POR PACO CERDÀ

Andar. Los cinco sentidos del periodista son estar, ver, oír, compartir y pensar. La frase de Kapuscinski suena rotunda y reverbera. Creo que esos cinco sentidos se condensan en una sola acción: andar. Andar. Cuanto más lento, mejor para la crónica. Andar como un «cansasuelos». Me gusta esa expresión de Ander Izagirre. La usó para definir un curioso viaje a pie: seis días caminando por los Apeninos en busca de una crónica salida de la nada. «Cansasuelos». Cansar los suelos de tanto pisarlos. Suelos de tierra, suelos de papel. Cansarlos, agotarlos. Es la primera obligación del cronista. La base de su juramento hipocrático.

Bohemios. Todo parece nuevo. Casi nada lo es. Cronistas bohemios es un libro necesario –escrito por el periodista, profesor e investigador Miguel Ángel del Arco-que ha hallado el eslabón perdido de la cadena. Esa que va del género omnímodo de la opinión hasta el esplendor actual del periodismo narrativo. El eslabón son aquellos pioneros de la crónica en España, de alrededor de 1900, que la Historia envolvió como el pescado en papel de periódico y que luego acabó echando al cubo del olvido. Alejandro Sawa, Luis Bonafoux, Joaquín Dicenta, Antonio Palomero, Pedro Barrantes. Eran la Gente Nueva. Nueva en enfoques, en arrojo, en estilo, en mirada social. Vivían de noche, dormían de día. Qué gozo releer, 118 años después, la serie de artículos sobre los mineros de Linares que firmó Joaquín Dicenta en El liberal. Subrayo una frase: Las bestias, hacinadas en el entrepuente de los barcos, tienen mejor acomodo y más holgura que los mineros en sus domicilios. Ayer, hoy. Cosas Viejas.

Contar. Dice –dice-Martín Caparrós: Nuestra herramienta central es la escritura. Un buen texto periodístico puede estar hecho de megagigas de conocimientos previos, horas y horas de búsquedas y charlas, descubrimientos increíbles, esperas infinitas, análisis sesudísimos, revelaciones súbitas, pero nada de eso sirve para nada si no está bien contado. Y dice bien. Si no hay historia, no hay crónica. Si no hay estilo, tampoco. 

Distinguirse. La voz, el estilo, la paleta de temas. Distinguirse es obligatorio para el cronista. Evitar la caricatura, también. Las variaciones goldberg funcionan en música. También en pintura y escultura. En literatura empachan.

Editoriales. El hogar de la crónica ha ido mudando de dirección. Primero fueron los diarios. Luego, sus suplementos. A continuación, las revistas. Hoy son las editoriales. Los libros: esa es ahora la casa de la crónica en el ámbito hispanoamericano. Hay un boom de libros periodísticos. Muchas editoriales publican este género de moda y prestigio. Tiradas cortas, ventas exiguas; sobrerrepresentación mediática, admitámoslo. Recuerda un poco al boom del tulipán en el siglo XVII. La pasión europea por las flores –símbolo de ostentación y pujanza-derivó en los Países Bajos en una loca burbuja económica que centuplicó el valor de los tulipanes en solo cuatro años. Leo en internet que la locura fue tal que, en 1635, un bulbo de tulipán Semper Augustus llegó a canjearse por una lujosa mansión en el centro de Ámsterdam. El castillo de naipes se derrumbó. Fue la primera gran crisis financiera. La economía del país quebró.

Ficción. El pecado mortal.

Gabo. Su libro es inolvidable. Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre. Gabo no estuvo ni vio, pero sí que oyó y compartió y pensó. Veinte sesiones de entrevista al náufrago Velasco –120 horas de escucha, de preguntas y repreguntas-fueron las necesarias para acabar descubriendo que no fue una tormenta la que derribó a los ocho marineros del Caldas y lo dejó a él, solo, diez días, en alta mar. Fueron unas cajas de contrabando y un golpe de viento lo que derribó la embarcación. Y ese ingrediente –un descubrimiento, un hallazgo, una noticia: la esencia misma del periodismo-es el ingrediente indispensable para una gran crónica. Siempre debería recordarse: la crónica no es literatura. Es literatura y algo más.

Emilia Pardo Bazán, Sofía Casanova, Carmen Eva Nelken, Margarita Nelken, Carmen de Burgos, Josefina Carabias. Grandes firmas, grandes olvidadas de la crónica pionera

Historia. La tienes o no; no hay gama de grises en esta cuestión. Patricia Nieto la tuvo. En Puerto Berrío, un pueblo al este de Medellín, sus habitantes adoptan los cadáveres sin nombre que bajan por el río y que Pacho el sepulturero acaba enterrando en el cementerio local. Los entierra en un nicho rotulado con las siglas NN. Son los nomina nescio: los sin nombre. Guerrilleros y víctimas sin nombre del conflicto colombiano. Los vivos de Puerto Berrío los adoptan, les ponen un nombre y su propio apellido, y los convierten en una deidad con poderes sobrenaturales para lo bueno y para lo malo. Para pedir suerte, para clamar venganza. Esta es la historia que la cronista colombiana relata en su libro Los escogidos (La Caja Books). Página 53: Los que yacen aquí se salvaron de deshacerse como panes serenados al agua. Detuvieron su marcha de cadáveres errantes cuando encallaron en las raíces de los árboles que se extienden hacia el lecho del río o quedaron atrapados como peces prehistóricos en las redes de un humilde chinchorro. Encontraron cama de cemento donde perder las últimas carnes y secar sus huesos hasta dejarlos como astas ocres. Y hallaron dolientes, uno para cada uno por lo menos. Gente que espera con ansias la llegada al puerto de un ene ene con quien perderse en un viaje de palabras hasta la infancia remota donde siguen vivos los grandes amores y las penas duelen todavía. Esto, así, escribe Patricia Nieto. Para qué teorizar sobre la crónica. Con este párrafo basta.

Influencias. La escuela del New Yorker. También la de Rolling Stone. Gay Talese, Hunter S. Thmpson, Joan Didion, Tom Wolfe, Truman Capote, Gail Sheeby, A. J. Liebling, Norman Mailer. ¿Nuevo Periodismo? Los debates conceptuales pertenecen al ámbito académico. Que sigan ahí. Aquí lo único importante es leer El secreto de Joe Gould, o las impresionantes piezas recogidas en La fabulosa taberna de McSorley. El trabajo de Joseph Mitchell –padre nuestro que estás en los cielos-irradia lo mejor de la crónica como género periodístico y literario. Solo alguien extraordinario puede escribir algo así y luego pasarse 32 años –32-acudiendo cada día a su despacho en el New Yorker sin publicar ni un artículo más. Posdata: Tengo entre manos la biografía del mejor reportero, y el más misterioso, que ha tenido jamás la ciudad de Nueva York: L’homme aux portraits: Une vie de Joseph Mitchell. Altas expectativas.

Jefe. En un periódico, el enemigo de la crónica larga, cuidada, arriesgada. Eso es lo que da que pensar.

Kilómetros. Fueron 2.500 kilómetros de viaje invernal por la España más despoblada: una mancha geográfica con más de mil pueblos diminutos y casi deshabitados. En su interior solo viven siete habitantes por kilómetro cuadrado. No hay un lugar tan despoblado en toda Europa. Un mundo arrastrado al borde del abismo tras haber sido anegado por la inclemente lluvia amarilla que derraman el paso del tiempo y el abandono. Todo comenzó en Arroyo Cerezo, una aldea valenciana de diez habitantes y cuarenta y dos farolas led. Todo comenzó en las manos grandes, duras, encalladas y con anchas uñas de Josefina. En la choza sin agua corriente y con una bombilla opacada por el tiempo de Vicente. El resultado fue Los últimos. La lección: mira cerca de ti, mira con el alma.

Leila. Es su voz, pero no solo. Es su mirada, pero no solo. Su mayor proeza es despertar el interés –más: la necesidad de adentrarse-en la vida de un pianista desconocido o en los secretos de una competición de baile folklórico en el interior de Argentina. El pianista es Bruno Gelber. La danza, el Malambo. En algún sitio leí que Leila Guerriero cuenta la más difícil de las épicas: la épica del hombre común. Sus trabajos –orfebrería periodística-son la prueba de que no hay temas mayores ni temas menores. Hay crónicas mayores y crónicas menores. Elena Poniatowska, Alma Guillermoprieto, Leila Guerriero. Cronistas mayores.

Mujeres. Emilia Pardo Bazán, Sofía Casanova, Carmen Eva Nelken, Margarita Nelken, Carmen de Burgos, Josefina Carabias. Grandes firmas, grandes olvidadas de la crónica pionera. Subrayo un caso de periodismo infiltrado a lo Günter Wallraff ocho años antes de que naciera Günter Wallraff. En el invierno del 34, Magda Donato publicó en el diario Ahora una larga crónica de seis páginas desde el interior de los comedores sociales. Es un gran reportaje de miseria y clases de pobres. De solidaridades cruzadas. De resistencias morales. Escribe Magda Donato: Sin duda, uno de los más imperdonables estragos que realiza la miseria en el alma humana consiste en llevarla al hábito de la humillación voluntaria. Aun sin interés inmediato, el que necesita tiende a descubrir y aun a acentuar su necesidad. Pero esto es solamente ante los extraños, es decir ante los que pudiéramos llamar «los otros»; y de este rebajamiento se desquita magníficamente con los «suyos», ante quienes recobra, tendiendo incluso a la jactancia, toda su dignidad.