Como varios autores de su generación (Rodrigo Parra Sandoval, Nicolás Suescún, Fernando Cruz Kronfly, R. H. Moreno-Durán, Fanny Buitrago, Darío Ruiz Gómez, Luis Fayad, por citar unos pocos), deslindado de las propuestas de Gabriel García Márquez, evitó abordar la cultura popular, la tensión entre mito e historia, las dinámicas de lo real maravilloso y el uso de lenguaje hiperbólico, e interactuó con referentes culturales inscritos en determinados momentos y geografías. Al presentar, en sus diversas novelas, discusiones filosóficas y religiosas, esotéricas, cabalísticas, ocultistas y otras formas de pensamiento que han definido convicciones y creaciones literarias, llamó la atención sobre los choques ideológicos que han marcado procesos políticos y sociales que no contribuyen a acceder a lo nuevo en nuestros países, y sobre la formación y confluencia de ciudades que, especialmente entre la Colonia y la Independencia, definen identidades sociales, políticas y culturales de Colombia.
Si nos atenemos particularmente a La tejedora de coronas y su trasunto histórico, entendemos que como en Los cortejos del diablo (1970), preámbulo de ésta, la temática de la Inquisición en contrapunto con la Ilustración y el enciclopedismo refleja sus efectos en la sociedad colonial. Las novelas presentan el choque entre la Inquisición que de Europa pasa a América, respectivamente por la vía de España y Francia, reflejando el proceso de formación y desarrollo de la burguesía criolla en la tensión entre la severidad del Santo Oficio y el pensamiento ilustrado con sus ideas liberales. Al aprovechar lenguaje y temática de la época, recorre realidades de diversos países mediante personajes históricos y ficticios, a veces esperpénticos y fantásticos, desde los cuales se lee un contrapunto con la estructura binaria del allá y el acá, del doble o del espejo, del personaje y su reflejo, lo que confluye en las perspectivas de la identidad frente a la historia de las ideas.
A TRAVÉS DEL ESPEJO: EL DOBLE
Al referirse al doble como realidad y/o ficción reflejada en la literatura, todo autor asume en su obra una forma de encantamiento de la realidad a través de su representación, como afirma Maurice Blanchot. Esto corresponde a verse desdoblado en la ficción que vela y revela, pues permite mirarse a través de ella: «La mirada de Orfeo es el don último de Orfeo a la obra, donde la niega, donde la sacrifica trasladándose hacia el origen por el desmesurado movimiento del deseo y donde, sin saberlo, todavía se traslada hacia la obra, hacia el origen de la obra» (Blanchot, 154).