Tomás González
La luz difícil
Sexto Piso, 2023
152 páginas
POR FRAN G. MATUTE

Bienvenido sea, por atrevido, este último rescate (ahora en España) de La luz difícil (2011), escrita por el novelista de culto Tomás González (Medellín, 1950), suerte de clásico silencioso publicado en los últimos años en diferentes editoriales y mercados latinoamericanos, recopilando siempre críticas entusiastas entre no pocos lectores avezados. De «obra maestra tranquila» la calificó en su día su compatriota Juan Gabriel Vásquez, quedándole grande la etiqueta de «obra maestra» pero resultando muy acertado el calificativo de «tranquila», pues así se muestra la prosa del colombiano, afilada, precisa y serena, desestilizada a su manera. De ella se vale, de hecho, para sumergirnos, lentamente, en la intrahistoria de un duelo mortuorio que se vive con intensidad con anterioridad incluso al hecho último de la muerte. La luz difícil es así sobre todo una novela sobre la incertidumbre de la existencia más que sobre los procesos de asunción de nuestra naturaleza finita, pues en el fondo es un texto con vocación vitalista nacido a raíz de la observación del dolor ajeno, de un dolor inmenso sufrido además sin solución por el hijo del narrador, de quien poco se dice en verdad, pues el discurso queda preso en el ensimismamiento doliente del protagonista.

Recuerda así La luz difícil, quizás de forma un tanto extraña (no lo niego), a Esta salvaje oscuridad (1996), las arrebatadoras últimas memorias del escritor norteamericano Harold Brodkey. Y si señalo lo extraño de la comparación no es ya tanto porque la primera sea una obra de ficción y la segunda no (pues en ambas puede uno encontrar el mismo grado de «verdad»), si no porque González decide en su novela poner el foco en el sufrimiento de un tercero que ve morir a un ser querido mientras que Brodkey ponía el foco en su propia decadencia. Pero en ambos casos es fácil destacar la humanidad que supuran sus páginas, la profundidad y sensibilidad de los pensamientos y reflexiones que pululan por el texto, la ternura y belleza de muchos de sus párrafos, unido todo a un discurso cercano y cultivado a partes iguales (el protagonista de La luz difícil es pintor y en la pintura se refugia constantemente para dar sentido a su presente), lo que convierte a esta novela en una especie de tratado sentimental sobre la espera, sobre la supervivencia anímica, basado en la memoria y los afectos, como también lo fuera, con sus particularidades, el citado texto de Brodkey.

Esta comparativa nos lleva también a tener que reconocer que la novela de González poco debe a la tradición latinoamericana. La luz difícil transcurre parte en La Mesa pero sobre todo lo hace en Nueva York, antes y después del 11-S, pues aunque escrita en primera persona, el volumen incorpora dos historias que se alternan en el tiempo, una narrada durante el periodo de duelo y otra muchos años después, con el protagonista ya anciano, retirado, casi ciego, fuera de sitio, cuidado por una asistente, con quien trata de poner en orden precisamente lo ocurrido en el pasado. Esta segunda línea narrativa carece no obstante de fuerza. La alternancia de párrafos entre el pasado y este presente llamémoslo crepuscular, normalmente dentro incluso de la misma página, dota en cualquier caso a la novela de un ritmo especial. En un momento dado, el protagonista afirma: «Yo no sé nada, tú no sabes nada, nadie sabe nada. El mundo es solo cadencia y forma». Y sobre esta premisa parece sostenerse toda la propuesta, que a lo largo de su lectura depara, justo es reconocerlo, importantes dosis de intensidad. Este ritmo, no obstante, se pierde ligeramente en los últimos compases. Y aunque estemos ante una novela en la que el final no importa (pues el sentido último de este, digamos, se desvela ya en la primera página), lo cierto es que González estropea el clímax de su historia, entre otras, al darle excesivo protagonismo a un altercado sin trascendencia, como es el vivido por la cuidadora del anciano con su marido. La novela hasta entonces apenas había levantado la voz, de ahí que choque tanto esta pequeña pero desconcertante decisión.

La luz difícil debería verse en cualquier caso como un texto coherente en sus estéticas y pretensiones, repleto de humanidad, por más que esta suene impostada en ocasiones o se vea, a veces, embellecida en pos de una artificiosa sentimentalidad. En sus páginas «tranquilas» muchos lectores encontrarán, no obstante, hallazgos líricos y narrativos en esto de escribir sotto voce.