Reiner Stach
Kafka. Los primeros años. Los años de las decisiones. Los años del conocimiento
Traducción de Carlos Fortea
Acantilado, Barcelona, 2016
2368 páginas, 85.00 €

 

POR TONI MONTESINOS

Por sí sola, la frase de Hermann Hesse sobre Franz Kafka «Etéreo como un sueño y exacto como un logaritmo» contiene el poder de la síntesis y la precisión que define a un escritor que sigue fascinando como muy pocos en nuestro mundo contemporáneo. Como en un oleaje continuo, sus obras se reeditan en múltiples formatos, incluidas las adaptaciones al cómic, y tanto sus textos de ficción como los correspondientes a sus papeles de orden personal, esto es, sus diarios y correspondencia, son susceptibles de nuevas interpretaciones que añaden tanto conocimientos como enigmas. Kafka todavía está en plena metamorfosis, sigue en el laberinto de su castillo, viaja una y otra vez a América; continúa mostrándose como el hijo abrumado por el agrio padre, como el sempiterno amante de mujeres a las que no podría dedicarles más desvelos que a sus páginas escritas.

Por todo ello los libros que surgen sobre su vida y obra son también un reto en sí mismos; y no todos los investigadores están dotados para semejante tarea. Reiner Stach, en esta mastodóntica biografía a la que ha dedicado diez años y que en su día encaró de forma desordenada —a partir de un trabajo tripartito en el que empezó concentrándose en la parte del medio cronológicamente hablando—, ha demostrado ser uno de esos autores capaces de emprender con éxito este «viaje a un territorio casi desconocido…, y eso con un clásico de la modernidad, enterrado bajo montañas de bibliografía secundaria especializada», que es Kafka.

Otros lo habían hecho sin el despliegue de los dos volúmenes que suman más de dos mil páginas en esta edición traducida por Carlos Fortea para Acantilado, pero con una gran brillantez literaria, caso de un libro también publicado por esta misma editorial hace pocos años: Kafka, de Pietro Citati. Se trataba de una biografía publicada en el año 1986 y revisada en el 2007 que nos colocaba en el mundo kafkiano con una contundencia, lucidez y belleza impresionantes. John Banville había dicho que este libro «no es una biografía sino una meditación» y que Citati había «escrito casi la vida de un santo», y otro autor italiano, Giorgio Manganelli, coincidía en tal opinión señalando que, «a pesar de las citas y las referencias factuales, el libro de Citati no es ninguna biografía. Y, entonces, ¿qué es? Es literatura». Como el propio Kafka, como diría Borges.

Y, en efecto, aquel estudio iba va más allá de la vida y la obra de Kafka; era una investigación de todo el universo kafkiano a través de episodios biográficos concretos, de todos sus relatos. Para conseguir ese tono, el concepto estándar de biografía se diluía; tampoco era el análisis de otro florentino, Roberto Calasso, que en K. (2002) evitaba lo biográfico para centrarse en lo semántico, sobre todo en El proceso y El castillo. Con ese enfoque, Citati nos sumergía en ese extraño lugar, o no lugar, sería mejor decir, en que Kafka pasó su existencia llena de contradicciones y ansiedades. Una personalidad bondadosa, cada vez más introspectiva, entregada a sus cuentos y novelas por las noches, comprometiéndose con varias mujeres y retirándose, amando y temiendo Praga. «Vivía en la penumbra y en la elusión», indica; experimentaba la sensación de irrealidad, y ésta fue la entrada para existir en la literatura, para odiar el ruido y amar el silencio, que fue como amar la muerte.

Más recientemente, Michael Kumpfmüller (1961) ahondaba en lo biográfico, pero de modo novelesco, por medio de La grandeza de la vida —título tomado de una frase de los diarios del autor checo y que sirve como epígrafe del libro—, un precioso ejercicio que convertía a Kafka en personaje literario a partir de lo que pudo pensar, hacer, sentir. Todo alrededor de un tiempo muy específico y de una persona que será determinante en la recta final de su vida. Así, lo veíamos en julio de 1923, en la colonia judía de Müritz, a orillas del mar Báltico, en la que estuvo de vacaciones ya enfermo de tuberculosis, atraído por la mujer que conoce allí, la cual ejerce como cocinera pero en realidad es actriz, Dora Diamant. Ésta conoce al «doctor», como se lo llama desde el principio, y queda subyugada por su finura, intensidad y delicadeza. El mismo magnetismo, en todos los planos, el vivencial y el literario, que exhala Kafka y que nos hace interesarnos por cada trabajo sobre él, en este caso la monumental obra de un Stach —nacido en 1951 y responsable de la edición definitiva de las obras completas de Kafka en Alemania— que, en la introducción, sorprende con reflexiones interesantes, pero con asuntos muy superfluos, como la presencia de Kafka en internet o divagaciones sobre el género biográfico que no vienen a cuento y que no están a la altura (además de que dilatan en exceso el inicio del libro) del maravilloso trabajo que se abre seguidamente.

Stach se va internando en la Praga antigua, en la que conviven el alemán y el checo, y va tomando como referencia central la famosa carta que Kafka escribió a su padre para explicar cómo su personalidad se va forjando; y es que esta figura patriarcal, tan intimidante y presuntuosa, marca por completo la psique y literatura del futuro escritor: «Hay muchos argumentos que respaldan la idea de que el gélido ambiente social que Kafka describe en sus tres novelas, en el que la solidaridad desinteresada tan sólo aparece como un sueño, no sólo refleja experiencias y observaciones reales, sino también la conciencia antisocial del padre». Éste castigaría una vez a su hijo de manera horrenda, encerrándolo en la galería después de que el chaval gimoteara pidiendo agua desde la cama. Esa experiencia, en lo que era un común patio interior que tantos edificios tenían, es para Stach una de las escenas clave de su biografía psíquica, que plantea «los tres motivos fundamentales en el mundo de Kafka: poder, miedo, soledad, con sus mutuas dependencias».

Todo lo cual va a generar en el pequeño Franz una sensación permanente de temor hacia la violencia ajena, de vulnerabilidad, y hasta la percepción de que puede ser abandonado en cualquier momento, algo que luego se extenderá a sus relaciones amorosas. Su ánimo se refleja en la única anotación que nos ha llegado de su etapa infantil, a los catorce años —«Hay un ir y un venir. Un partir, y a menudo… no regresar»—, y que ya afianza esa mirada melancólica. «¿Y si la literatura fue el único camino de vuelta que pudo recorrer?», se pregunta al respecto Stach, que de continuo mezcla su prosa informativa con sugerentes meditaciones para que el lector vaya metiéndose en la piel y la cabeza de alguien que, por cierto, según su amigo Max Brod, era un neurótico, alguien que emigró de la vida a la literatura, sin retorno.

Esta primera sección, «Los primeros años (1883-1910)», va a ser instrumental para luego ir entendiendo lo que se muestra en las otras dos, «Los años de las decisiones (1910-1916)» y «Los años del conocimiento (1916-1924)». El Kafka niño decidirá y conocerá de adulto las cosas según cómo ha ido desarrollándose su mirada hacia la vida desde pequeño, tanto desde el ámbito de su empleo en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo, donde trabajó como abogado de 1908 a 1922, como en el plano de sus noches pasadas en vela escribiendo. Por algo, el creador de Gregor Samsa escribió una vez a su novia Felice: «No soy nada más que literatura».

Todo acaba en cierta manera en la escritura de sus diarios, en sus cartas, en sus cuentos: sus inicios sexuales, los círculos de amigos, la búsqueda de un trabajo, sus visitas a determinado burdel, la elección de los sanatorios para sortear una salud siempre enfermiza, su vida como treintañero aún en casa de sus padres… El biógrafo nos conduce del modo más pormenorizado que quepa imaginar, y también más ameno e intenso, por todos estos periodos que tienen un nexo que los une: la introspección perpetua, un paisaje interior como de lucha personal que Kafka libra en torno a quién es y cómo debe ser. Y es que estamos ante un observador inigualable: «La capacidad de Kafka para captar una situación de un vistazo y aun así con la máxima nitidez, de filtrar los detalles significativos, de rastrear las relaciones ocultas y capturarlo todo en un lenguaje saturado de imágenes precisas, que evita toda inexactitud, es una capacidad que linda con lo maravilloso y se burla de toda explicación social o psicológica imaginable». A ojos de Stach, a Kafka no se le escapa nada, no olvida nada, nada se le pasa por alto, gracias a su mirada abierta para las cosas insignificantes.

Vemos a Kafka dudando con el final de La transformación, que no le convence, haciendo su segunda propuesta de matrimonio a Felice Bauer —por más que declarase a la vez una inquietante sensación de aferramiento que iba en contra de su naturaleza solitaria, independiente, insegura—, pensando en abandonar Praga, escribiendo sin parar durante el año 1914, dedicado a El proceso, adaptándose a las situaciones nuevas que impone el estallido de la Gran Guerra… Uno avanza a lo largo de cientos y cientos de páginas y la apreciación de que Franz Kafka ha surgido más vívido y próximo que nunca se hace cada vez mayor. Qué extraordinario esfuerzo el de Stach, que, pese a que se lamente de que por culpa de las dos grandes guerras mundiales se hayan perdido innumerables fuentes de información que podrían iluminar más hoy el mundo kafkiano —cabe recordar, por ejemplo, que tres de las mujeres con las que tuvo más relación murieron en campos de concentración—, celebra que su lenguaje todavía viva, aunque su mundo ya no exista.

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