Karim Miské
Arab Jazz
Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires/Madrid, 2014
378 páginas, 18.00 €
POR JULIO SERRANO

 

Puede suceder que uno quiera saborear la adrenalina del peligro cómodamente, indagar en sucesos que aparecen una mañana en los periódicos sacudiendo nuestra confianza en el orden cotidiano y en la apacible naturaleza de nuestros vecinos. Husmear en ese mundo —submundo— que convive con nosotros en el entramado urbano de manera paralela, salvo cuando de forma puntual convergen el orden social y el mundo criminal provocando un shock social y una incógnita. ¿Cómo ha podido ocurrir?

De querer meter nuestras narices en la escena de un crimen, leer novela policiaca es una de las maneras más seguras para llegar al oscuro callejón donde el crimen organizado y las mafias campan sin ley. ¿Qué atractivo puede tener asomarse a donde no puede uno sentir sino inquietud o miedo? Los científicos nos informan de que nuestro cerebro produce las mismas sustancias cuando nos asustamos y cuando algo nos emociona o produce placer: adrenalina, dopamina y endorfinas. En un contexto no amenazador —sofá, manta, un gato a nuestros pies quizá— la experiencia de lo siniestro puede resultar grata.

Arab jazz fue el debut literario del escritor y cineasta Karim Miské (Abiyán, 1964), una novela negra imbuida de referencias y pequeños homenajes a otros autores del género —Chandler, Hammet, Chase, Horace McCoy— y, esencialmente, a James Ellroy, de quien toma como punto de partida su obra White Jazz para dar título a la novela queriendo significar algo así como «un plan retorcido montado por unos árabes». También abundan las referencias cinematográficas —In the Mood for Love, American Psyco, El amante, Fallen Angels, La noche del cazador— y musicales. No sólo por la playlist que figura al final como un posible acompañamiento sonoro a la lectura, sino que intercaladas en el texto hay continuas alusiones a canciones de Portishead, Patti Smith o Serge Gainsbourg, que resuenan como banda sonora de un deseo de últimas horas de una noche demasiado larga. «Son las cuatro menos cuarto. Si la noche posee un corazón, es este exacto momento».

Desde el corazón de la noche parisina más outsider Miské elabora un oscuro relato que comienza con el brutal crimen de Laura, una bella azafata –la pulsión de la violencia sobre la mujer late en los oscuros instintos de varios personajes-, hija de acérrimos testigos de Jehová. A partir de ahí se sucede, previsiblemente, la investigación criminal. Por un lado, continuando la tradición detectivesca clásica, tenemos al detective aficionado que no pertenece a la policía ni a ningún cuerpo organizado. En este caso es el vecino de la víctima, Ahmed, un joven introvertido y sociópata que vive ajeno al mundo, enfrascado en la lectura de montañas de novela negra. Ésa será su escuela para desplegar en el caso sus nada desdeñables habilidades deductivas y de observación, potenciadas por el instinto de supervivencia, ya que todo lo señala como principal sospechoso. Como investigadores oficiales, la novela nos presenta a dos tenientes de policía inusuales, el bretón Jean Hamelot y la judía Rachel Kupferstein, ambos alejados del perfil clásico de policía de crónica negra, salvo por ser el tipo de personas a la par comunes y extraordinarias, descreídos aparentes en busca, en cambio, de la verdad oculta de las cosas. Lo que los singulariza es que son inusualmente librescos, personas que han iniciado estudios universitarios, pero han acabado en el cuerpo policial, letraheridos, apasionados por la música, el cine y la literatura de un modo frustrado y nostálgico. Más que desvelar un crimen aspiran a resolver la razón última de los conflictos, del mal en última instancia.

Entre policías corruptos, testigos de Jehová, musulmanes fundamentalistas y judíos ultraortodoxos, la novela presenta un mosaico de aproximaciones a lo religioso: la fe como alimento, como justificación para la barbarie, como deseo desmedido de poder —encarnar al Dios en uno—, como adicción a una droga de síntesis similar al MDMA que en la novela bautizan con el nombre de Godzwill —una droga que «no te hace sentir Dios, sino que te vuelve Dios»— o desde la voluntad de esclarecerlo todo propia del detective, de poner luz en las tinieblas del alma humana. El fanatismo, el tráfico de drogas, la idea de impureza entre los semitas o entre los musulmanes y la marginación son temas que se funden en una trama que trata de explicar una realidad social.

Ganadora del Gran Premio de Literatura Policiaca en Francia (2012) —que comparte con autores como Mary Higgins Clark, Thomas Harris, Patricia Highsmith o Manuel Vázquez Montalbán—, la novela construye un marco que Karim Miské conoce bien. El del París multicultural en el que conviven inmigrantes de distintas religiones, algunos de ellos intensamente radicalizados. Está ambientada en el distrito 19 en el que el autor vivía en el momento de escribir la novela, uno de esos barrios en mutación, como son los demás barrios del norte y del este de París, en donde abundan inmigrantes o hijos de inmigrantes que se fueron instalando en esos lugares periféricos, y que son profundamente heterogéneos de culturas y credos. «Son emigrantes poscoloniales, norteafricanos o africanos del oeste, de Argel, Marruecos, Túnez, también de Mali, Senegal y Mauritania. Ésta es la realidad del barrio 19, un barrio con muchísimas viviendas subvencionadas a las que se mandaba a todos los emigrantes. También había muchos judíos de África del Norte. Eran un mismo tipo de familias, venían de los mismos países, llegaban a Francia en la misma época, lo único que no tenían en común era la religión». Para Miské es importante resaltar ese nexo, el de una alteridad dentro de la sociedad francesa en la que crecieron que no ha servido para unirlos, ejerciendo en ellos la religión de barrera infranqueable.

Hijo de padre mauritano y musulmán y de madre francesa, atea y marxista, para él «la religión era mi destino, si no hubiera vivido con mi madre». Creció en París, antes de estudiar periodismo en Dakar. «De haber crecido en Mauritania, hoy tendría un papel religioso, un intermediario que reza para los demás, un zwaya. Es como si hubiera podido ser esta otra persona», manifestó en una entrevista. Esta experiencia de varias identidades está en el corazón de su propia experiencia. «Algunos me tomaban por árabe y musulmán, cuando culturalmente soy francés y no tengo ninguna religión». Su ensayo autobiográfico N’appartenir (2014) trata precisamente sobre estas cuestiones de pertenencia. De ahí el esfuerzo por construir unos personajes cuyo radicalismo quiere entender. Los otros que no fui, afortunadamente, pero que pude llegar a ser, parece sentir Miské tras cada perfil.

La novela teje un escenario que nos es tristemente familiar tras el atentado el 7 de enero de 2015 contra la irreverente revista Charlie Hebdo, como sabemos, profundamente crítica con la extrema derecha, el catolicismo, el islam o el judaísmo. Los autores del atentado se criaron en el distrito 19 en donde estaba la banda yihadista llamada «red de Buttes Chaumont», donde se radicalizó Chérif Kouachi, el menor de los asesinos de Charlie Hebdo. En la novela no sólo habla de ese entorno radicalizado, sino también de la revista misma e incluso de la aversión que produce su furibundo ateísmo en alguno de los personajes. «Cuando supe de lo ocurrido, cuando me enteré de dónde venían los asesinos, tuve un sentimiento estremecedor por esa mezcla entre ficción y realidad. Como si la realidad me hubiese atrapado mientras jugaba con la ficción». Ese mundo híbrido en donde conviven salafistas, testigos de Jehová o judíos jasídicos es el entramado social de esta novela que se hace eco de las investigaciones de su autor. Poco antes de escribir Arab jazz realizó el documental Born Again: los nuevos creyentes sobre los neofundamentalistas judeocristianos con los que vivió durante un tiempo. Asimismo, ha realizado documentales acerca del extremismo en el mundo musulmán. Sobre los fundamentalistas afirma que «más que una realidad religiosa, lo que hacen es abrazar un dogma porque es ahí donde encuentran una identidad clara y una forma de no gustar, una libertad para disgustar, pues la libertad que les queda es una libertad para disgustar a una mayoría que entienden opresiva».

Continuando la evolución de la novela policial que iniciaron Dashiell Hammett y Raymond Chandler en la década de 1930, caracterizada por la dureza, y seguida por James Ellroy, Miské, con esta novela plagada de localismos que refuerzan su realismo social, continúa ese tono inclemente, pero marcando su prosa con cambios de ritmos y tensiones desiguales. En su escritura encontramos ecos de cadencias urbanas: desde el flow del rapero Booba a las fusiones del músico indio Bally Sagoo. Como quien ha escrito imbuido en estos sonidos —como parece ser el caso—, el ritmo de su prosa también oscila de lo poético, en ocasiones, a un lenguaje cortante o seco en otras, aunque generalmente lo que predomina es una descripción y una visualidad propias de un buen guión cinematográfico. Una amena novela para acercarse desde el entretenimiento a una realidad compleja —los fracasos de la integración de lo multicultural— próxima a la de cualquier gran ciudad europea.

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