Ece Temelkuran
Cómo perder un país. Los siete pasos que van de la democracia a la dictadura
Traducción de Francisco José Ramos Mena
Anagrama, Barcelona, 2019
264 páginas, 18.90 € (ebook 9.90 €)
Ece Temelkuran es una periodista y novelista turca nacida en 1973 en Esmirna. Desde 2014 vive fuera de su país, donde se han prohibido sus artículos, sin duda críticos con la política del presidente Erdogan. Cómo perder un país es un libro que cuenta los aspectos que hacen que una democracia pueda convertirse en una dictadura. Hay un paso obvio: el golpe de estado, que no considera, por obvio. Pero Temelkuran ha querido reflexionar y contar peligros más profundos, aquellos con los que convivimos sin darnos cuenta de su naturaleza, o a los que cedemos porque no les otorgamos la fuerza para desestabilizar o pervertir una democracia. Una aclaración sobre el título que me parece necesaria antes de continuar. No dice cómo se pierde un país, sino como uno lo pierde. Naturalmente, un país se pierde, desde la perspectiva de la dignidad y la democracia, cuando los poderes obligan a sus ciudadanos a perderlo, y lo hace porque esos ciudadanos ejercen la libertad, de expresión, por ejemplo, como es este caso o el de tantos periodistas turcos que también perdieron su país o están presos dentro de él. Se dice, y no sin datos, que Turquía es la cárcel del periodismo. Temelkuran es una mujer fuerte, vivaz, que escribe con una prosa suelta y al mismo tiempo capaz de una intensidad impactante. Su periodismo, al menos el de este libro, que es el único que conozco suyo, se apoya en lo narrativo, en el testimonio, sin excluir lo autobiográfico. Por otro lado, es una mujer que ha participado en numerosos foros internacionales, en Europa, Estados Unidos e Hispanoamérica. Más: es laica, algo que tiene un valor muy distinto en Turquía y en el mundo árabe que en Europa. Pero debemos decir algo más de esta periodista, y es que sus padres eran progresistas y padecieron el golpe de Estado de 1980. Así que creció en una familia que pertenecía al bando derrotado.
Hay toda una literatura producida en los últimos treinta años que habla, de manera directa o indirecta, de la fragilidad de la democracia, que es precisamente también su fuerte. Muy recientemente, pienso en Garton Ash y Tony Judt, pero tenga en cuenta el lector la tradición liberal en este sentido, desde Raymond Aron e Isaiah Berlin. No son autores que cite Temelkuran, pero también es cierto que su libro no es una obra erudita en ningún sentido, ni en investigación ni en pluralidad de testimonios. Su valor es otro. Veamos si puedo mostrarlo y también señalar sus límites y limitaciones. La autora aclara al lector que con su libro procura enseñarle «cómo detectar las pautas recurrentes del populismo, con el fin de que tal vez así puedan estar más preparados para afrontarlo de lo que lo estábamos nosotros en Turquía». Es decir, apunta a que tengamos las armas políticas para detectar las formas que adopta la mentira, porque así no nos confundiremos a la hora de votar, a la hora de apoyar a este o aquel líder político. Parece evidente que tanto Erdogan (que pasó de ser un mártir de la democracia a «un despiadado líder») como Trump han manejado, cada uno a su manera y en países con una historia social y política muy distinta, las emociones por encima de las ideas, los datos y los hechos. Desde aquí, la autora identifica los siete pasos que un líder populista da para pasar de «ser un personaje ridículo a convertirse en un autócrata seriamente aterrador, mientras corrompe hasta la médula a toda la sociedad de su país». Ahora bien, el populista no necesita siempre ser ridículo para lograr sus metas… En mi país tuvimos a uno de los más logrados populistas del siglo xx, Juan Domingo Perón, y no fue antes ni después un payaso. En Venezuela el paso fue al revés: Chávez pasó de ser un militar poco conocido a golpista (frustrado) y luego, elegido presidente en las urnas, se puso la cara más payasa de América Latina. Temelkuran le dedica unas palabras irónicas, cierto, pero su atención a lo largo del libro es a los populismos de derecha y neoliberales. ¿Por qué? Bueno, no le sobran algunas razones relacionadas con el panorama político internacional: Estados Unidos, Brasil, Inglaterra (Brexit), la señora Le Pen, Austria, Hungría, Polonia, Italia… Y Turquía.
El primer paso es conformar un movimiento, y eso fue lo que en 2002 hizo Erdogan con el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y lo normal es que apele a un pueblo real. Con esa noción de pueblo real no se identifican las élites, sino la inmensa mayoría de personas mediocres, en el sentido de anónimos, parados de larga o corta duración, pobres o encasquillados en unas labores grises, mientras el mundo te dice una y otra vez que puedes lograr lo que quieras. Ese movimiento les dirá que tú no eres el obstáculo, sino que «son ellos los que nos impiden ser grandes», como afirma Temelkuran. Yo he pensado también en los nacionalismos que azotan y asolan mi país de adopción, donde también se señala la singularidad (pueblo real: nacionalista) y un obstáculo al que odiar: los otros. También se exige respeto (Viktor Orbán en el eslogan de su partido en Hungría). Entonces, cuando ese pueblo se identifica con el movimiento político, nos dice la autora, exige políticamente en función de sus creencias, formas de vida, opciones. En Turquía la fabricación del victimismo pasaba por sostener que los oprimidos eran las personas religiosas (humilladas por los líderes laicos del sistema). Segundo paso: Trastocar la lógica y atentar con el lenguaje. Todo esto lleva a la incapacidad de razonar. Si la lógica se somete a las creencias y el lenguaje se pervierte (y no sólo en el Tercer Reich), ¿con quién podemos discutir sin convertirnos en el problema? Esto es algo que estudió, hace ya muchos años, François Revel, sólo que, en su caso, sobre todo analizó la mentira de las izquierdas del siglo xx, apostando por la democracia liberal. Tres: No te avergüences, si la verdad no existe, la inmoralidad «mola». Temelkuran hace alusión en esta moda terrible de la posverdad, no sólo a la falta de creencia en valores empáticos, sino a la desvalorización de la ciencia entendiéndola, desde esta interesada frivolidad, como «un relato entre muchos, sólo una verdad más». Erdogan cree que la teoría de la evolución es algo que no debemos tomarnos demasiado en serio. Verdades alternativas para todo y por lo tanto «normalización de la desvergüenza». Téngase en mente al presidente Boris Johnson, o a Trump arrojando toallitas de papel a las víctimas del huracán en Puerto Rico en 2017. Erdogan y su esposa hicieron cosas parecidas en Turquía. Como correlato de todo esto, surge lo que llama un trol, el individuo que no argumenta, sino que tiene por fin «aterrorizar el espacio de la comunicación con una hostilidad y agresividad sin precedentes». Temelkuran apela a una moralidad laica, buscadora de la verdad, cuya singularidad «exige una brújula moral intacta, con certezas sobre lo que está bien y lo que está mal». Aquí, como en otros puntos, su buena voluntad (me apresuro a decir que es una mujer no exenta de ironía y astucia) choca con un acento algo ingenuo. No creo que nadie tenga una «brújula moral intacta», salvo aquellos que lo han demostrado…, como no hay un espíritu innato libre, salvo el de aquellos de los que hemos constatado que han actuado con libertad. No obstante, sí, hay preámbulos en las constituciones, y es bueno y necesario tener un alto espíritu ético.
Cuatro: Desmantelar los mecanismos judiciales y políticos. De nuevo, no puedo evitarlo, mírese por un momento a las actuaciones del nacionalismo de Oriol Junqueras y de Quim Torras, por tomarlos como epítomes. ¿Por qué Temelkuran no habrá hablado más del peligro del nacionalismo excluyente (casi todos lo son), como aliado del populismo, sea de derecha o de izquierda? Pero observemos sobre todo a Trump y al gobierno conservador en Gran Bretaña, nos dice la autora: ambos ven «el Estado de derecho como un obstáculo a la voluntad del pueblo». Y yo he visto en estos días una pancarta en Barcelona, blandida contra la sentencia a los procesados por sedición, que rezaba: «No hay más ley que el pueblo». Y ya no insisto más en este paralelismo. Y aquí comienzan las buenas conciencias a decir: bueno, no llegará a hacer eso, aquí no. Ésta es una de las frases que serpentean de manera crítica su libro, porque sí llegan a hacerlo, y lo hacen aquí. Cinco: Diseña tu propio ciudadano, es decir, según la ideología del sistema, que el caso de Turquía ha de coincidir con el AKP. Detentando el poder y con las leyes torcidas, la crueldad se convierte en un arma para defender al sistema y el pueblo real ha de cooperar. Por eso pregunta Temelkuran: «¿Cuándo comenzaste a ser tan cruel?». Acusa al neoliberalismo de un vacío ético, de negar la necesidad humana de buscar sentido para vivir. «Un terreno abonado para la invención de causas». Y concluye que «el populismo de derechas proporciona su causa al neoliberalismo». Habría que decir, que esas mismas invenciones de causas estaban ya en las Cruzadas.
Desde la perspectiva turca, es aún más necesario si cabe denunciar la represión de las libertades de las mujeres, su humillación. Y este libro es un libro feminista, que confía en la liberación femenina también como salida al mal democrático. Espero que la igualdad entre hombres y mujeres sea pronto real, pero, viejo escéptico, me temo que hombres y mujeres participemos de los mismos vicios y virtudes políticos. Seis: Deja que se rían ante el horror. Éste es un capítulo que reivindica el carnaval, y aquí sí cita alguna fuente, como el tan traído Bajtin, que, al parecer, tocado por el espíritu carnavalesco, se disfrazó mucho de plagiario. La risa como locura ante el mal, el absurdo. Es un gesto desesperado de quien no puede, de quien no tiene poder, salvo ése: el de la risa, que suele desestabilizar lo establecido, como todo humor, de ahí que se lo persiga. Temelkuran nos cuenta algunos episodios en manifestaciones donde la risa acaba siendo un lazo de unión por encima de la desesperación. Y afirma que Grecia y España «son actualmente los únicos países donde los movimientos de resistencia carnavalesca han logrado establecer su presencia en la escena convencional de la política nacional y son capaces de tener voz y otro en los procesos de toma de decisiones». Pero teme que cedan hacia una «especie de domesticado retroceso hacia las viejas formas de democracia representativa». Esto aparece en la página 234, y lo digo intencionadamente. Bueno, ¿a quiénes se refiere? ¿Podemos, o su versión última, Unidas Podemos, ¿carnavalescos? ¿Errejón, Iglesias? ¿Le parece mejor la democracia asamblearia? ¿En qué país ha visto sus buenos resultados? Concluyamos. Siete: Construye tu propio país. Aquí apela a un espíritu de solidaridad universal, que traspasa los países. Si va a Buenos Aires, son las madres de la Plaza de Mayo (no indaga mucho, claro, si alguna dirigente era defensora de ETA, por ejemplo). Tu país es el país de tu moral y está formado por gente de aquí y allá que luchan por lo mismo. Esto parece decir si no la entiendo mal. No siempre es fácil entenderla, porque a veces Temelkuran se pierde en anécdotas un poco banales cuando debería ser más conceptual y dar más datos (ya dije que las referencias y los datos no es lo propio de este libro). No dudo de que se han creado poderes internacionales muy difíciles de controlar, pero ¿cuál es su verdadera naturaleza e influencia? Hay que analizarla con mucha investigación y datos. Algunos resultados son tan crueles como escandalosos, sin duda, y debemos denunciarlos. Pero también hay que conocerlos bien para saber hasta dónde, cómo, etcétera, con el fin de defender mejor la democracia como institución efectiva. Y aquí aparece de nuevo una Temelkuran (está acabando su libro) que me deja descolocado: «En la parte central del neoliberalismo, con su podrido decorado del Estado-nación y la democracia representativa»… La autora nos invita no sólo a decir sino a actuar. Pero construir nuestra propia palabra no «provendrá del yo, sentado a solas al margen, sino del nosotros, actuando al unísono en el centro de la arena transformándola en un agora global». Entiendo, nadie hace un país solo. Pero ¿por qué al unísono? Su desconfianza de la democracia de partidos, de la democracia liberal, quizás le juega una mala pasada. Cuando las voces globales suenan al unísono, es que tú y yo hemos desaparecido. Así y todo, es un libro que nos enseña sobre los males sin cuento de Turquía y de los populismos, nos alerta ante las máscaras y sus poderes y, en este sentido, nos invita a ver mejor y nos incita a salir al ágora.