Ismael Ramos
La parte fácil
Las Afueras
184 páginas
POR CARMEN G. DE LA CUEVA

Hay un poema de Ismael Ramos (Mazaricos, A Coruña, 1994) que parece contener entre sus versos todo el significado de los cuentos de La parte fácil (Las afueras, 2023, traducida por el propio autor), el primer acercamiento de Ramos a la narrativa. El poema se llama «La muerte son los hijos» y dice: «El poema es el poema de los padres. / La herida es la herida de los padres. / La herida de los hombres. / Las cicatrices también. / Las cicatrices son uno de los frutos de la herida. / Los hijos somos cicatrices». Me quedo royendo este último verso como si fuera el hueso de una fruta, quiero arrancarle toda la carne: «Los hijos somos cicatrices».

Hay en estos ocho cuentos muchos hijos e hijas, padres ausentes, madres muertas, hay extrañeza ante la vida, y muchísima soledad. La familia como el terrible universo donde se guarda y arrastra el dolor. Todos los hijos de estos cuentos están solos, han perdido a alguien o se han perdido a sí mismos y viven como pueden o como saben entre el desencanto postadolescente y la llegada a la vida adulta. Los amigos y los hermanos son, en este caso, el único lugar posible para la ternura y la compañía, aunque los momentos incómodos, las conversaciones torpes y la ausencia de cierta capacidad para poder expresar lo que se siente, son lo que empuja a sus protagonistas a la extrañeza. Hay una precariedad que no es solo económica, sino emocional, es fácil que la desidia y el desencanto de sus personajes se pegue a una como la bruma marítima se pega a la piel, pero una lee y se deja llevar frase a frase, página a página porque la prosa de Ramos es muy bella y está muy cuidada, hermanada con su poesía en el uso de las imágenes. Por eso en «Una trampa para conejos» una hija sueña con su madre muerta y los dedos que reposan entrelazados sobre su vientre dentro del ataúd no son simplemente dedos, sino que son «como zanahorias o algo más desagradable. Más deforme. Como patatas, como raíces de jengibre» y en «Rubia delgada», la protagonista ve a través de las cristaleras del salón la pinaza recortada contra la oscuridad y siente que es «una piel excitada».

En «Algo peor», uno de mis favoritos, las imágenes se suceden una tras otra mientras Clara, cuya madre murió tras sufrir un aneurisma en la cocina, justo delante de ella, intenta atravesar el duelo por la muerte de su novio en un accidente de coche en el que viajaban los dos, y el duelo también por la mujer que fue, episodios antes los que su psicóloga no utiliza palabras sencillas, lugares comunes, sino que habla de que de su cuerpo cuelga «la cáscara vacía de lo que algún día fuisteis». Y cuando Clara mira su café, hay una «isla diminuta de espuma que gira en el centro de la taza». Y cuando su prima Mónica, embarazada, va a verla a la casa de la playa donde ella se ha retirado, y se queda dormida en el sofá, Clara la observa y ve su enorme y abultado vientre y piensa que cuando el bebé salga, se producirá un estallido y será «como abrir una mandarina con los dedos, pelarla».

Ismael Ramos parece escribir a partir de imágenes, hermosas y muy poéticas, como si los cuentos estuvieran sostenidos en ellas, imágenes que son como destellos, partículas eléctricas en torno a las que flota el resto de la historia. Y en esas imágenes están contenidos los detalles y los espacios donde todo sucede, o donde, precisamente, no pasa nada: lo invisible, lo extraño, lo marginal. A Ramos hay que leerle con tiempo y calma, línea a línea como verso a verso, si una se distrae, corre el riesgo de perderse algún detalle, las farolas que desprenden «una luz cansada, como manchada de tierra», o los hermanos que se meten en las aguas frías de un embalse en ropa interior no por «miedo a que otros los vean, sino a verse entre ellos. No se conocen tanto». Los personajes hablan poco, nunca encuentran las palabras precisas, hablan con silencios, pero miran el entorno con muchísima atención, Ramos les presta sus ojos de poeta. En «Parábola de la tormenta», su protagonista mira un par de palomas que caminan por una plaza y se pregunta acerca del misterio que lleva a los pájaros a «caminar —incluso correr— parte del día».

«¿Cómo consiguen salir adelante? Tanta gente triste. ¿Cómo consiguen los autores de algunos libros que sus personajes no lloren cada dos páginas?», se pregunta Elisa en el último cuento, «La parte fácil», que da título al conjunto, como si se tratara de una pregunta retórica que el autor lleva intentando responder a lo largo de todas estas páginas. Tantos personajes tristes, tantos hijos como cicatrices.