En su actividad publicista a favor de la «santa continuidad», interrumpida por las guerras, Estelrich recurría a menudo a su concepto de renacimiento para reflexionar sobre la crisis, insuflando un cierto optimismo y oponiéndose a las profecías decadentistas de Spengler. Divulgaba así, por ejemplo, en la Francia de 1943, en la prestigiosa Nouvelle Revue Française, el Esquema de las crisis de su admirado José Ortega y Gasset, para recalar, finalmente, en las ideas de su Fènix o l’esperit de Renaixença (1934), tal vez su legado más importante como intelectual de acción, y aseverar, entre otras cosas, que, «en la evolución de una cultura, los renacimientos son los tiempos de alza, de renovación y de crítica que suceden a los periodos de baja o de decadencia. […] Todo renacimiento auténtico —decía, y se refiere aquí al fènix— se expande en humanismo, es decir, en voluntad consciente y activa de civilización —un humanismo que debe ser totalitario, es decir, comprender todos los valores esenciales—» (Estelrich, 1943, pp. 570 y 571).
Su vivencia del humanismo, su experiencia personal sedimentada a partir del contacto con las grandes figuras del humanismo contemporáneo y del mundo intelectual de su tiempo, es lo que produjo el legado más enjundioso de su prosa periodística: los artículos publicados en el Diario de Barcelona, luego reunidos en Las profecías se cumplen (1948), donde sitúa en el complejo paisaje cultural europeo, marcado por las guerras mundiales y el auge de los totalitarismos, las figuras de los intelectuales que dejaron huella en él y en su generación, desde el mismo Paul Valéry pasando por Nikolái Berdiáev, André Gide, Jon Huizinga, Hermann Keyserling, Aldous Huxley, Herbert George Wells, George Bernard Shaw, entre otros, para culminar con el plan paneuropeo de Coudenhove-Kalergi. Se trata de una aproximación cercana, personal, directa que revela a los hombres ocultos tras la máscara intelectual, dialogando sin complejos con su interlocutor. Veamos, por ejemplo, cómo veía a Paul Valéry, trabajando en su despacho sin calefacción, en un día de invierno, en los tristes años de la ocupación alemana —cuando Estelrich aún se hallaba en París, precisamente, organizando una magna exposición en la Bibliothèque Nationale en conmemoración del cuarto centenario de la muerte del humanista valenciano Juan Luis Vives—: «Nos veíamos entre diez y doce, acabada su tarea. No faltaban temas, constantemente tristes; ni anécdotas, regularmente acerbas; ni potins de duquesas, ministros, gente de pluma, colaboracionistas o resistentes; ni ironías, por ejemplo, sobre la censura del ocupante, el cual se preguntaba con recelo por qué Valéry había titulado su último libro, a punto de publicar, Mauvaises pensées et autres. ¿Por qué diablo mauvaises? Recordábamos los viajes, los congresos, nuestra tierra, nuestro Mediterráneo, nuestros amigos comunes, dispersos, lejanísimos, encerrados en otros mundos»; y subrayaba más adelante la actitud del intelectual y su circunstancia, con la que se identificaba profundamente: «Era, desde luego, una actitud sin ilusiones. Ya, al final de la […] Gran Guerra, hubo de denunciar, con asombro de la confianza ambiente, el abismo que nos esperaba. Formulaba la denuncia sin aspavientos y sin preconizar soluciones salvadoras; parecía aceptar la catástrofe como algo natural, como la muerte propia o el anuncio de un fenómeno cósmico inevitable. Evidentemente, ni se desolidarizaba del destino común ni se sentía indiferente; pero, en su actitud, no se notaba asomo de angustia, ni menos la necesidad de un puente que franquease la sima: la exigencia de una certidumbre esperanzadora» (Estelrich, 1948, pp. 134-136).
Son retratos esbozados desde la vivencia más estrictamente personal que ahondan en el hombre en su circunstancia y en los que, tomando siempre la cultura como centro de la actividad y de la vida misma, Estelrich proyecta toda su dimensión humana e intelectual. Lo podemos comprobar en el último párrafo del capítulo dedicado a André Gide:
Su anomalía no es tanto, puesto que pudo convertirse en moda y esnobismo; disimularla sería estúpido, cuando él mismo la sitúa en el centro de su personalidad. Su egocentrismo, su aislamiento voluntario, su desarraigo, su táctica de la concentración y de la dispersión, sus apropiaciones del instante, sus evasiones, su fugacidad e inconstancia, su abandono de la lucha, su sentido del deber centrado en las revelaciones de sí mismo, en fin, su concepción entera de la vida, corresponden a un tipo de hombre muy significativo dentro de nuestra civilización, buena o mala (no la juzgo ahora). Estos caracteres explican sus formidables dotes de artista y poeta; sus anhelos de clasicismo; sus preocupaciones ante el pecado, el crimen y la justicia, en otras palabras, su trágica moral; y su convicción de que, a fin de cuentas, esa felicidad tan suspirada, consistente en la sensación de plenitud, sólo puede conseguirse por medio del sufrimiento. En lo que lo acompaña el sentimiento cristiano y no pocos filósofos de nuestra época: Keyserling, por ejemplo (Estelrich, 1948, p. 155).
Una verdadera síntesis de su actitud vital, de sus referentes humanísticos y filosóficos, casi en clave de alter ego.
CONCLUSIÓN
Tras la Segunda Guerra Mundial, los ideales clasicistas, humanistas y paneuropeístas que habían podido resultar atractivos para un cierto público aburguesado en los años treinta habían envejecido sin remisión. Es precisamente esto lo que le retraía a Estelrich Josep Pla, su compañero de profesión y de generación y avalador entusiasta de la Bernat Metge desde sus inicios, en un duro y demoledor artículo publicado en Destino el 4 de octubre de 1947, que, en apariencia, arremetía contra los pesimistas, pero que, según Xavier Pla, clavaba su aguijón directamente contra Estelrich (Xavier Pla, 2015). La vía del viejo y nostálgico humanismo, apocalíptico, ya no podía encajar en una Europa que había pasado por una segunda conflagración mundial, más de sesenta millones de muertos, un holocausto, que entraba en la Guerra Fría, y que se abría a los nuevos aires americanos, que iban a determinar los nuevos caminos de la cultura a partir de entonces. En esta Europa ya no se podían revivir o reivindicar los modelos de alta cultura de entreguerras. Había que abandonar «cualquier actitud basada con el diletantismo» (Xavier Pla, 2015, p. 293). A pesar de todo, Pla acabó congraciándose con él con un espléndido homenot que saca a relucir al humanista con todos sus claroscuros. La vida de Estelrich transcurrió sumergida entre libros. La memoria cultural y periodística de un tiempo subsistirá en sus pocos libros plenamente acabados, más paráfrasis de textos ajenos, que no creación propia, como reconocía de manera abierta en su obra ensayística más destacada, Entre la vida i els llibres (1926, p. 15). Se trata de un volumen que recopilaba artículos diversos sobre Leopardi, Maragall, Kierkegaard, Charloun Rieu, Joseph Conrad o Jules Romains, escritores europeos a los que leería desde una edad temprana y que divulgaría, con voluntad pedagógica, al público de periódicos y de revistas de alta cultura. No es extraño que en un bello opúsculo de 1936, Del libro y su emoción, reconociera su deuda, casi en forma de plagio, a Valery Larbaud, divulgador de Joyce en Francia y uno de los mediadores de la literatura europea más destacados, autor de Ce vice impuni, la lecture (1925). Será probablemente esta faceta de divulgador literario, a través de sus ensayos, que incluyen también admirables prólogos (a la obra de Maragall, de Thomas Mann, o de Berdiáev, entre otros), la que sobrevivirá al personaje. En cierto modo, la vida de Estelrich es un homenaje a la lectura y a la cultura literaria transmitidas en periódicos y revistas, desde un tiempo en que, al decir de Stefan Zweig, la palabra escrita «todavía tenía autoridad», degradada y echada a perder durante las entreguerras por la mentira organizada de la propaganda (Zweig, 2002, p. 307). Trabajando siempre al servicio de un político, fue Estelrich parte y víctima de la misma propaganda dirigida desde una óptica conservadora del orden, que desnaturalizó los ideales humanísticos vividos con fervor desde su juventud y en los que nunca dejó de creer.
Nota. Este artículo forma parte del proyecto de investigación «El mundo de ayer: la figura del escritor-periodista ante la crisis del nuevo humanismo (1918-1945)» (FFI2015-67751-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.
[i] Todas las traducciones de textos catalanes son mías.
[ii] La traducción es mía.
[iii] «En breve: estamos en plena Guerra Civil. Hemos comentado el caso con Aguirre de Cárcer. No podemos desear ni el triunfo de los sublevados ni menos el del Govern, que implicaría el triunfo inmediato de los marxistas. Yo, como catalán, tengo que desear la victoria del Govern y como español la de los sublevados» (entrada del 20 de julio de 1936; la traducción es mía). En el contexto de la propaganda, y de la específicamente orientada a denunciar la persecución religiosa, Jacques Maritain, François Mauriac y George Bernanos, entre otros, fueron blancos de sus ataques, por posiciones críticas acerca de la Guerra Civil española, y con particular saña arremetió contra Maritain por sus opiniones vertidas en la prestigiosa Nouvelle Revue Française en el verano de 1937, enviando una extensa carta a la también muy leída e influyente revista Esprit, dirigida por Mounier, que constituye uno de los muchos documentos inéditos (30 ff. mecanografiados) que se pueden consultar hoy en el Fondo Joan Estelrich.
[iv] «Exposición del Libro Catalán en la Biblioteca Nacional», La Gaceta Literaria, 1 de diciembre de 1927, núm. 23. Formaban parte del comité organizador, por Barcelona, además de Estelrich, Rafael Vehils, Luis Bertrán y Pijoan, Jordi Rubió, Tomàs Garcés, Joan Givanel, Antoni López Llausàs. En el mismo número se publica un extenso reportaje sobre «El renacimiento de las letras catalanas y la edición», probablemente redactado por el mismo Joan Estelrich. Su conferencia sobre «Orientaciones de la cultura catalana» se incluye en el volumen colectivo impulsado por el mismo Ernesto Giménez Caballero, conmemorativo de la exposición, «Cataluña ante España» (Estelrich, 1930).[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
BIBLIOGRAFÍA
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