Cuando la mirada se dirige a la hegemonía cultural de Francia, como en La tejedora de coronas, se sigue el modelo europeo del conocimiento, el espejo en el cual quiere verse. En el caso del proceso vital de Genoveva Alcocer, se destaca en un comienzo la travesía por ciudades coloniales de Hispanoamérica que compara con las de su propia tierra y relaciona con los ancestros españoles para a su vez cotejar con los territorios de la Europa ilustrada que procesualmente va conociendo en distintas capitales, antes de pasar por Washington y regresar a Cartagena. El viaje de Alcocer representa a una América que busca lo universal, aunque deba hacerlo en la clandestinidad. Si bien la travesía o el viaje del conocimiento la lleva a un afianzamiento del mundo colonizado, cuando se dirige a Francia y pasa por esas diferentes ciudades europeas y norteamericanas adquiere un conocimiento mayor de cultura avanzada que habrá de prepararla para reconstruir a América por el camino de los derechos humanos.

No sobra recordar que la imagen del espejo remite también a las aguas misteriosas y turbulentas del mar en medio de la noche, lo que en la analogía de viaje a través del espejo, de la noche y de la memoria, contiene la profundidad de una puesta en abismo que lleva a hundirse en la truculencia de la historia y a acercar al lector a ciudades del pasado occidental, mientras fluyen angustias y vejaciones, placeres y expectativas, soledad y compañía, en fin, experiencias de vida que, en Genoveva, estarán relacionadas con sus amores, su violación, su prisión en la Bastilla, su tránsito hacia la vejez, la decepción de su siglo y la antesala de su propia muerte en la hoguera de la Inquisición.

Espejo quieto y en movimiento: quieto en la imagen detenida frente al espejo, y en movimiento desde la memoria que rescata el pasado vivido y el mundo que ha ido conociendo, que en lo tormentoso y dinámico de la búsqueda refleja a «los intranquilos e inconformes que deseaban cambiar al hombre y al mundo». De ahí que los relámpagos zigzaguean sobre el mar, en la tormenta que es movilidad en el espejo que entra en el túnel del tiempo. Ecuación que no debe perderse de vista en ese fluir de la voz y de la conciencia, pues lleva a la trayectoria vital: se trata del relampagueo que ilumina y ensombrece a la vez, como el claroscuro del barroco; la luz que proyecta la sombra en el espejo de la memoria.

Al narrar su historia y la historia de Cartagena, América, España, Europa y Norteamérica, reconoce los estancamientos de su territorio y los avances en esos lugares asumidos como centro ausente. La historia de su siglo y su periplo vital debe incluir la reiterada memoria de Federico entretejida al fatídico día de su violación, de la invasión y de la muerte del joven amado. Verse al espejo mirándose narrar es recapitular la historia de amor y dar una mirada caleidoscópica haciendo del espejo-aleph con su simultaneidad de tiempos, espacios, personajes, escenarios y situaciones.

Una sucesión de remansos entreteje esta larga historia vital y de hechos: si la novela conduce a casi cien años de acontecimientos y búsquedas, se centra también en el cuerpo erótico y en el erotismo de Genoveva, que va más allá del instinto que conduce al encuentro con la ciencia y el conocimiento a través del otro, una suerte de forma de vida, antes que de muerte. El encuentro de los cuerpos redunda en encuentro de conocimientos. Genoveva Alcocer un cuerpo estéril que se distancia de la muerte para ser «cosmos que fluye sin cesar» y encarnar erotismo y conocimiento, o erotismo en el conocimiento, eros que se opone a tánatos y se realiza en el logos.

 

NARRARSE A SÍ MISMA Y A SU TIEMPO E INICIARSE EN EL CONOCIMIENTO

Para contar la historia de la Colonia en Latinoamérica, especialmente la de Cartagena de Indias, la voz narrativa incursiona en el desarrollo de los temas, problemas y preocupaciones del hombre moderno y la modernidad. Situada antes, durante y después del asalto, la novela desdobla la historia en ficción: lo real histórico de la toma y saqueo de Cartagena por los corsarios y piratas se proyecta como ficción en la violación a la joven Genoveva Alcocer en las playas de la ciudad amurallada. No sobra recordar que Genoveva tiene como antecesora a Rosaura García, tanto desde la experiencia de la violación por un europeo, como desde la condición de bruja capaz de visualizar el tiempo. En Los cortejos del diablo, Rosaura ve el futuro desde el pasado; y en La tejedora de coronas, desde el presente, Genoveva analiza el pasado y visualiza el futuro del pasado.

La condición de heroína moderna con un ideal intelectual y una actividad erótica constante convierte a Genoveva más que en personaje literario en figura emblemática. Es el vehículo aprovechado por el autor para exponer su concepción de historia moderna y el choque de ésta en la sociedad colombiana. Es clara la intención de narrar desde su propia biografía la historia de su tiempo y confrontar dos espacios culturales: América Latina con su normatividad moral, su hieratismo social y cultural, y su pasividad religiosa, en el caso de Colombia, mostrada críticamente prisionera de su territorio geográfico, lo que la hace «una nación que poco o nada tuvo que ver con la historia universal de las ideas, que despreció desde sus orígenes la reflexión filosófica, cuyo arte se ha recreado girando en torno a la muerte y a la fe» (Espinosa, 1982, 371). Y «allende el Mar», el «imperio de la razón y del conocimiento» con sus agitadas manifestaciones ideológicas, su profusión técnico-científica, su mundo religioso, sus logias, su idiosincrasia dieciochesca, sus tradiciones y su civilización urbana. Los dos planos se relacionan en la confrontación, y aunque en apariencia el relato en París es más intenso y diverso, señala la búsqueda de un destino que desmitifique la imagen colonizadora del buen salvaje, según los cronistas y el mismo Voltaire, que consideraba que «el buen salvaje» no podría ser otro que el del subdesarrollo y la barbarie de esos «chimpancés lampiños», esas gentes de «una tierna hermosura, enmarcadas por un paisaje de inaccesibles montañas, selvas de plantas carnívoras y ríos tan anchos como mares», que bebían en vasos de diamante, dormían en colchones de plumas de colibrí y tenían «las alcobas incrustadas de rubíes y esmeraldas, los carruajes tirados por carneros rojos, de oro sólido las mesas de los figones» (Espinosa, 1982, 70). El americano sólo tiene lugar desde esta perspectiva, frente a lo que Genoveva choca y busca dar otra imagen desde su propio saber. De ahí la consideración de Espinosa, al referirse a ella como «planeta Genoveva», «tejedora de coronas», de «simbólicas diademas siderales», perteneciente a esos individuos «que deseaban cambiar al ahombre y al mundo»:

Bajo cuyos signos estarían favorecidos los descubrimientos, las facultades inventivas y las ideas revolucionarias, porque, según sus cálculos, era, además, el regente de Acuario, así que, aunque mal aspectado podía suscitar acciones extravagantes, violencias, desviaciones morales y acaso catástrofes y suicidios, su reino, que no sería precisamente de tranquilidad, pertenecería más bien a los sabios, artistas y navegantes, a los intranquilos e inconformes, a los insumisos, a los que deseaban cambiar al hombre y al mundo (Espinosa, 1982, 34-35).

 

Genoveva-América define su anhelo de dejar la simiente para la libertad, lo que justifica su aventura y explica su propia condena y muerte. Conocer Europa y dar a conocer a América y su historia llegan a ser fundamentales. Como en un fresco, diferentes personajes históricos se dan cita en la novela y dejan hablar a la Ilustración en diversos escenarios y recorridos por España, París, Roma y Norteamérica, y muestran la íntima relación del personaje americano con François Marie Arouet, Voltaire. Y en su búsqueda insaciable de conocimiento, Genoveva repite el mito fáustico inmortalizado por Marlowe y por Goethe, quienes retoman la tradición cristiana: también ella busca conocer el árbol de la ciencia, como Eva y Adán (Federico, Voltaire, Marie, María Rosa…) con la intención de resolver los enigmas del universo. Camino a la hoguera, entre recuerdos borrosos y fantasmagóricos, cierra el relato despidiéndose de sus recuerdos y convocando la luna llena de abril que iluminó a Federico: «[…] con todos los rostros que conocí podría componer ahora la semblanza, veleidosa o soberbia, de mi siglo, así como con los semblantes de los hombres habidos y por haber habrán de integrarse, al final de los tiempos, el verdadero rostro de Dios» (Espinosa, 1982, 378).

Si bien la travesía se elabora desde la estructura mítica del héroe, y muestra a Genoveva Alcocer entre el ser de la epopeya y el de la novela, el héroe que persigue la utopía se revierte en antihéroe una vez realizada su aventura. Como héroe cumple pruebas y tiene un guía; primero, es su amado el joven Federico Goltar, quien la inicia en el conocimiento de las ciencias naturales; y luego, Voltaire, quien la lleva de la mano por las ideas de la Ilustración y la inicia en el conocimiento de la logias masonas en Francia. Entre las muchas pruebas están la violación, los avatares del periplo, la prisión en París, la confesión frente al Tribunal de la Inquisición.

De manera constante Genoveva evoca a Federico Goltar, un joven de espíritu ilustrado que anticipa a Voltaire, pues sintetiza el afán de conocimiento de la verdad y la voluntad cuestionadora. Los jóvenes se presentan expectantes frente la moral al oscurantismo inquisitorial y el racionalismo crítico de los ilustrados. Él, inquieto soñador, y ella, emprendedora mujer, mueven los resortes de la acción: Federico será el guía que inicia a Genoveva en las formas del conocimiento científico y la sensualidad; y, a su muerte, toma las riendas de la acción, convirtiéndose en alegoría de un continente dispuesto a la acción y la búsqueda. Se trata de una historia de amor inconclusa entre dos jóvenes científicos empíricos; una historia que ella retoma en cada uno de los amantes de su larga travesía. Esto mismo explica a esa Genoveva Alcocer como personaje que se hizo astrónoma empírica para prolongar las huellas de su ser amado.

En la mencionada estructura del doble, las búsquedas constantes de la pareja juvenil se manifiestan desde el primer capítulo con relación al descubrimiento del Planeta Verde por parte de Federico, y posteriormente se matizan con el periplo de desprendimiento de la Colonia y los viajes de Genoveva hacia el conocimiento. La novela ilustra la hegemonía de la razón y de la individualidad en la Ilustración que, contrario a la Ilustración, aspiraba abrir la inteligencia al mundo, al hombre y a la historia a partir de ideologías que apoyaban el carácter investigativo y la exploración en las ciencias físicas y naturales. Voltaire, pensador de la Ilustración es, como otros tantos, amante de Genoveva. La pulsión erótica es aprovechada como parte del fluir hacia el conocimiento, sólo posible como pasión o desde la pasión. Si Federico la inicia en la pasión del cuerpo y del conocimiento científico, Voltaire lo ratifica y la inicia también en el conocimiento de la masonería y sus rituales, lo que la llevará a ser considerada no sólo bruja, sino herética.

Voltaire y Genoveva son dos maneras opuestas de concebir el mundo: él es el antiguo continente relacionado con la evolución de las ideas que fueron fermentándose desde el Renacimiento (no son gratuitas las referencias a Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Giordano Bruno, Nostradamus y otros). Ella, el nuevo continente atrasado en la historia, desconocedor de la evolución y concepción del hombre, afianzado en creencias mítico-legendarias cuya presencia se destaca en la bruja de San Antero y en el mismo Bernabé. Genoveva aprende y Voltaire enseña. Los dos son personajes de ruptura, perseguidos y procesados por heréticos. Soñador como Federico, Voltaire ve en América el reino de las bestias y los mamelucos; Genoveva quiere mostrarse partícipe del mundo y permitir que su tierra no sea más «una nación que poco o nada tuvo que ver con la historia universal de las ideas, que despreció desde los orígenes la reflexión filosófica, cuyo arte se ha recreado girando en torno a la muerte y a la fe» (Espinosa, 1982, 371). Si Voltaire pretende despejar el oscurantismo de la Inquisición en Europa, Genoveva desea cumplir la misión de crear «una sociedad de iluminados que difundiese las ideas avanzadas y en boga en Europa» (Espinosa, 1982, 367) y regresa nonagenaria a Cartagena de Indias iniciada en el conocimiento de las letras e ideas universales.

Es claro que la novela cumbre de Germán Espinosa alcanzó su propósito: enfrentar al ser latinoamericano con el universo para entender la verdadera identidad y el verdadero destino histórico: el de su propio conocimiento.

 

BIBLIOGRAFÍA

· Blanchot, Maurice (1968). El espacio literario. Buenos Aires: Paidós.

· Espinosa, Germán (1992). Los cortejos del diablo. Bogotá: ALTAMIR

–. (1982). La tejedora de coronas. Bogotá: Pluma.

· Giraldo, Luz Mary (2000). Ciudades Escritas. Bogotá: Convenio Andrés Bello.

–. (2006). Más allá de Macondo. Tradición y rupturas literarias. Bogotá: Universidad Externado de Colombia.

–. (2008). «El universo narrativo de Germán Espinosa: poéticas de la ciudad, de la escritura y de la historia». En: Germán Espinosa. Señas del Amanuense. Figueroa Sánchez, Cristo Rafael, Giraldo Bermúdez, Luz Mary, Carmen Elisa Acosta Peñaloza (eds.). Bogotá: Editorial Pontificia Universidad javeriana, 49-76.

· Moreno-Durán, R. H. (1995). De la barbarie a la imaginación. Colombia: Ariel.

· Romero, José Luis (1976). Latinoamérica. Las Ciudades y las Ideas. México: Siglo XXI, S.A.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]