Jorge Gimeno
Barca llamada Every
Pre-Textos, 2021
96 páginas
POR FRUELA FERNÁNDEZ

La obra de Jorge Gimeno (Madrid, 1964) constituye, en buena medida, un trabajo en torno a los límites: los de lo decible e indecible en poesía (con sus palabras tabú, sus artificios aceptables, sus condicionantes modales), pero también aquellos que tocan a la condición personal y a la posibilidad de superarlos, desdibujarlos, volverlos porosos. Esta lucha alcanzaba su forma más radical en su tercer libro de poemas, Me despierto, me despierto, me despierto (2018). Su enigmático título era una alusión al satori o «despertar» del budismo zen, es decir, al momento en el cual se supera al dualismo, las trampas del yo y la errónea distinción entre la vida «propia» y las vidas plurales. El límite literario que se trascendía era, por tanto, también el de la propia persona: dos ficciones, dos trabas que se anudan para darse sentido.

Apenas tres años después de una ruptura tan profunda, Gimeno nos vuelve a sorprender con Barca llamada Every. Una primera intuición es que ambos poemarios han de leerse como un díptico o, incluso, como dos momentos del mismo libro, al modo de las novelas de formación que recurrían a la división en volúmenes para abarcar periodos distintos en la vida de su personaje. Si el libro previo suponía un despertar y un renacer, Barca estaría formado por los poemas del renacido: la mirada que los une no es la de quien está buscando la iluminación, sino la de aquel que ya se abre a ella. 

Ese vivir iluminado supone, en primer lugar, la ausencia de necesidad, que recorre el libro en varios niveles. Sus poemas son parcos en lugares; la nota dominante es la desnudez de los pueblos castellanos, entremezclada con los paisajes de la mente y del sueño. Entre la meseta y sus interiores, resaltan las vidas, siempre entrevistas y, a la vez, sentidas con una intensidad que borra las distinciones: el loco del pueblo, el enterrador, los mendigos, las parejas, los parroquianos. Gimeno accede a sus figuras desde una igualación de los destinos que se opone radicalmente a las típicas formas del poema rural o costumbrista español (parodia, tremendismo o compasión), que siempre sitúan al autor por encima de sus observados.

Este no-necesitar da la clave, también, de su escritura, que alcanza una sencillez de frase que rara vez hemos visto en castellano. Como en los mejores momentos del Modernismo estadounidense, Gimeno parece hacer suya la apuesta de Ezra Pound por la frase que ha de poder decirse, por la mínima separación entre habla y verso. Desde la sencillez, Gimeno encuentra el poema sin imponerle asuntos, tan sólo en la apertura a los seres: un gato que come aprisa, antes de que vuelva otro que lo espanta, o el recuento de lo que se desgasta en la casa son claves de la iluminación, si nos permitimos verla.

No significa esto, pese a todo, que Gimeno rehúya los mal llamados «grandes temas», sino que los pone en su lugar, es decir, a la misma altura que cualquier otro. Este gesto decisivo se percibe con especial nitidez cuando Gimeno escribe sobre la muerte, que ya era uno de los motivos centrales de su primer libro, Espíritu a saltos (2004). La distancia que separa a ambos nos da la medida de la evolución del poeta: frente al tono fúnebre y obsesivo de Espíritu, donde la muerte era percibida como amenaza y enemiga, la muerte que aparece en Barca es cotidiana, sencilla, casi afectuosa. Ante poemas como «La cama del adiós», «Jueza de paz» o «Habla la muerte», no sería excesivo recuperar cierta idea de estoicismo, en su sentido pleno: un vivir en presencia de la muerte, que ha superado el miedo porque no posee, no se aferra, no pide.

Si su obra primera, desde una altura poética inusual, parecía obsesionada con la impostura y la caducidad del mundo, sus dos últimos libros recuperan para la poesía de hoy ciertos valores olvidados o incluso ridiculizados: la emoción, la verdad, la trascendencia. Con su sencillez, su mirar humilde y su amor que iguala, los poemas de Gimeno reivindican la capacidad de la poesía para refundar lo humano, lo que no cabe en el yo ni tampoco en el nosotros, sino que se hace presente cuando «algo fluye / sin autor».