POR SILVIA COLL-VINENT
Leyendo el extenso homenot que Josep Pla dedica a Joan Estelrich, asombra el torbellino pluridimensional del quehacer intelectual del escritor y periodista mallorquín (Felanitx, 1896-París, 1958), principal agente cultural del político Francesc Cambó, líder de la Lliga Regionalista de Cataluña. Es el retrato realizado por un amigo y compañero de generación, hombre también de Cambó, que lo siguió de cerca a lo largo de su carrera intelectual y que pudo, por consiguiente, calibrar, desde sus inicios, sus grandezas y flaquezas. Pla lo describe laborioso, esforzado, afanoso en miles de tareas, consagrado fogosamente en la gran empresa cultural de Cambó que fue la Fundació Bernat Metge, para la traducción al catalán, en edición bilingüe, de los clásicos griegos y latinos, viajero pertinaz que recalaba en los numerosos congresos de intelectuales europeos, donde destacaba por su facundia y desenvoltura, que vivía hedonísticamente el nuevo humanismo del momento europeo y, aún con más entusiasmo, si cabe, la actividad política de la Sociedad de Naciones. Destaca Pla de su personaje el «temperamento de la sociabilidad», sus dotes para la conversación, la curiosidad intelectual, el vitalismo, la jovialidad, el carácter solar; aunque advierte la trascendencia de su obra, caracteriza a Estelrich, principalmente, como intelectual:

Antes que organizador, editor, político, diplomático, orador, propagandista, agitador, músico, humanista, viajero, diputado, etcétera, Estelrich fue un intelectual en el sentido cultural de la palabra. Todo lo que hizo, dejó de hacer o proyectó tiene una dimensión cultural. Todo lo vio a través de la dimensión cultural. Era un animal cultural, y, siendo así las cosas, es decir, estando marcado por una vocación tan clara y obvia, sería absurdo pensar que las cosas hubieran podido desviarse. Estelrich es uno de los hombres que he conocido con una disposición vocacional más clara. Dentro de la cultura, se encontraba como pez en el agua. Fuera de la cultura, se perdía, no sabía qué le pasaba (Pla, 1980, p. 502).[i]

 

Esta faceta esencial de intelectual cultural quedó absolutamente vinculada a lo largo de la intensa vida de Estelrich a la figura de su patrono y mecenas, Francesc Cambó, y así es como concluye la semblanza: el recorrido vital de Estelrich, pondera Pla, debe contemplarse en función de la complejidad de la figura de Cambó, como «puro cambonista» (Pla, 1980, p. 515). Su obra estuvo invariablemente orientada al servicio de una figura, Cambó, y de un programa cultural y político: el programa patriótico del noucentisme. No llegó jamás a cuajar en obra escrita y articulada aquella gran obra que persistentemente acarició y proyectó, sino que su propia acción fue, además, su gran obra (Amat, 2013, p. 14), absorbido por una «dispersión sin límites», «trágica», en palabras de Pla. Prueba de ello es el legado que nos deja en forma de inmenso archivo personal el Fondo Joan Estelrich, hoy en depósito en la Biblioteca de Cataluña, constituido por más de trescientas cajas en las que se puede trazar, a través de una inmensa correspondencia con periodistas y escritores catalanes, peninsulares y europeos, centenares de recortes periodísticos, discursos, conferencias, informes, y un rimero de proyectos, algunos terminados y otros muchos esbozados, la hiperactiva tolvanera del humanista que fue Joan Estelrich (Jorba, 2010).

 

UN INTELECTUAL DE ACCIÓN, HUMANISTA Y EUROPEÍSTA
No era Estelrich un intelectual de pensamiento abstracto. Lector voraz desde la niñez, estudió el bachillerato en Menorca y pronto colaboró como periodista (tras sus primigenios pinitos en periódicos locales de la isla) en La Veu de Mallorca y, ya instalado en Barcelona desde el otoño de 1917, trabajó como redactor para La Veu de Catalunya, órgano de la Lliga, a la par que colaboraba en otras plataformas de corte novecentista, como los Quaderns d’Estudi, dirigida por su maestro Eugenio d’Ors, con quien mantuvo una relación de discípulo crítico y del que fue distanciándose paulatinamente a medida que Estelrich tomaba posiciones bajo la tutela del político de la Lliga. Desde estos primeros años en Barcelona, iba labrándose un prestigio profesional como orientador y organizador cultural de empresas destinadas a elevar el público burgués hacia las más acrisoladas esferas culturales —empezando con la dirección de la Fundació Bernat Metge ya desde sus mismos inicios en 1922—. Se trataba de persuadir a la mesocracia de los beneficios de una cultura tensionada hacia el elitismo, alejándola, por ende, del señuelo demagógico de la cultura de masas. «Si algún valor tiene la función intelectual —escribiría en La Veu— es saber elevarse cuando pasa la riada; es saber resistir la seducción demagógica, y mantenerse en una actitud coherente y permanente, por encima de las solicitaciones eventuales transitorias, a fin de cuentas efímeras» (Estelrich, 1933a). «La alta señoría del espíritu», es decir, la elevación de la cultura del pueblo, era la misión cardinal exigida por su mentor, que convertiría Estelrich en su principal programador, para emprender un camino, «huyendo del unitarismo hispánico y del servilismo cultural», con el fin de explorar órbitas culturales más allá de la Península, empezando por la francesa, la más próxima y fácilmente asimilable —reconocía sin reservas el inexcusable ascendente de las modas francesas en Cataluña—, si bien se abrió también a la inglesa, escocesa, alemana e italiana:

Si queremos avivar nuestra idea con argumentos y elementos generales, universales, fruto de la experiencia anímica y dinámica de otros pueblos, sin renunciar a recoger el bien allí donde lo halláramos, osaríamos destacar la utilidad de profundizar en fuentes como las del idealismo germánico y sobre todo del historicismo italiano. En la corriente de pensamiento, que viene de Vico, y pasa por Cuoco y Gioberti, hallamos, con imperial amplitud latina, las más sólidas justificaciones filosóficas de nuestro movimiento, el cual, o bien es un movimiento histórico desenvolviéndose dentro del devenir, o no es nada (Estelrich, 1933a).[ii]

 

He aquí un botón de muestra de la prosa de tono programático y un tanto rimbombante que caracteriza buena parte el cometido periodístico de nuestro autor. Sus escritos en La Veu, desde 1917 en adelante, deben leerse dentro de los parámetros de una operación propagandística cultural, que incluye, asimismo, la campaña llamada de «expansión catalana», uno de cuyos alfiles, en los ámbitos peninsular y francés, fue el mismo Estelrich. Europa era su norte, y la Europa de los pueblos, en la que la pequeña pero rica y culturalmente avanzada Cataluña debía ocupar una posición privilegiada, su principal reivindicación. Inspirándose, entre otros, en el pensador francés Maurice Blondel, Estelrich se unía a las voces de los intelectuales franceses y europeos que postulaban, discrepando tajantemente de la tesis de Julien Benda, que su lugar estaba en la arena política, en la brega periodística, haciéndose eco de la tensión convulsa y palpitante de su tiempo. Fue ésta una convicción esencial del ideario novecentista, siempre atento a la intervención constructiva dentro de la sociedad civil. Lo expondría unos años más tarde en una reunión de delegados de los PEN Clubs en Buenos Aires:

Así vemos cómo, a pesar de la condena de la trahison des clercs, son cada día en mayor número los intelectuales que «traicionan», que se acercan a la política, a las cuestiones sociales, a las preocupaciones civiles. La misma «Carta sobre la independencia» de Jacques Maritain viene a ser un alegato a favor de la intervención. Otro francés, escritor para el gran público, André Maurois, se ha inclinado hacia la crisis actual, intentando comprender sus causas y señalando una política relativista. Como tantos otros, que resulta superfluo citar, Maurois no atina a ver cómo un hombre podría ignorar o menospreciar problemas que, según la respuesta que se les dé, transformarán su vida y la de sus allegados. Maurois desconfía del pensamiento abstracto, universal, fuera del tiempo y del espacio. No es dualista y no llega a delimitar el alma del cuerpo, lo abstracto de lo concreto, la razón de la sensibilidad. Todo ello, para él, forma compartimientos verbales, no reales. Y proclama, en consecuencia, que el hombre no es nada si no se sumerge en la materia, si no penetra en la vida cotidiana, en la política, en la sociedad (Estelrich, 1936).

 

Podrían aplicarse cabalmente estas palabras al mismo Estelrich. Desde su realismo humanista, encontró su clima propio en la acción, que constituía para él «un centro de perspectiva único». La vía política activa que asumió nuestro intelectual engagé para servir a un ideal político, encarnado en Cambó, determinó su forma de entender el periodismo de principio a fin. La cultura, la materia cultural, se convirtió a través de sus artículos, conferencias y discursos en instrumento político, hasta el punto de que, por encargo de Cambó, dirigió, desde la oficina de propaganda del Gobierno de Burgos en París (1936-1939), la revista quincenal Occident, después de tomar partido por los sublevados (Estelrich, 2012, p. 190).[iii]

En cierta medida, Estelrich había tomado de su maestro Eugenio d’Ors las riendas de la gestión cultural de la alta cultura, consiguiendo hacer de la Bernat Metge un negocio saneado. Si bien la figura de Estelrich, como intelectual orgánico del catalanismo político, creció a la sombra de Cambó, no hay que obviar que vino a llenar, en parte, el vacío dejado por D’Ors desde que éste se trasladara a vivir a Madrid (Varela, 2016, p. 228). De D’Ors había recibido formación y estímulos para dedicarse de manera profesional a la ciencia de la cultura, siempre en el marco de un europeísmo profundamente compartido por ambos, como reflejan los primeros encargos periodísticos, y que incluyen la divulgación de Kierkegaard para La Revista, o la responsabilidad que le concediera, entre 1918 y 1919, como secretario y redactor jefe de Quaderns d’Estudi, muy abierta a la recepción de influencias extranjeras. Sin duda, D’Ors y Estelrich compartieron un sinfín de lecturas ensayísticas y filosóficas; adheridos a la filosofía del espíritu en su versión francesa, las comentaban en el Seminario de Filosofía que dirigía el maestro y al que asistió Estelrich con regularidad, a la vez que ambos coincidían en absorber con fruición las revistas francesas de referencia y saborear obras culturales y literarias, como, por ejemplo, la del crítico Valery Larbaud.