Jorge Freire
Los extrañados
Libros del Asteroide
224 páginas
POR EVA CRUZ

El último libro de Jorge Freire, Los extrañados (Libros del Asteroide) está compuesto por cuatro biografías breves de escritores que se vieron expulsados del favor de su público natural, o quizá de la posición que les correspondía en el orden literario nacional, desplazados de su tiempo y de sus filiaciones originarias. Autores que se vieron, a partir de un punto determinado de sus vidas, fuera de sitio, desencajados y solos, por fuera de la valla del jardín de la alegría.

P.G. Wodehouse, el escritor británico autor de la saga humorística protagonizada por el mayordomo Jeeves y su mentecato señorito, Wooster, aceptó colaborar con la radio nazi en plena Segunda Guerra Mundial, lo que le cerró las puertas de su país para siempre, aunque sus libros encapsularan, también para siempre, una cierta quintaesencia de lo inglés.

José Bergamín, longevo poeta de la Generación del 27, católico de buena familia, taurino y furiosamente republicano, volvió a España después de dos exilios y se revolvió contra la democracia del 78 por repugnancia ante el regreso de los borbones. Mirando alrededor sin reconocerse en la nueva España, escogió afiliarse con el independentismo vasco cuando el terrorismo etarra transitaba los años de plomo, y en esa esquina moral se murió.

Vicente Blasco Ibáñez, el autor español más vendido de todos los tiempos, una estrella internacional de la escritura y una bomba pirotécnica de la vida, vivió en un desasosiego constante de tentaciones violentas y grandes zancadas: parlamentario rabioso, duelista temerario, autor de novelas largas y desmañadas que se leen con pasión en todo el mundo, líder de aventuras agrícolas en territorios inexplorados… Y siempre reconcomido porque el mundo literario de su país no le entiende, le desprecia y le teme. Él, que ha definido el ser valenciano en Cañas y barro, termina construyéndose en Francia su pequeña Valencia, un jardín de melancolía.

La escritora a quien Freire dedica el último capítulo es Edith Wharton, una autora en la que él es especialista: lo primero que publicó es la biografía Edith Wharton: una mujer rebelde en la edad de la inocencia, en Alrevés fue 2015. Wharton, que definió para la posteridad a la aristocracia neoyorkina y sus estrictas normas de resignación matrimonial, terminó su vida en París y divorciada, tanto de su marido como de su tiempo, sola y presa de su propio carácter indomable.

En los términos en los que Jorge Freire narra estas cuatro vidas, en las escenas que selecciona, Wharton se parece más a Bergamín y a Blasco Ibáñez que a Wodehouse, que a su vez destaca entre los demás porque el error de su vida, lo que lo extraña, se encuentra menos en las turbulencias de su carácter y más en los desafíos del mundo. A Wodehouse, maestro sublime de la comedia de situación, la realidad le arrincona en un lugar imposible; su cobardía ante un horror tan inhumano no es más que supervivencia. Un personaje dulce intenta contar un chiste que cae mal: su historia resulta particularmente conmovedora y destaca también por eso entre las demás.

En cualquier caso, son cuatro vidas apasionantes, intempestivas, enlazadas por un sentimiento, este del extrañamiento, que, si bien interpela a cualquier escritor (quien escribe desde la plena identificación con la realidad no escribe nada), al funcionar aquí también como enturbiador de triunfos, deja entrever una preocupación por el canon y el éxito que sin duda anidaba también en la ambición literaria y social de los cuatro protagonistas.

Ahora. Si hablamos de extrañamiento, hay un elemento destacadísimo de este libro que lo produce en grado superlativo. Si a Jorge Freire le dan a elegir entre escribir «cercano» y escribir «propincuo», elige propincuo. En un libro de apenas 200 páginas, por un escritor nacido en el año 1985, hay un despliegue léxico que hubiera dejado perplejo a Nebrija. Un personaje no se afana, «azacanea», no deambula o camina de un lado a otro, sino que «celeminea», un roble hunde sus «rizomas y atanores» en la tierra. Cenobios, vinchucas, cangilones, huesa, solanesca, biso, pecíolo, dicacidad, endrino, gansarón o remusguillo son palabras que esta reseñista puede ya identificar en su tesauro particular como entradas post Freire. Y este alarde semántico se aliña con cierta tendencia a plantear copulativas de arranque de párrafo al revés («resonantísimo fue el éxito de Wodehouse»; «intranquila es la noche que le espera») y a encadenar imágenes (la ciruela que cae del árbol, la naranja que rueda por Valencia, el pájaro raro que anida en soledad) hasta más allá del límite de su propia funcionalidad.

Todos estos elementos de la prosa de Los extrañados conducen a una pregunta: ¿Por qué nos extrañas, Jorge Freire? Estamos contigo, creemos en tu libro y en tus personajes, creemos incluso en la mayoría de tus frases.

Estamos dentro, no nos eches.