencia olvidada, narradora trapera en el sentido de «recolectora de desechos», que bucea en los documentos excluidos de la historia -testimonios orales, fotografías, apellidos, huellas dactilares, pasaportes, requerimientos burocráticos- para dar fe de lo que sucede más allá de las versiones oficiales. A caballo entre los postulados del New Historicism, la novela policial y la docuficción, se presenta como una investigadora que cava en las ruinas. Antologando testimonios olvidados -que colecciona con fruición-, logra reconocerse y destrabar los silencios que asolan a su comunidad. En su condición de «chatarrera de datos», «flâneuse entre quincalla», se revela como voz especialmente adecuada para dar cuenta de lo sucedido. Asume, pues, una poética parecida a la desarrollada por Cristina Rivera Garza para recuperar la experiencia migratoria de sus abuelos en Autobiografía del algodón (2020) o por Nona Fernández en Voyager (2020), texto que toma su nombre de las dos sondas exploratorias que la NASA lanzó en 1977 y que aborda el tema de la memoria con especial pertinencia, pues, como se indica en sus páginas, «las Voyager están dotadas para ser dos perfectas cazadoras. Su labor es el registro. Almacenar fragmentos de la memoria estelar».

La de Meruane es, pues, una escritura forense. Asumo este término desde la propia significación del término forense –«lo que es público y manifiesto»-. Este ha llevado a Eyal Weizman -en Forensic Architecture. Violence at the Threshold of Detectability (2017)- a acuñar el sintagma «arquitectura forense», con la que define su labor de detección de violencias soterradas en la materialidad de ciertos edificios. Esta idea puede aplicarse, igualmente, al volumen que comentamos. De ese modo, la escritura forense será la que testimonia la violencia por sí misma, asumiendo un discurso que supera la descripción para actuar sobre la experiencia del lector.

A ello contribuye, en Palestina en pedazos, el uso de subepígrafes que fragmentan el texto en capítulos cortísimos, titulados en minúscula para reivindicar las voces clandestinas y los silencios que cuentan esta historia; el empleo de la frase paratáctica y breve; los frecuentes blancos de página; las tachaduras reales que permean el episodio de la correspondencia mantenida con el amigo residente en Cisjordania, y que refleja el drama de la autocensura. Entre todas estas estrategias, destaca el carácter metaliterario de «Volvernos otros», sección dedicada al lenguaje del conflicto donde Meruane medita sobre ciertos textos dedicados al mismo -firmados por autores como Amos Oz, David Grossman, Susan Sontag o Gideon Levy, entre otros-, y atiende a la importancia de las palabras. Así, escribe ciertos conceptos como si los deletreara, aumentando el espacio entre las grafías, para denunciar la manipulación de la verdad llevada a cabo por los Estados. Por estos procedimientos de elipsis, eufemismos y perífrasis continuas, los palestinos desaparecen y son llamados «los habitantes árabes del país» o «los lugareños»; de igual manera, «establecimiento pacífico de la libertad» reemplaza a «ocupación», «gentes de los campamentos» a «refugiados», «terroristas» a «combatientes» o «Estado sionista» a «Israel» (ejemplo este último que afecta a la visión palestina, y que muestra cómo Meruane pretende en todo momento ser justa con las partes en conflicto).

Concluyo destacando la necesidad de esta obra desbordante y desbordada, escrita por una autora que se defiende de la acusación de injerencia con un párrafo que revela la emoción inscrita frecuentemente en sus palabras: «Alguien me ha dicho que no me corresponden verdaderas velas en este entierro, pero yo me digo que al menos velitas me tocan. Las velas que arrastro prendidas desde la sangre. Las que estoy quemando al volver por escrito a Palestina cuando se enciende el terrible bombardeo de Gaza». Por todo ello, no podemos sino felicitarnos porque en mayo de este año Palestina en pedazos haya sido editada para el público español, acercándonos a los entresijos del conflicto sin renunciar a su condición de alta literatura.