Diría, en plan panorámico, que la sexualidad une y tiñe lo demás. Ante todo, por la escisión entre los prototipos de varones —los únicos con cierta complejidad anímica y altura intelectual— y de mujeres, caracterizadas apenas por una imposible virtud. El esquema remite al citado texto de Weininger, cuyas teorías expone la protagonista de Lady Althlyne. Las dos esencias sexuales, llevadas al extremo, dan en ambigüedad de seres con una sexualidad confusa o doble. Y, así, en Famosos impostores aparece la leyenda urbana que hace de Isabel I un varón vestido de mujer y criado como tal, lo inverso de El hombre, donde una mujer es educada y mostrada como un varón. Ya hemos visto al conde Drácula convertido en animal, lo que sucede a una jovencita que una hechicera transforma en serpiente en La guarida del gusano blanco. Ciertos críticos prefieren juzgar a Stoker como misógino por la imagen de inferioridad que caracteriza a sus mujeres, pero su identidad profunda de índole bestial también alcanza a los hombres.
Ciertamente, todo producto estético tiene que ver con los grandes rasgos de una cultura y la que suele adjetivarse de «victoriana» observa una rígida separación de identidades sexuales, alejando a la mujer de los lugares públicos, salvo para ejercer un oficio indecente, y exaltando su virtud principal, ligada a su pasividad sexual. Hallar estos vectores en la literatura, lugar ambiguo por excelencia, es difícil, tanto respecto al código moral como a las connotaciones políticas. Me parece exagerado considerar que Drácula, invadiendo Inglaterra, y la momia rediviva, incordiando a unos correctos británicos, sean símbolos de la venganza ejercida por balcánicos y egipcios contra el imperialismo inglés que los sojuzgó.
Skal ha intentado una biografía de Stoker y se ha limitado a decir que es secreta. Ya Ortega advirtió, respecto a las biografías, que siempre dan con el arcano que es la vida ajena. En este caso, el secreto se debe a la difusión o destrucción de los documentos, lo que obliga al biógrafo a trabajar grandemente con supuestos y resolverlos como un novelista.
Bram fue el tercer hijo de siete y el séptimo hijo de un padre que fue, asimismo, séptimo; según la tradición irlandesa, produce un individuo con poderes sobrenaturales. De todos modos, la pareja parental es muy despareja. El padre es un funcionario cumplidor y anodino, que prevé para Bram lo mismo. En cambio, la madre es una personalidad fuerte y decisoria, afecta a lo sobrenatural, que oye voces de ultratumba y el chirrido de la carreta fantasma que lleva a los muertos hacia donde corresponde. Morirá de eutanasia, octogenaria y lejos de sus hijos.
Por una debilidad motora, el niño pasa inmovilizado en la cama sus primeros años. A menudo, para ahuyentar a las hadas que raptan infantes varones, la madre lo viste de niña. El medio no es estimulante: la pobre Irlanda sufre hambrunas y pestes. En las boticas abundan el láudano y el opio. En la calle hay adictos. Todo es muy gótico y predispone a la literatura de trasgos y apariciones.
Stoker sigue el colegio y el bachillerato, pero no se gradúa hasta la madurez, en que obtiene el título de abogado. Entre tanto, por ganarse el pan, hace periodismo, sobre todo, crítica teatral. Para compensar su infancia debilucha, se dedica a la gimnasia y a correr carreras. Se convierte en un buen mozo alto y esbelto, favorito de las chicas, bailarín, sociable y simpático.
Skal insiste en la homosexualidad de Stoker, aunque pruebas directas no encuentra. Se ve que ha preferido la compañía de los varones: en el colegio, la universidad, el deporte; luego, cuando se marcha de Dublín a Londres para entrar en los medios teatrales, donde la mayoría es masculina. Es un ambiente donde las relaciones gais son secretos a voces. Sus amigos suelen serlo: Oscar Wilde, Hall Caine (un escritor muy popular en su tiempo gracias la novela Drink, con un coqueto castillo en la isla de Man, frecuentada por jóvenes entusiastas), Talcott Williams (que posa desnudo en cuadros igualmente de varones a pelo) y Walt Whitman, al que escribe largas cartas de amor entre líneas que el poeta americano descifra con buen humor. Se verán dos veces, hablarán de temas de actualidad bastante triviales y Stoker le propondrá, mojigato, tachar cien versos homoeróticos de sus poesías completas, lo que el patriarca rechaza de forma tajante. La conducta de Bram al respecto es filistea, pues habrá de dar conferencias denostando la literatura escabrosa de los naturalistas, acaso porque la crítica, aun elogiando su buen hacer narrativo, le haya señalado sus frecuentes escenas indecentes.
En realidad, las mujeres apenas aparecen entre sus amistades. Dos actrices lo tratan, ambas lesbianas: la norteamericana Geneviève Ward, que será su amiga confidente toda la vida, y Charlotte Cushman, afecta a representar personajes travestidos. Stoker se casó con Florence Balcombe, una bella y pequeña jovencita que Burne Jones retrató como andrógino y que fue novia juvenil de Oscar Wilde, testigo de la boda en 1878.
Del matrimonio surge un solo hijo, Noel, que guarda escasos tiernos recuerdos de sus padres. En un ejercicio de natación, Bram lo abandona y él se siente ahogar, quedando traumado de por vida. A su vez, la madre lo confía a una institutriz y un ama de llaves. En un naufragio ambos están a punto de perecer y ella lamentará la pérdida de sus joyas y sus vestidos. Se declarará frígida y romperá el vínculo con Bram, que suele dejar la casa, a veces por años enteros, para seguir al actor Henry Irving. Florence, siempre atormentada por un posible embarazo que altere su avispada silueta, tendrá una crisis religiosa y se volverá devota católica.
En verdad, la pareja de Stoker fue Irving. Estuvo a su servicio treinta años, acompañándolo hasta su decrépita vejez, y escribió un libro de recuerdos donde, a propósito del gran actor, habla de sí mismo. Bram lo vio por primera vez hacer del asesino Eugene Aram y quedó estupefacto. La fascinación se repetiría, siguiéndolo docenas de veces como Mefistófeles en Fausto —de donde quizá tome a Drácula como contratado por el demonio, acaso discípulo infernal en una escuela escondida de los Alpes— y Macbeth. No es difícil que lo exaltase en figuras siniestras y dominantes, porque jugó a su lado de mujer sumisa y diligente, lo que autoriza a Skal a pensar que eran una casta pareja: Stoker era el secretario —redactaba cincuenta cartas diarias a la firma del divo—, agente, control de seguridad en la sala del teatro, encargado de equipajes y decorados, vestuarios y attrezzo, hasta mamporrero de los amores entre Irving y la actriz Ellen Terry, que le dio dos hijos fuera del matrimonio.
Es pensable que Bram hallase en Irving al personaje público nacional que él no pudo ser, en Whitman al desenfadado poeta del amor griego que no fue y en Oscar Wilde, al artista de la vida brillante y maldita que no logró o no se atrevió a intentar. También que en Drácula haya dado con el exutorio de su gran fantasma, un hombre que se alimentaba de su sangre bajo las especies del placer, un fantasma de leyenda arcaica traído al siglo xix. Skal dedica la mayor parte de su libro a la vida de todos ellos y la de Stoker queda achicada en la penumbra. Lo cierto es que murió de tabes, un estadio avanzado de la sífilis en forma de parálisis dorsal. La enfermedad, desde luego, carga con el mayor de sus secretos.
Fe de erratas. En la versión publicada en papel de esta reseña, donde dice «en la segunda mitad del XVIII» debe decir «en la segunda mitad del XIX».[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]