Justo Navarro
DumDum, estudio de grabación
Anagrama, 2024
176 páginas
POR FRAN G. MATUTE

Novela sin duda atípica este DumDum, estudio de grabación incluso dentro de la ya atípica de por sí novelística de Justo Navarro (Granada, 1953), por más que se trate de una propuesta en línea con los tiempos que corren, reivindicadores de lo distópico desde lo literario, también en castellano, cómo no, y pienso en ello, sobre todo, en dos novelas recientes escritas por otros dos escritores españoles de renombre: Rendición (Alfaguara, 2017), de Ray Loriga; y Persianas metálicas que bajan de golpe (Anagrama, 2023), de Marta Sanz. Lo que comparte la novela de Navarro con estos textos es mucho, creo, no ya en cuestiones de trama, ni siquiera en términos de propuesta narrativa, sino en el empeño de la construcción estética, desde la pura palabra, de un futuro no lejano, siempre con la alargada sombra metafórica de las redes sociales y la telefonía inteligente mediante, esto es, bajo el yugo de la hiperconexión tecnológica que padecemos en nuestros días. Ahora bien, mientras en las novelas de Loriga y Sanz podía uno encontrar un cierto programa crítico contra dicha realidad, cada vez menos distópica, lo cierto es que a Navarro parece importarle poco ese aspecto combativo, que percibimos de fondo, sí, pero de manera casi inevitable (quizás un poco más evidente al final…), mientras nos dejamos llevar por la maravilla poético-ambiental que consigue levantar en las pocas pero densas, ajustadas y muy intensas páginas que componen su última y excepcional novela.

De DumDum, estudio de grabación (qué gran título, por cierto) resulta particularmente destacable la serenidad de la prosa sosegada que gasta Navarro durante todo el metraje, creando un importante juego musical a partir de una arriesgada pero exitosa aliteración pseudo-robótica que impone al habla de sus personajes. El mundo que crea Navarro para su novela es un mundo deprimente, todo sea dicho, obsesionado con el control y la limpieza, la armonía y la higiene (más moral que sanitaria), donde el pasado (digamos que nuestro presente) y las cosas que lo recuerdan son tratados como basura que debe ser eliminada o mantenida al menos fuera del alcance del grueso de la población. Solo en los márgenes de la ciudad (una Granada tuneada para la ocasión, una Granada interconectada en verdad con todo el mundo…), ya en forma de detritus, pueden encontrarse estos vestigios de otro tiempo, o si no a modo de museos de nostalgia involuntaria en sótanos de coleccionistas o antros underground (qué hermoso cántico a la verdad es el Hipódromo subterráneo). La única forma de huir de la realidad profiláctica que se trata de imponer es conectándose con la «suciedad» de antaño, llena de vida, a través de una droga mental creada a partir de experiencias y sonidos, de sueños y ruidos en definitiva, enlatados para el consumo por un productor de música bioelectrónica reconvertido en dealer de una selecta clientela evasiva, perseguido a su vez por una entidad supranacional con intereses oscuros. El mundo ficcional de Navarro se apoya así también en un imaginario lisérgico, de diseño químico y electrónico, de ahí que muchos de sus personajes asuman diversos nombres y personalidades, pudiendo ser uno o varios a la vez, o varios en el tiempo, gracias a los borrados de memoria o a la superposición de nuevos injertos vivenciales. Las estéticas del cómic más filosófico se combinan aquí a la perfección con las más terroríficas del noir cósmico, y si no lean los pasajes dedicados a la Costra, angustioso e inmundo pasadizo laberíntico de cuyas paredes emergen brazos aplastadores.

La querencia de Navarro por la cultura popular no es nueva (y ahí está el guiño, para quien lo quiera ver, al ignoto autor de culto Charles Willeford), pero ante la solidez y brillantez de DumDum, estudio de grabación quizás sea necesario replantearnos toda su narrativa. Pareciera que el granadino esté construyendo con ella, poco a poco, título a título, una suerte de renovación de la literatura de género en español, con especial énfasis puesto en la novela negra, claro está. Brío desde luego no le falta, pues, qué duda cabe, a estas alturas, de que estamos ante el escritor más joven y desprejuiciado que hay ahora mismo en lengua hispana.