Galo Ghigliotto
El Museo de la Bruma
Editorial Laurel, 2019
303 páginas
Cuando recién fue publicado El museo de la bruma, a Galo Ghigliotto (Valdivia, 1977) le preguntaron si era una novela o no, dado su formato poco convencional. “Yo sí creo que es una novela”, respondió. Y fue al hueso: “Para mí la novela es un género que tiene la capacidad de absorberlo todo”. Eso es exactamente lo que ocurre en este libro que funciona como artefacto y en el que la figura del autor parece sumergirse en la mismísima bruma. Lo que encontramos es el catálogo de un singular museo en la Patagonia chilena, inaugurado a fines de la Segunda Guerra Mundial y misteriosamente incendiado en 2014. En el ejercicio de recrear con palabras un arsenal de piezas ausentes confluyen el perfil más crudo de la historia con la memoria y con la imaginación, pero también con la esfera de lo posible, con la pesadilla y con la especulación.
Ghigliotto investiga, se documenta, rastrea, viaja, imagina, copia, sospecha, compara, proyecta y conjetura para internarse en el que tal si de la historia. Qué tal si Walter Rauff, el criminal de guerra nazi refugiado en Chile, acusado de asesinar a 97 mil judíos conectando los escapes de gas con el interior de los vehículos de transporte de los prisioneros, hubiera compartido la receta de gas sarín con Eugenio Berríos, el químico de la policía secreta de Pinochet. O qué tal si los soldados del campo de concentración de Isla Dawson, en 1974, hubieran sido vistos aullándole a la luna. O qué tal si en los años 50 hubieran aparecido en Nueva York cartillas turísticas que promocionaran el avistamiento de un grupo de indígenas selk´nam, que serían descendientes de un antiguo zoológico humano del que habrían huido y hoy vivieran camuflados en el Central Park y vistieran pieles de perros domésticos.
En este archivo de la infamia las múltiples piezas entran en una zona fantasmagórica y delirante en la que la verificación del dato real es menos relevante que la eventualidad del mismo dato. Lo que importa acá es la mera posibilidad de que estos episodios hayan ocurrido, dadas las condiciones y el terreno abonado que tenemos enfrente. En ese sentido, interesan también los vacíos, lo que se construye a partir de lo que se omite. Acaso de lo que se trata es de la dificultad de las palabras para dar cuenta de algunos nudos de la realidad. Esos nudos que nos ciegan cada vez que intentamos descifrarlos con las herramientas de la razón. Más aun de la razón occidental. O, más todavía, de la razón occidental del tiempo presente. Porque no es que veamos una línea de avance floreciente y alentadora; que en el pasado quede el horror y hoy aplaudamos el progreso. La articulación de la historia, al modo benjaminiano, pasa en estas páginas por el destello de la ruina sobre la ruina.
En el vasto inventario del museo de Ghigliotto son convocados materiales que van desde la factura emitida por el Museo Británico de Londres como comprobante de pago por cuatro cráneos de indígenas hasta un collar de orejas humanas que habría pertenecido al latifundista José Menéndez, uno de los responsables del exterminio selk´nam. Pero figuran también poemas, monólogos dramáticos, cuentos, testimonios reales y ficcionales, rumores, entrevistas, cartas, recortes de prensa. Y objetos curiosos, como una pata de palo que habría pertenecido a la esposa del mismo José Menéndez; una lata de pintura en spry con la que una activista alemana habría “funado” la casa de Walter Rauff en Santiago, en 1984, cuando se gestionaba su segundo y fallido pedido de extradición; un pedazo de piel disecada que sería el prepucio de Julius Popper, empresario y explorador rumano que abogó por la necesidad de cazar indios para despejar la Tierra del Fuego; una escala para establecer tipos raciales o un espacio vacío, disponible para horrores futuros.
El recuerdo del que se apoderan las múltiples voces de este libro, a fin de cuentas, es el de ese instante que fulgura y emerge como una posta de registros, temporalidades y acontecimientos. Ahí, a lo lejos, parece estar el genocidio selk´nam. Pero ahí, rozándole los pies, figura también el holocausto nazi. Y cerca, muy cerca, los campos de concentración de la dictadura de Pinochet en la misma Isla Dawson donde las misiones salesianas reclutaban a la población selk´nam para “civilizarla”. Vemos así cómo, en la historia, asoman las palabras y los acontecimientos grandes (barbarie, infamia, impunidad). Pero vemos también cómo su comprensión cabal en la literatura se aloja en los detalles. En lo torcido, en lo que se sale de foco, en lo oblicuo, en la basurita, en lo absurdo, en lo resbaladizo, en la ensenada rocosa, en la bruma que transforma el paisaje y nos invita a abrirnos paso salvajemente en su espesor.