Aura García-Junco
Dios fulmine a la que escriba sobre mí
Sexto Piso
216 páginas
Hay unos versos de la poeta norteamericana Sharon Olds que me vinieron a la cabeza mientras leía Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2024), la última obra de la escritora Aura García-Junco (Ciudad de México, 1988), los versos están dentro de un poema sobre su padre, sobre la muerte de su padre, al que Olds le dedicó un libro entero, como García-Junco. El poema al que me refiero se llama «Los cigarros»: «Y todavía,/», escribe Olds, «cada vez que veo un cigarro, siento / la urgencia de dárselo. Él amaba / pelar la piel sonora, / sentir ese cuerpo ligero enrollado a mano, / morder la punta, sostener el fósforo / en el extremo opuesto y chupar». Y sigue así: «Era / su única canción, esa calada / era esa canción o ninguna. Y después, / por un momento alrededor de su boca, / una nube, azul como lo blanco / de los ojos de un recién nacido, / el alma con que había nacido». El padre de Sharon Olds murió de cáncer en el hospital, ella lo cuidó hasta el final, lo vio morir, escribió un libro entero, poema a poema, desmigajando, verso a verso, no tanto la vida de su padre como su muerte. Pensaba en los cigarrillos del padre de Olds, en sus caladas, en esa nube azul en torno a su boca mientras leía a García-Junco hablar sobre las páginas amarillas de los libros de su padre, las páginas macilentas por el humo y la nicotina de los cigarrillos que, entre otras cosas, llevaron a su padre a una muerte distinta, más veloz, más fulminante, muerte igualmente, en 2019. Hay maneras, mil maneras de escribir sobre el padre, es todo un subgénero literario que, personalmente, me apasiona porque intentar entender al padre es como intentar sostener entre los dedos unos granitos de arena. ¿Quién puede atraparlos? ¿Cómo se puede llegar a conocer del todo a un padre? ¿Detrás de cuántas máscaras —máscara sobre máscara puestas sobre el rostro para soportar la vida— se puede esconder un padre?
Más que de ninguna otra obra literaria sobre el padre, más que de Karl Ove Knausgård o de Héctor Abad Faciolince o de Richard Ford o de Philip Roth o de Marcos Giralt Torrente —todos hombres, por cierto—, pensé, nada más empezar a leer a García-Junco, en un libro que leí hace más de una década, un libro que conservo en mi biblioteca como una rareza, descatalogado ya: Correr el tupido velo de Pilar Donoso. Este libro es un retrato honesto y durísimo de un padre que la hija escribió partiendo de las decenas de diarios que él sostuvo durante toda su vida. Su padre fue el escritor chileno José Donoso y en el libro ella confrontó lo que su memoria guardaba de él, de todas sus máscaras, para intentar componer un retrato, su retrato como hija. En una de las páginas lo explica así: «Al conocer otra de sus máscaras, una de las más ocultas, lo vi más humano, más terrenal ante mis ojos de hija, de manera que simplemente comprendí o quizás también preferí “correr el tupido velo”».
Pilar Donoso tardó diez años en escribir sobre su padre, Aura García-Junco empezó este libro justo un año después de la muerte de su padre y lo escribió, según ha confesado, como una posesa. Y quizá eso se nota, sobre todo, al principio. Su padre fue Juan Manuel García-Junco, conocido en la escena contracultural de la Ciudad de México como H. Pascal, escritor, tallerista, creador del fanzine Goliardos, hombre de letras, fumador y lector empedernido, divorciado, padre de dos hijos. Después de morir, lo que le quedó a la hija fueron los libreros y los miles de libros del padre. Y ella, entregada a la tristeza, a la melancolía, al ejercicio detectivesco y autobiográfico de conocer quién fue su padre más allá de su padre, comienza a explorar como una bibliófila desesperada los ejemplares de la biblioteca paterna. «¿Cómo acercarme a él? Los recuerdos son aire doloroso. Cada vez que intento acceder a ellos, se me escapan. Solo me quedan los objetos que, sin querer, me heredó». La hija y el hijo entran en la casa del padre, catalogan las pertenencias del muerto, aquí una piensa en Paul Auster y en La invención de la soledad, referencia que cita la propia García-Junco, y también en La muerte del padre de Knausgård, en lidiar con lo tangible, lo físico, los objetos del muerto, los fantasmas de su vida que llegan a ser todas sus pertenencias. Es este un libro inteligente, erudito, lleno de referencias, al principio, demasiadas desde mi punto de vista. Se intuye cierto miedo, inseguridad a la hora de explorar la pérdida desde la propia vulnerabilidad, desde la emoción, como si la autora de tan dolida, de tan rota por la muerte del padre, escribiera con los dedos entumecidos, apuntando una referencia tras otra para borrar el lugar de intimidad de la página, escondida ella, su cuerpo, su dolor, bajo la mole libresca. Y por eso, precisamente, la primera mitad de este libro se me hizo agotadora, las referencias me parecían una mera interrupción para contar lo importante, no solo quién era ese padre, sino quién era esa hija que lo buscaba.
Hay un momento muy lúcido, casi fulgurante, cuando la hija hace el necesario ejercicio de ver a su padre como hombre, como sujeto de deseo, todo esto contextualizado en la era post MeToo: «Mujeres fatales por todas partes, como si fuera un espejismo. Cuando mi papá estaba vivo, yo tenía dos grandes miedos. El primero, del que hablaré después, se terminó con su muerte. El segundo me sigue revolviendo las tripas, todavía sobrevuela su cadáver de polvo. Nosotras. Mi papá y nosotras (…) A veces fantaseo con hablar de esto con otras escritoras, con pedirles que muestren algo de su relación con sus padres. Quiero saber qué piensan, si los conflictos de género también los sienten en el vientre y en la tráquea. Verlas de frente y preguntar con el corazón en la boca del cuello». Y entonces, como si quisiera quitar todas las máscaras posibles, arrancarlas de golpe, quedarse desnuda, lanza unas preguntas al aire, preguntas que van dirigidas a las lectoras, a las escritoras de su generación pero, sobre todo, a ella misma, preguntas retóricas: «¿Qué sienten cuando, si es que, ven a su papá tirar una mirada indiscreta a una mujer muy joven? ¿A ustedes también les ha hecho un comentario sobre su cuerpo que ha dejado una marca? ¿Ustedes también temen verlo salir un día cualquier en un escrache de red social? ¿Cómo logran el balance entre entender y no excusar? ¿Han llorado ante el miedo de que no se cuide porque es un hombre tan hombre que no necesita de un doctor? ¿Alguna vez han deseado no tener padre? ¿Su papá se acordaba de su cumpleaños cuando eran niñas? ¿Les resultaba complejo amarlo? La vergüenza es demasiada», concluye la autora explorando desde la duda esa masculinidad que arrastran los padres de varias generaciones y que condiciona los afectos y los vínculos.
Se van cayendo también las máscaras de la autora para dejar paso a una escritura menos híbrida, más honesta y frágil, ya no tan temerosa de exponer las vulnerabilidades de la relación compleja y difícil que mantuvo con su padre. Reconozco la voluntad de construir algo que trascienda la anécdota, la vivencia personal, una escritura universal sobre el padre. «¿Qué hago con este hombre que tanto se dedicó a dinamitarse?», se pregunta, «¿Qué hago con esto que siento y qué hago con las culpas que nuestra relación me genera aun ahora?».
Dios fulmine a la que escriba sobre mí es un libro imperfecto, personalísimo, un viaje de exploración en torno a las sombras del padre. Hay también lugar para la elipsis, la madre es la gran elipsis de esta historia. Quizá tenga sentido que sea así, lo pienso justo cuando llego al final de sus páginas, pienso de nuevo en Pilar Donoso, me resulta inevitable la comparación cuando dice al comienzo de Correr un tupido velo: «Voy a tratar de contar esa historia —que es la mía en relación a él, finalmente— sin pretender un análisis literario de su obra, ni menos uno psicológico de su compleja personalidad. Será, más bien, la visión de una hija-niña, hija-adolescente, hija-mujer que lo acompañó, lo admiró, lo amó y lo odió. De modo que no esperen objetividad alguna; son los recuerdos de ese fantasma que me persiguen y me perseguirán por siempre». Y así, H. Pascal o Juan Manuel García-Junco, el papá de Aura, la escritora, quedará aquí, escondido entre una vaharada azul, mitad hombre, mitad fantasma, todavía un enigma, una biblioteca infinita con olor a humo de cigarrillo.