Rosa Navarro Durán:
La Lozana Andaluza, un retrato en clave
Pasquines históricos en la Roma Babilonia
Renacimiento, Sevilla, 2018
334 páginas, 19.90 €
POR ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA 

 

Las cosas (quiero decir: los datos objetivos) pueden llamar a engaño. Hoy es posible encontrar en librerías, al alcance de cualquier lector interesado, no menos de seis ediciones diferentes —anotadas o no— de La Lozana Andaluza, la novela dialogada de Francisco Delicado tachada en su día por Menéndez Pelayo de libro «inmundo y feo», de «nulo» valor literario y cuyo estudio «no es tarea para ningún crítico decente»; una obra, en fin, «que bajo ningún pretexto hubiera debido exhumarse». De tan drásticas opiniones formuladas en su día por el autor de Orígenes de la novela se pasó años después, como es sabido, al polo opuesto: el Retrato de la Lozana Andaluza es, por el contrario, uno de los relatos más atrayentes del siglo xvi, una obra maestra del arte de la novela, cuyos valores lingüísticos y literarios se encuentran fuera de toda discusión, y que, por sus anómalas características —la historia, singularmente realista, de una prostituta española en Roma en el periodo anterior al «saco» de la ciudad en 1527 por parte de las tropas de Carlos V—, debía ser vista como obra excepcional, antecedente admirable de la «novela de lenguaje» y de los experimentos con el espacio-tiempo narrativo y la estructura ficcional (incluido el autor como personaje) propuestos por la modernidad literaria.

Pasar de novela ignorada o abiertamente denostada a novela unánimemente admirada y aplaudida —hoy objeto de numerosas ediciones y de valiosos estudios críticos— no dejaba de ser una situación peculiar tanto para la crítica como para la historiografía literaria. Porque el caso es que la novela presenta extraordinarias dificultades de lectura y muchos de sus elementos —personajes, textura lingüística, referencias históricas, alusiones al paso, estructura espacio-temporal— están lejos de ser fácilmente comprensibles para el lector y aun para el analista más minucioso. Quien esto escribe, en sus años de estudiante universitario, recuerda haberle oído decir al profesor Antonio Vilanova —autor de una pionera edición de la novela en 1952— que llevaba más de quince años estudiando el Retrato de la Lozana Andaluza y que todavía no había hallado el hilo de Ariadna capaz de hacerle comprender los problemas de esta complejísima obra. Ocurría esto a mediados del decenio de 1970. Ignoramos en qué fase de desarrollo se encontraban en ese momento las investigaciones del profesor Vilanova sobre el Retrato, si éstas prosiguieron hasta su muerte en 2008 y en qué medida aclaraban los problemas aludidos, pero lo cierto es que la obra sigue suscitando incontables interrogantes. Cualquier lector curioso que se haya acercado a la novela de Delicado advierte enseguida las considerables dificultades del texto, y no es raro que abandone la lectura del libro ante la imposibilidad de seguir un relato que, por atractivo que sea, presenta obstáculos aparentemente insalvables y claves internas muchas veces inaccesibles.

Esto es lo primero que destaca, con razón, Rosa Navarro Durán, conocida profesora, investigadora y especialista en literatura de la Edad de Oro, responsable, por cierto, de la más reciente edición del Retrato (Biblioteca Castro, 2017). Hoy por hoy, pocas personas como Rosa Navarro conocen la prosa española del siglo xvi, y pocas como ella se encuentran verdaderamente tan capacitadas para enfrentarse a los escollos de una obra por la que desfilan ciento veinticinco personajes, con un texto que es un verdadero terreno minado y que «no tiene la estructura que requiere toda “fábula”». «La comprensión de lo que en la novela sucede es realmente tarea muy difícil», insiste Rosa Navarro, y «el indudable interés que despierta su materia prostibularia y el erotismo de algunas escenas no se ve acompañado luego por el placer de la total comprensión de la historia narrada». ¿Se trata de problemas de construcción de la «fábula» por parte de Delicado o es que esa «fábula», para ser cabalmente entendida, pide un acercamiento distinto a los realizados hasta ahora? Ante esta situación, Rosa Navarro decide dejarse llevar por sus sospechas: que el Retrato dice algo distinto de lo que parece, que «hay mucho que no está a ojos vistas» y que, en realidad, nos enfrentamos a una novela en clave.

La tesis no puede ser más atrayente: una criptografía —toda una «técnica de camuflaje»— se oculta bajo el tejido de alusiones y frases enigmáticas, la falta de unidad de tiempo y el sentido ambiguo o incomprensible de determinados hechos narrados muy desordenadamente en la novela. ¿Qué persigue con ello, ante todo, Delicado? Llevar a cabo una caricatura burlesca de algunas personalidades políticas y religiosas de la época, esto es, escribir una serie de «pasquines satíricos»; el Retrato de la Lozana Andaluza sería, así pues, antes que nada, una obra cómica. Para realizar esa peligrosa operación satírica —cuyos destinatarios principales eran Fernando el Católico y el papa Clemente VII—, Delicado debía enmascarar personajes bajo las figuras visibles o externas de la trama novelesca, y hacerlo con una sutileza tal que no fueran fácilmente reconocibles. Bajo el mundo en apariencia celestinesco de la obra, late el recurso a la transmigración de las almas de la sátira menipea El sueño o El gallo, de Luciano de Samósata (siglo ii), así como la más cercana Carajicomedia, que encierra, igualmente, alusiones enmascaradas a personalidades políticas, o algunas obras bufonescas de Rodrigo de Reinosa, que fundó la lírica germanesca en lengua castellana. Un retrato en clave, en suma; una práctica literaria que sólo mucho más tarde desarrollarían —con menos garra, ambición y calado— los romans à clef de Madeleine de Scudéry en la Francia del siglo xvii.

No es posible aquí detallar el conjunto de referencias desveladas por Rosa Navarro, algunas de ellas muy complejas; baste mencionar, como ejemplos ilustrativos, que bajo el personaje de la Lozana se oculta la siempre admirada figura del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba; que en el criado y amante de Aldonza, Rampín, se esconde la referencia a España (bajo el símbolo del águila); que la vieja puta santiguadora es Fernando el Católico; el judío Trigo, la Iglesia en tiempos de Clemente VII (también, entre otros, bajo el personaje de Sietecoñicos); el cardenal Giulio de Médicis, bajo Magdalena, es decir, la criada de la «cortesana favorida», máscara a su vez del papa Adriano VI; el odiado Clemente VII, una vez más, bajo Angelina o Angélica; el papa Borgia Alejandro VI, que lavaba linajes de judíos a cambio de compensaciones económicas, bajo la figura de la «lavandera milagrosa», y así un largo etcétera. No faltan las dilogías, la más llamativa de las cuales es la doble acepción del «mal francés»: «En la superficie prostibularia es la sífilis, pero en los pasquines del fondo el mal francés se refiere siempre a la enemiga Francia». Algunas máscaras son más claras que otras, como es lógico. Delicado no busca precisamente la transparencia referencial y algunas alusiones resultan tan laberínticas que se requieren conocimientos muy detallados de historia general, de la vida cotidiana y aun de la intrahistoria de las instituciones políticas de fines del xv y primer tercio del xvi para desentrañar el complejo tejido de alusiones establecido por el autor. Pero Rosa Navarro, que nos sorprende en todo momento por su familiaridad con la historia política y social de la época, no tiene inconveniente en reconocer a veces la dificultad y aun la imposibilidad de descifrar tal o cual referencia, como, por ejemplo, una parte de la conversación de Lozana con el personaje de la Peregrina o Pelegrina (mamotreto lxiii), o el Sobrestante. Las claves de identificación son elaboradísimas, aunque a menudo «Delicado no da suficientes datos para quitar con seguridad las máscaras», unas máscaras creadas a partir de diferentes recursos, que van desde la onomástica hasta el emblema del escudo de la casa nobiliaria. Todo ello, sumado a la mezcla de tiempos y de hechos históricos relacionados con la «Roma Babilonia» y con las interioridades de la vida política y religiosa y sus estrechamente enlazadas redes de poder, no hace sino añadir complicación a una novela ya de por sí difícil en su planteamiento y en su estructura, una novela que carece de «argumento trabado». Todo aparece en La Lozana Andaluza, así pues, bajo el signo de la complejidad. Leerla es penetrar en un difícil, sofisticado entramado satírico.

Es inevitable preguntarse, por todo ello, qué clase de lector requiere este texto poblado por tan detalladas, sutiles referencias humorísticas. ¿Cuántos lectores de la época —no digamos de la nuestra— estaban en condiciones de acceder a los guiños, críticas y sarcasmos contenidos en estos diálogos novelescos conformados por tan diversas y complejas claves? Al referirse al sentido de esas claves («Es muy difícil a veces dar con la clave que permita descifrar lo que está diciendo Delicado en los pasquines que va entrelazando, y otras es imposible porque debe de aludir a hechos contemporáneos que no pasaron a las crónicas principales»), Rosa Navarro admite de forma implícita que el lector de la época lo tenía tal vez más fácil que nosotros. Es probable que así fuera, pero, sin duda, se trata en cualquier caso de un lector de extrema competencia como tal, un lector impuesto no sólo en historia social, política y religiosa, sino también en las variedades literarias de la época y de la tradición recibida, muy especialmente de la cómica y satírica.

«Cuando no se entiende un texto, hay que plantearse siempre la posibilidad de que su autor esté diciendo algo distinto de lo que parece», afirma con lucidez Rosa Navarro. Se diría que, antes que nada, la autora de La Lozana Andaluza, un retrato en clave ha llevado a cabo un ejercicio de responsabilidad crítica, una tarea intelectual que consiste, sobre todo, en negarse no sólo a permanecer impasible ante aquello que no se comprende en términos literarios, sino —cuando se estudia una obra difícil— a repetir acríticamente lo que sobre ésta se ha escrito, en especial, cuando se sabe o se intuye que las interpretaciones no son satisfactorias o dejan demasiadas cosas pendientes en el aire. Todos sabemos los problemas que de ello se derivan, y una voz verdaderamente crítica nos recordaba hace poco qué espantosa capacidad de repetición mimética domina en nuestro ámbito académico. De ahí la valiente, audaz actitud de la profesora Rosa Navarro al proponernos una nueva interpretación de una de las obras más complejas de la prosa española del siglo xvi, una interpretación que, a nuestro juicio, tiene entre sus muchos méritos el hacernos ver el costado satírico y burlesco de una novela hasta hoy ensalzada ante todo por su anómala temática y por sus valores lingüísticos.

A partir de ahora —es decir, a partir de la propuesta crítica aquí comentada—, será preciso tener en cuenta que la singularidad de Retrato de la Lozana Andaluza se ve enriquecida por la valiosa contextualización histórica, social, política y literaria que Rosa Navarro nos proporciona en su ensayo. Necesitamos trabajos como éste, en general, y, en particular, lo necesita La Lozana Andaluza, una novela que pensábamos haber leído y asimilado, pero debajo de la cual se esconde todo un cúmulo de referencias satíricas que hasta hoy ignorábamos. La investigación de Rosa Navarro nos hace ver que La Lozana Andaluza es aún más rica de lo que creíamos.