Paco Cerdà
14 de abril
II Premio de No Ficción Libros del Asteroide
Libros del Asteroide
248 páginas
POR EVA COSCULLUELA

En ese fantástico libro titulado El queso y los gusanos, Carlo Ginzburg habla del molinero Menocchio, un hombre común y corriente nacido en 1532 cuya vida pudo reconstruir gracias a las actas de dos procesos que la Inquisición instruyó contra él. Esa forma de abordar la historia a partir de lo pequeño, de lo cotidiano, desde la mirada de la gente corriente, se conoce como ‘microhistoria’ y de ella se ha servido Paco Cerdà (Genovés, Valencia, 1985) para relatar lo sucedido el 14 de abril de 1931, día en que se proclamó la Segunda República. Para algunos fue el día en que la esperanza salió a la calle. Para otros, una anomalía que no acababan de creerse y que, estaban seguros, duraría poco. No había términos medios. La euforia convivió con la tragedia durante esas veinticuatro horas cruciales: sentimientos desiguales, pues también las vidas lo eran. Si para algunos la llegada de la República significaba el fin de la miseria y del hambre, vivir al fin en un país más libre y más justo, para otros significaba el final de un orden que creían inalterable garantizado por la iglesia y la monarquía, un orden que les permitía pasear por el lado bueno de la vida.

La crónica abarca tres planos de información, distintos niveles que al confluir ofrecen un retrato completo de lo ocurrido aquel 14 de abril. La estructura del libro está marcada por las horas canónicas medievales, haciendo que la narración avance según avanza el día, y abriendo cada una de estas horas encontramos el plano más personal, con capítulos que cuentan las últimas horas de personas comunes, de las que no salen en los libros de historia, que murieron ese mismo día. Los capítulos están titulados con sus nombres —son los únicos capítulos que tienen título— en un hermoso homenaje: Emilio, Cándida, Francisco, Antonio, Eduardo… Esos hombres y esas mujeres tenían una profesión, tenían familia, tenían sueños. Algunos eran chiquillos. Y todos perdieron la vida sin merecerlo.

En el extremo opuesto de estas historias personales y cercanas encontramos la Historia en mayúsculas: Cerdà reconstruye cómo se vivió ese día en las instancias gubernamentales: la visita de Sanjurjo a Miguel Maura para poner a la Guardia Civil al servicio de la República, el intento de negociación en casa de Marañón —territorio neutral— del conde de Romanones con Alcalá-Zamora y la severidad del republicano —«La República se proclamará antes de que el sol se ponga»— o la decisión de Alfonso XIII, siguiendo el consejo de Romanones, de alejarse de España hasta que volviera «la normalidad», sin renunciar a sus derechos dinásticos.

Pero esa historia oficial también tiene su letra pequeña, y es en esos capítulos narrados desde lo íntimo donde el relato gana fuerza y envuelve al lector, que comparte la desolación del ayuda de cámara mientras prepara el equipaje del rey, sigue al joven redactor de El Socialista que lleva a Julián Besteiro a la plaza de la Villa para proclamar la República en Madrid, acompaña a los nuevos concejales y alcaldes en su entrada a los Ayuntamientos y observa al linotipista que prepara la edición del día siguiente de La Gaceta, que ya ha cambiado la corona de la portada por una alegoría de la República, y que anuncia los nombramientos del nuevo Gobierno —«todos burgueses», piensa el obrero, mientras compone el texto que explica que el Gobierno podrá suspender los derechos reconocidos sin autorización judicial si considera que la República está en peligro—. El relato del viaje nocturno del rey hacia Cartagena para zarpar en barco a Marsella, en una suerte de viacrucis en el que pasan por distintos pueblos que de una u otra forma guardan relación con la Corona, es también un momento de enorme fuerza en la narración.

Entre estos dos planos, el personal y el oficial, se despliega una serie de escenas costumbristas que llenan de vida el libro. Porque la vida estaba en la calle y Cerdà lo cuenta muy bien: en las plazas donde la gente cantaba espontáneamente La Marsellesa (maravillosa la escena de Miguel Fleta cantando en la Gran Vía la versión zarzuela del himno francés), sobre las tablas del teatro Muñoz Seca, donde Margarita Xirgu representaba una obra de Jacinto Benavente después de escribir a su hermano, dándole noticias y contándole que los días previos llenaron las plazas de arena para absorber la sangre que correría; en la Puerta del Sol, donde Alfonso capturaba con su cámara un instante que se convertirá en un icono —un oficial del Ejército subido al techo de un camión con una bandera republicana, iluminado por el sol, toda la plaza con la vista fija en él—; el vestíbulo del hotel en la plaza Santa Ana, donde de madrugada Josep Pla se sentó a registrar en su dietario lo vivido ese día. Pero no sólo es Madrid el escenario de este libro: también el Ayuntamiento de Éibar, primer pueblo de España en proclamar la República al entender mal el mensaje de «preparar» la República; la Academia General Militar de Zaragoza, donde su director, Francisco Franco, anuncia a alumnos y profesores que deben ponerse al servicio del nuevo Gobierno, pero se resiste a bajar la bandera monárquica y a alzar en su lugar la tricolor; Salamanca, donde Unamuno se dirige a los ciudadanos que lo han elegido concejal desde el balcón del Ayuntamiento; Barcelona, donde Francesc Macià todavía no puede creerse que un partido creado tres semanas atrás haya arrasado en las urnas consiguiendo la mitad de los concejales del pleno; Granada, Jaca, Cádiz, Valencia…

Son muchos los aciertos de este libro ganador del II Premio de No Ficción Libros del Asteroide. El primero de ellos es la habilidad de Cerdà para abrir el foco de los acontecimientos y alejarse o acercarse según le conviene, como si estuviera manejando el objetivo de una potente cámara, sin que resulte forzado o artificial. Así, un detalle aparentemente pequeño es el hilo del que tirar para contarnos algo mucho mayor que excede el marco temporal del libro: al describir la entrada de De la Cierva en el Consejo de Ministros, Cerdà nos cuenta la resistencia heroica de los últimos de Filipinas; al retratar la soledad de Alfonso XIII cuando decide dejar España, el autor nos recuerda su coronación a los dieciséis años y lo convulso del sistema político durante sus tres décadas de reinado («Con veinte presidentes del Consejo. Con ciento dos gobiernos distintos. Con dictaduras y con dictablandas. Con desastres marroquíes y una semana trágica en las calles catalanas»). Con el relato de este día, Cerdà nos está contando el final del siglo xix y todo el primer tercio del siglo xx en España. Y qué bien lo hace.

También resulta un acierto la decisión de Cerdà de abordar la narración desde la no ficción pura, sin caer en la tentación de envolverla en un género híbrido que justifique la invención de escenas o diálogos. El autor advierte que todas las historias narradas en este libro son reales y están documentadas: ficcionar algunos pasajes le hubiera resultado más fácil, pero la crónica sería mucho menos rigurosa (y mucho menos interesante).

Y eso nos lleva a otro de los puntos fuertes del libro: el exhaustivo e ingente trabajo de documentación necesario para escribirlo. Para cada historia que asoma en estas páginas, sea grande o pequeña, Cerdà apoya su relato en manuales y tratados, prensa de la época, documentos oficiales, dietarios, correspondencias, memorias, actas de defunción, pasquines… ¡hasta el calendario lunar! Hay un impresionante trabajo de investigación, lectura e interpretación de cada historia, que consigue que todo esté perfectamente encadenado e integrado en la narración. La lista de fuentes consultadas es abrumadora (esta es la única pega que puedo poner al libro: no es necesario descender tanto al detalle y contar al lector que se ha utilizado Google Maps).

Paco Cerdà ha escrito una crónica de alto vuelo literario en la que tan importante es lo que cuenta como la forma de contarlo: a Cerdà le importan el rigor y el valor testimonial, pero también (y sobre todo) le importa contarlo bien, que el texto tenga altura y poesía, que tenga un valor literario por sí mismo, al margen del interés histórico. Siguiendo la tradición de los mejores cronistas del XIX y XX, Cerdà ha mirado a Chaves Nogales, a Pla, a Sender, pero también a Talese y a Carrère, los ha hecho suyos y ha compuesto este gran libro: ojalá nos enseñaran historia con textos tan hermosos como este.